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'Un tranvía llamado Deseo', el clásico moderno de Tennessee Williams, aterriza este viernes y sábado en el Teatro Arriaga con una función cada día ( ... el aforo está casi agotado) y un nuevo montaje de David Serrano, que se hace cargo de este poderoso drama que vio la luz en 1947 y se alzó con el Pulitzer al año siguiente.
La obra llega a Bilbao en pleno proceso de rodaje como segunda parada tras iniciar la gira en Avilés, nueva meca de los estrenos teatrales españoles. Lideran el reparto Nathalie Poza y Pablo Derqui en una versión que promete ser lo más fiel posible al texto original y alejarse de la tan conocida adaptación cinematográfica dirigida por Elia Kazan. Explica Derqui a EL CORREO que han querido centrarse «en el origen de todo, en lo que escribió Tennessee Williams, y que primero se representó en Broadway», ya con Marlon Brando en el papel de Stanley Kowalski, el trabajador de origen polaco cuya interpretación catapultó al estrellato al legendario actor.
Cuestionado sobre si la sombra de Brando pesa a la hora de interpretar al personaje, Derqui admite que sí ocurre, «pero es lo bonito» del papel: «Marlon Brando fue como una aparición en la época, no tanto por este rol en concreto, sino por el tipo de actor que era. Interpretaba de una manera mucho más natural, era lo que hoy en día consideramos un actor moderno, el padre de los Pacino y De Niros». El Kowalski de Brando fue por tanto emblemático, pero Derqui tiene tablas de sobra para dotar de carácter propio al personaje: «Es una oportunidad de transitar personajes célebres que no son propiedad de nadie».
Salvo, quizás, del propio Tennessee Williams, que se basó en diversas experiencias autobiográficas para perfilar el personaje que encarna Derqui. «He indagado mucho sobre Williams y todos los personajes de esta obra están basados en sus propias vivencias o en gente que conoció. Él decía de sí mismo que tenía dualidad de género, por lo que era capaz de escribir como una mujer y como un hombre», revela sobre la maestría del dramaturgo de Misisipi.
Y como polo opuesto femenimo del tosco Kowalski estará Nathalie Poza con el personaje de Blanche DuBois, una dama sureña arruinada, altiva y desequilibrada. Una combinación que se prevé efectiva por la conexión entre los dos actores. «Nos conocemos desde hace mucho tiempo, hemos coincidido en televisión y en teatro hicimos una función mano a mano durante año y pico. Y el germen de este proyecto es de hecho Nathalie, que tenía ganas de hacer este montaje e interpretar a Blanche. Yo también quería interpretar a Blanche, pero no podía, porque es una mujer», bromea Derqui.
Por tanto, estos dos amigos y reputados actores se enfrentarán sobre las tablas en el tenso drama que plantea Williams. Una obra que, según detalla su protagonista, está «creciendo» en esta primera etapa de la gira: «Llevamos solo tres funciones y todavía estamos en ciernes, por lo que la obra está viva y estamos todavía encontrándonos. A mí como espectador me gusta ver las obras al principio, cuando todo es más efervescente». La autenticidad se notará también en un guión en el que se abordarán sin filtro los temas originales del texto, ya que en la versión cinematográfica se eliminaron cuestiones como la homosexualidad del primer marido de Blanche. «La película fue censurada en parte, muchas cosas se tamizaron, se limaron y se maquillaron mucho», lamenta.
Otros temas clave que plantea 'Un tranvía llamado deseo', como el capitalismo salvaje y las migraciones, están de plena actualidad en el contexto sociopolítico actual. «Estamos hablando del nacimiento del capitalismo a ultranza, justo después de la Segunda Guerra Mundial, un momento clave para Estados Unidos. Y Kowalski, hijo de polacos inmigrantes, es el paradigma del trabajador que se ha hecho a sí mismo, una especie de neoliberal antes de que este término existiera».
Ese clima ultracapitalista devuelve a Pablo Derqui a la actualidad. «Me viene a la cabeza la reurbanización de Gaza que está planteando Donald Trump y dices, madre mía, hay una falta de escrúpulos increíble con la bandera del capitalismo y el crecimiento», denuncia. Son por tanto tiempos oscuros, igual que lo eran en la época de Tennessee Williams: «Uno puede tender al pesimismo, pero siempre tenemos reductos de esperanza o, por lo menos, de resiliencia. Y el teatro es uno de ellos, es un ámbito en el que podemos reflexionar, en el que nos vemos a nosotros mismos y eso no creo que pueda desaparecer nunca. La necesidad de representarnos, de reflejarnos y de ficcionarnos es algo atávico y, frente a estas nuevas olas violentas, la ficción y el arte son reductos de resistencia».
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