Lecturas marcianas
Una selección de títulos claves para conocer la historia del planeta rojo y nuestra pasión por él
Imagínese un volcán de 610 kilómetros de diámetro y 22.500 metros de altitud -dos veces y media el Everest- y un sistema de cañones ... de 4.500 kilómetros de longitud -Nueva York y San Francisco distan 4.135-, 200 de anchura y hasta 11 de profundidad. El primero es Olympus Mons y el segundo, Valles Marineris, llamado así (Valles de la Mariner) porque lo descubrió la nave 'Mariner 9' en 1971. Los dos están en Marte, un punto rojo en el que desde hace más de cien años buscamos al Otro, esa forma de vida que haga que nos sintamos menos solos. Un mundo ahora habitado por robots, nuestros, que persiguen a ese Otro.
«Paradójicamente, Olympus Mons es tan grande que sería imposible que un astronauta lo divisara desde la superficie de Marte», advierte William K. Hartmann en su Guía turística de Marte (Akal). Desde cerca, veríamos parte del alto zócalo que circunda su base; desde lejos, el volcán «se perdería entre la bruma y desaparecería por el horizonte» sin que lo viéramos entero. La mejor forma de contemplarlo es desde el espacio, explica el planetólogo estadounidense en una obra publicada en 2003, que puede encontrarse en el mercado de segunda mano y que todo turista debería llevar encima en sus paseos por Marte. Ray Bradbury, autor de las indispensables Crónicas marcianas (Planeta), la consideraba «una preciosa combinación de textos e imágenes para contar la historia del 'nuevo' Marte y cómo llegó a ser como es».
Recién llegado a las librerías estadounidenses, está The big book of Mars (Quirk), de Marc Hartzman. Muy visual, explora la fascinación que sentimos por el planeta desde tiempos de los babilonios, aunque, como es lógico, concentra su atención en los últimos 140 años. Porque, a nuestros ojos, Marte cobró vida a finales del siglo XIX, cuando Giovanni Schiaparelli creyó ver en él unas líneas que llamó 'canali', y Percival Lowell las interpretó como una obra de ingeniería para aplacar con agua de los polos la sed de las latitudes medias.
El astrofísico Carl Sagan ofrece en Cosmos (Planeta) una magnífica síntesis de la locura que se apoderó entonces de algunas grandes mentes. «Lowell siempre dijo que la regularidad de los canales era un signo inequívoco de su origen inteligente. Y no se equivocaba. Sólo falta saber en qué lado del telescopio estaba la inteligencia», ironizaba Sagan en 1980, apuntando al cerebro humano la construcción de las acequias, por su capacidad para ver cosas donde no las hay. El 'hallazgo' de los canales animó a Marconi y Tesla a intentar captar emisiones de nuestros vecinos en una época en la que algunos místicos decían que se comunicaban telepáticamente con ellos.
La sed había llevado antes a los marcianos a intentar invadir la Inglaterra victoriana guiados por H.G. Wells en La guerra de los mundos (1897), de la que Libros del Zorro Rojo publicó hace cuatro años una preciosa edición con las ilustraciones que hizo Alvim Corrêa a principios del siglo pasado. Es imposible desligar la obra de Wells, el patrón de todas las invasiones alienígenas, de la versión radiofónica con la que Orson Welles trasladó, el 30 de octubre de 1938, el ataque marciano a un Estados Unidos a caballo entre la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Cómo acabó el montaje es de sobra conocido: hubo radioyentes que lo tomaron por la crónica de un ataque real y, al día siguiente, titulares de prensa según los cuales el programa había sembrado el pánico en el país. No fue así.
El pánico se limitó a unos miles de personas. La idea de que fue generalizado se debió a intereses de la prensa, que intentaba así desprestigiar a la naciente radio, y a un muy cuestionado estudio del psicólogo Hadley Cantril, titulado La invasión desde Marte, reeditado recientemente en España por Abada. El historiador A. Brad Schwartz analiza lo que pasó en Broadcast hysteria (Hill and Wang, 2015) y, para entender lo que hicieron Welles y su equipo, lo mejor es leer La emisión del pánico (Centro de Creación Experimental, 2002), de Howard Koch, el guionista que orquestó el ataque.
«Si los marcianos imaginarios de la emisión de radio nos enseñaron algo importante, fue la virtud de dudar y de comprobar todo lo que nos llega a través de las ondas y de las páginas impresas, incluso de las escritas por el autor de este libro», advertía Koch en 1970. El consejo parece hecho a medida de los tiempos de Trump y el coronavirus.
Libros para un planeta rojo

Indispensable
Carl Sagan explora el Marte real y los orígenes del imaginado.

El primer ataque
H.G. Wells crea el subgénero de las invasiones extraterrestres

La trastienda
Howard Koch cuenta cómo se gestó el montaje de Orson Welles.

De bolsillo
William Hartmann nos guía por los paisajes del planeta rojo

El más loco
Marc Hartzman hace un catálogo de excentricidades.
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