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Enumerar los proyectos del compositor Fernando Velázquez (Getxo, 1976) es una tarea que agota, así que cuesta imaginar la cantidad de talento y horas de ... trabajo precisos para llevarlos a cabo. La pasada semana de Pascua grabó con la Euskadiko Orkestra la banda sonora de la película de animación de 'El tesoro de Barracuda'; prepara la música de una serie documental de ETB; en octubre dará dos conciertos en el Ura Bere Bidean con versiones sinfónicas de temas vascos; un mes más tarde estrenará el musical 'Audrey'; y en junio del año próximo, la ópera 'Los Estunmen'. En medio, más series y películas y obras para la sala de concierto. Y no olvidemos que hace bien poco se han estrenado 'La infiltrada', 'Querer', 'La última noche en Tremor', 'La casa', 'Buffalo Kids', entre otras, y fuera del cine y la televisión un concierto para dos flautas y 'El tambor de la libertad', un espectáculo en Puy du Fou'.
- Hace cuatro años publicó un disco con sus obras no cinematográficas, en otoño estrenará un musical y en un año una ópera. ¿Está dando un giro a su carrera?
- No. Me gustaría decidir lo que hago y cuándo lo hago, pero las cosas no son así. Sé lo que quiero pero no puedes plantearte hacer una ópera sin una propuesta. Si no lo haces, corres el riesgo de que ese trabajo quede en un cajón. En este caso, tenía la idea y finalmente ha cuajado. Si yo fuera rico, haría como ese personaje literario que hace películas para sí mismo y da la instrucción de que tras su muerte se destruyan todas. Yo habría hecho zarzuelas, musicales y óperas con grandes elencos… Pero no es así y hay que esperar a tener los encargos.
- Pero van llegando, como esas grabaciones de piezas de música clásica digamos convencional.
- Sí, pero hablamos de cosas distintas. Grabar un concierto para chelo o estrenar otro para dos flautas, como hice días atrás, son asuntos diferentes. Una ópera es otra cosa. Y si Wagner tuvo que seducir a un rey para lograr poner en pie las suyas…
- También estará de por medio una cuestión de madurez y prestigio, imagino. No es lo mismo encargar una ópera hoy a Fernando Velázquez con su trayectoria y su prestigio que al de hace quince o veinte años.
- Está claro y si me sigue pareciendo una inconsciencia lo de ahora no quiero ni pensar en lo que habría sucedido hace quince años… La experiencia aporta muchas cosas y hace que aprecies otras. Ahora estoy con una serie documental de ETB y me he sumergido en los cancioneros de Azkue y Donostia. Estoy disfrutando mucho con las melodías recogidas por estos folcloristas, que encierran una enorme belleza.
- Da la impresión de que quienes se dedican al cine sienten la necesidad de demostrar que pueden hacer una música más compleja y abstracta, no vinculada a unos personajes o unas escenas.
- Y al revés. Que compongas para el cine no significa que solo hagas eso y no tengas otras ideas. A veces se coloca la etiqueta de 'compositor de cine' como algo negativo, un poco como lo de la zorra y las uvas. La usa gente a la que no le encargan bandas sonoras o que se las encargan pero renuncian porque no quieren trabajar en equipo.
- ¿Tener una producción cinematográfica de éxito y prestigio ayuda a estrenar y grabar obras de otro tipo o es indiferente?
- La llamada música 'culta' se va abriendo a la influencia de todas las artes. La Filarmónica de Los Ángeles, dirigida por Dudamel, acaba de dar un concierto en Coachella en un festival de rock… Ya hay conciertos en los que se juega con las luces. Otra cosa es llamar la atención porque sí o hacer el bobo a ver si hay suerte. En la ópera 'Los Estunmen' trabajo con Nao Albet y Marcel Borràs, dos de las personas más libres que existen, que hacen las historias que les salen del corazón. Si la vida ya es complicada y estamos obligados a tantas cosas, qué menos que usar el arte para ser libres.
- Supongo que será inevitable que cuando se estrene esa ópera se anuncie con algún lema del estilo de 'por el autor de la música de La infiltrada o Patria'.
- Y eso es un orgullo. No pienso como García Abril, que quería que se reconociera su magnífica música sinfónica y le dolía que se le recordara por la banda sonora de 'Sor Citroën'. No me importa que me citen como el compositor de 'Ocho apellidos vascos' si me dejan hacer otras cosas.
- Vayamos al cine. Acaba de grabar la banda sonora de 'El tesoro de Barracuda'. ¿En qué se diferencia la música de un filme de animación de otro con intérpretes reales?
- En principio, en nada. Pero luego hay que acudir a la intención de los creadores. En animación, lo que falta de material visual real se complementa con música marcando ciertas cosas. Es una tradición, pero también se puede romper.
- ¿Y en qué se diferencia el trabajo para una película y una serie?
- Los procesos son distintos. Hay películas que se parecen a series y viceversa. Y otras que no se parecen en nada. En cada proyecto hay que elegir cuánta música se quiere y cómo debe ser. Por ejemplo, en 'La última noche en Tremor' hay mucha y compleja. En 'Querer' apenas habrá 20 minutos en la suma de los episodios pero son esenciales. En realidad, estamos asistiendo a la evolución del formato. Por eso, una ópera de cinco horas, con libretos que parecen hechos solamente para colocar duetos, arias y coros, se nos hace extraña. Pasa también con las películas de cuatro horas con 'intermedio'.
- Ha grabado esta última banda sonora con la orquesta de Euskadi. Hace un puñado de años, se grababan en Eslovaquia, la República Checa o Hungría por razones económicas y de flexibilidad de esas orquestas. ¿Ha cambiado eso?
- Me siento responsable de ello para bien. Hay una parte tecnológica que es vital para entender lo que ha pasado, y es que antes la orquesta tenía que trasladarse hasta un estudio, y ahora el estudio va en un camión y se desplaza hasta la sede de la orquesta. Y luego sucede que orquestas y gerentes han reconocido que se pueden hacer estos trabajos con dignidad.
- ¿Antes no era así?
- En los años sesenta y setenta la música de cine se hacía de otra forma y no gustaba a las orquestas sinfónicas. Por un lado, eso ha cambiado y, por otro, han comprendido que la música es algo vivo. Así se explica que la Filarmónica de Berlín esté haciendo conciertos con muchísimos formatos. La visión de la música clásica como algo fijo, detenido en el tiempo, ha pasado. Hay que estar en el siglo, por decirlo con una expresión de larga tradición, y no solo estar en el convento.
- Hablando de estar en el siglo, ¿teme que la inteligencia artificial termine por suplantar a los compositores, sobre todo en algunas tareas como arreglos?
- No sé qué va a ocurrir, pero si la inteligencia artificial hace la música, se pierde el proceso de creación de la obra. Y ese proceso es parte de la obra. Como compositor, la IA puede echarte una mano pero entonces no te diviertes. Por eso, poseer una firma tendrá más valor. Es lo que pasa con los conciertos en vivo.
- ¿En qué sentido?
- En el de que la experiencia del directo no va a poder sustituirse nunca. Eso sí, debe ser una experiencia arrolladora, que haga vibrar al público. Ahora que las dos orquestas vascas tienen nuevos gerentes, estos deben conseguirlo: conciertos en los que vibren los asistentes. Para eso hay que sudar la camiseta. Ya se está haciendo. Yo voy al Real con frecuencia y la experiencia es tan apabullante en todos los sentidos que salgo pensando que la entrada no es precisamente barata y, sin embargo, no me habría importado pagar más. Eso es lo que hay que lograr: que el público lo valore porque no tiene precio.
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