¿Marcará tendencia La Scala con el veto a los pantalones cortos y las chanclas?
El coliseo de Milán refuerza el código de vestimenta para que no se pierda el decoro entre el público que acude a la ópera
«Me acuerdo muy bien de cuando le echaban huevos a los hombres que iban con esmoquin y a las señoras que lucían pieles. Se ... les acribillaba en el semáforo antes de llegar al Liceo y la gente se volvía para casa. Nadie quería ir a la ópera después de la muerte de Franco. El lujo y la elegancia se veían como algo sospechoso...», evoca Jaume Tribó, apuntador del Gran Teatro del Liceo de Barcelona y memoria viva de los últimos 70 años del coliseo de la Rambla. Aficionado desde niño, acaba de cumplir los 80 y sigue trabajando en la concha del escenario. «Lo dejaré cuando me muera y no antes. La ópera me da energía y estoy muy al tanto de todo». Incluidas las novedades sobre el código de vestimenta.
Ahora resulta que La Scala de Milán ha reforzado el veto a los pantalones cortos, camisetas de tirantes y chanclas. Si bien existía desde 2015, en los últimos años se hacía la vista gorda. Las presiones de los más puristas han obligado a recordar la prohibición con un aviso expreso en la entrada: se impedirá el acceso a los espectadores con ropa playera, sin reembolso del importe de la entrada. «Dicen que es para evitar los desmanes de los turistas, pero yo he visto a gente en shorts en el Liceo y eran barceloneses de toda la vida.», asegura Tribó con un punto de retranca.
De momento, solo en el coliseo de Milán se niega de plano el acceso con ropa playera. En otros centros de prestigio, ya sea en la Ópera Estatal de Berlín o en el Palau de les Arts de Valencia, no se atreven a tomar medidas drásticas. Se limitan a dejar caer que el personal «podría negar la entrada» si la estética veraniega causa «incomodidad al resto del público» o «no hace justicia» al recinto. Lo cual significa que en la práctica sean poquísimos los casos en los que se cierra la puerta en las narices a nadie. Se quiere evitar a toda costa marginar a nadie y, de paso, olvidar de una vez y para siempre la época en que la ópera se asociaba a una clase social con poder adquisitivo y ganas de exhibirse.
A partir de los años 70, el boato ha ido mitigándose de manera paulatina y en la actualidad ni siquiera se impone la etiqueta rigurosa en los estrenos de La Scala, la Ópera Nacional de París, el Teatro Real de Madrid o la Royal Opera House de Londres. El protocolo no va más allá de sugerir 'indumentaria adecuada' que lo mismo puede ser un traje oscuro y vestido de cóctel que vaqueros y zapatillas. Todo depende de cada uno y sus circunstancias personales. No es lo mismo acudir por libre que en representación de una institución. O ser una 'influencer' que necesita alimentar sus redes sociales con fotos impactantes.
Eso sí, para libertad y desmadre, nada mejor que marchar a Nueva York, donde se da ejemplo desde el podio. En la Metropolitan Opera House, el maestro Yannick Nézet-Séguin puede llevar tacones Louboutin a juego con el esmoquin o una bata de boxeo de raso negro y nadie se lleva las manos a la cabeza. Es el signo de los tiempos, mal que pese a La Scala de Milán. No parece probable que otros coliseos vayan a seguir su ejemplo de prohibir la ropa playera.
Sin pajarita en la ABAO
En la ABAO ni los dirigentes ni los monarcas apuestan por los tiros largos. La corbata ha reemplazado a la pajarita y la propia reina Letizia dio ejemplo el pasado noviembre en el Euskalduna, con el modelo que seleccionó para la tercera función de 'Il Trittico', de Puccini. En esa ocasión lució una camisa de mangas abullonadas y falda evasé en color blanco crudo de la colección de Teresa Helbig, así como pendientes de la firma valenciana Sure Jewels. En definitiva, se decantó por una elegancia sin estridencias, con un calzado destalonado y tacón que no superaba los 6 centímetros.
Lejos quedan los tiempos en que el público de platea de la ABAO llevaba esmoquin y estolas de piel en agosto o septiembre. La programación lírica de Bilbao se limitaba antaño a esos meses veraniegos y todo el mundo aprovechaba para lucir sus mejores galas. «Eran muchas las modistas que se agolpaban en la entrada del Coliseo Albia para ver cómo lucían sus clientas. Hablo de la época en que no había 'prêt-à-porter', todo se hacía a mano y los modelos eran únicos», explica José Miguel Vergara, un aficionado veterano que tampoco olvida que los espectadores de los pisos más altos y entradas más baratas no entraban por la puerta principal. Y lo mismo sucedía en el Liceo de Barcelona, que entre 1925 y 1997, durante el tiempo que estuvo cerrado el Teatro Real de Madrid, marcaba el ejemplo a seguir en España. Eran otros tiempos y otras costumbres.
Evolución en la indumentaria
1600-1700. Vestuario ostentoso, pelucas empolvadas y encajes. Los hombres llevan tacones rojos, símbolo de privilegio.
1750-1800. Los dandis en la Royal Opera House lucen medias de seda y casacas de vivos colores. Las damas, miriñaques de hasta metro y medio.
1800-1830. La aristocracia se inclina por la seda brocada, los guantes largos y las tiaras. La burguesía prefiere la seda lisa, encaje chantilly y frac.
1840. Se inventa el sombrero de ópera plegable.
1850-1890. Capa, chistera y vestidos largos.
1905-1914. Se libera a las mujeres del corsé y se introducen las túnicas drapeadas.
1920. Vestidos rectos con flecos y esmoking.
1950-1960. El público se amplía y se cuestiona la rigidez.
1970-1990. Los vaqueros y zapatillas ganan terreno.
2015-2025. La Scala prohíbe la estética playera y este verano, tras años de laxitud, ha recordado el veto.
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