Compendio fúnebre para criar malvas
Guillermo Gómez Muñoz
Sábado, 1 de noviembre 2025, 00:22
Hace unas semanas falleció un escritor de barrio, conocido apenas por sus seres queridos, pero de cierto prestigio en círculos iconoclastas del pijoprogresismo menos selecto. ... Ha dejado viuda; aunque, como no estaban casados ni arrejuntados de hecho, sus allegados no saben si el nuevo título se aplica de oficio u oficiosamente. Ella, sin embargo, no duda. Obsesionada desde la infancia con la etimología, se refugia desde el deceso en étimos y evoluciones, tratando de esquivar al fantasma que se empeña en acostarse en la ribera derecha de su cama. A quien, titubeante, le da el pésame, lo convence de que «viuda» procede del latín ('vidua') y, abriendo el 'Cantar de Mío Cid', le muestra la primera vez que se documentó en romance: un arcaico 'bibda'. «Su evolución al castellano fue sencilla», comenta. «Sufrió ese fenómeno evolutivo de sonoridad cancerígena: la metátesis, el cambio de posición de los sonidos hasta dar el actual 'viuda'».
Así comenzó su «duelo», hundida en el origen doloroso del latín tardío 'dolus'; aunque en ocasiones su condición le recuerda más a su homógrafo «duelo» (pelea entre dos). Este, del latín 'duellum', significaba 'guerra', pero su semejanza con 'duo' transformó su sentido hasta expresar el combate entre dos. El duelo de nuestra viuda etimologista se parece más a un enfrentamiento entre la desesperación y la lucidez en el que esta última cada día amanece más sombría. Tampoco le ayuda a brillar su «luto» riguroso, adoptado, en parte, porque el negro siempre ha realzado su figura; y en parte, porque así su dolor se hace visible y refrenda el valor original de 'luctus' -duelo y pena-, aunque ya en latín se aplicaba a la vestimenta fúnebre. Toda esta semántica del dolor la asume 'luctus' de su derivación a partir de 'lugere' (llorar), raíz de la que también procede 'lúgubre'.
Con el paso de los días, nuestra viuda asume que en algún momento deberá enfrentarse a los procedimientos prácticos que impone la muerte. Fundamentalmente, la «herencia», aunque sin descendencia conocida, ni cuentas en Suiza, el trámite será sencillo. Los romanos lo llamaban 'haerentia' (pertenencias), derivado del verbo 'haerere' (estar adherido). En su evolución al castellano, la palabra se vio influida por el sustantivo «heredad» -un derivado de 'heres' (heredero)- hasta dar su significado de «bienes y derechos que se heredan».
Toda esta etimología latina sobre el óbito, sin apenas cambios desde su origen hasta el romance, amaina el dolor de la viuda. Centrada en preservar el legado literario del finado, tan solo le preocupa que no se haya publicado ni un solo «obituario». Estas necrologías, también de origen latino, esconden en su étimo el participio de 'irse' (itus), una descripción exacta de lo que ha hecho el difunto hace unas semanas. Desde entonces solo lo encuentra en sus libros. Al fantasma de la orilla derecha de su cama, se los lee cada noche. Él escucha, atento. Nunca la interrumpe. Es un amante inoportuno que se llama soledad.
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