Eduardo Mendoza: «Ahora se burla la corrección política como antes la censura, lo importante es el respeto»
Presenta este martes (19.00 h.) en Bidebarrieta su último libro, una novela de espías que mezcla la sátira social con la comedia de enredo
Eduardo Mendoza reconoce que tiene una timidez tal que, todavía hoy y después de llevar casi medio siglo publicando libros –el primero vio la luz ... en 1975–, siempre desea que lo que escribe «no lo vea nadie»; confiesa que cuando divisa un montón de sus novelas en el escaparate de una librería cambia de acera para no verlo ni él. Cosas de escritores, asegura, como los actores que antes de salir a escena quieren largarse del teatro. Cosas de quien considera, además, que tiene «una posición en el mundo literario, un nicho literario», pero no necesita hacerse un hueco en la sociedad o en el mundo de la política. Dice que Saramago sí que fue una referencia, con sus escritos de alto contenido político, pero que él no porque «escribo libros que no van a ninguna parte, salvo a la lectura». Sonríe. El hecho es que tiene muchos lectores y que estos están de enhorabuena, porque aunque hace años dijo que no iba a volver a escribir... aquí está 'Tres enigmas para la Organización' (Seix Barral). Es «una parodia de las series policiacas, de estos grupos que investigan: el negro, el blanco, el ambicioso, la mujer». Un libro para divertirse que este martes presenta en la Biblioteca de Bidebarrieta (19.00 horas).
– ¿No lo había dejado?
– Yo no quería escribir esta novela, ni ninguna, pensaba que lo sensato era poner punto final. 'No voy a aportar nada nuevo', me decía. Y cuando me di cuenta, estaba escribiendo y con una caradura tremenda.
– Parece que se ha divertido mucho...
– Siempre lo paso muy bien escribiendo, por eso escribo. Y es igual con las novelas serias que con las de humor. Las burradas son más divertidas. Pero lo que me divierte de verdad es la artesanía, trabajar con el destornillador, lo que hay que hacer con cada párrafo. Me encuentro otra vez como si tuviera 30 años.
– ¿Por qué Barcelona de fondo?
– Es mi ciudad, si fuera de Estambul escribiría sobre Estambul. La he visto evolucionar. Algunas ciudades lo hacen de manera más rápida y más extraña. París es París, Londres es Londres, pero Barcelona ha pasado de ser una ciudad gris y casi inexistente a un fenómeno turístico con grandes colas para ver lo que antes no veía nadie. Bilbao es un caso idéntico.
– ¿Qué podría hacerse para que Bilbao no repitiera los errores de otras ciudades, en cuanto al turismo por ejemplo?
– Es importante tener una idea de ciudad e influir desde ahí.
– Otra constante en su obra son los atípicos nombres de los personajes: Monososo, Pocorrabo, Buscabrega...
– Los nombres son parte de la escritura. Con Pedro y Juan no vamos a ninguna parte. Hay que buscarles un nombre que no signifique nada pero casi, que sea fácil de recordar y que los distinga. Don Quijote de la Mancha, Sancho Panza, Raskolnikov... Pocorrabo.
«Yo no quería escribir esta novela, ni ninguna, pensaba que lo sensato era poner punto final»
– Aparte de los nombres, no se lo pone fácil a estos tipos. Tienen que investigar sin móvil ni automóvil, sin internet...
– Soy un hombre del siglo XX, a mí el XXI me ha pillado con el pie cambiado. Tengo de todo (el último iPhone, tablet, estoy suscrito a plataformas no sé muy bien para qué), pero el mundo imaginario que habito es el siglo XX. Son agentes secretos y no tienen ni tarjeta de crédito ni coche ni medios. Estos personajes inspiran más cariño que admiración. En todos he puesto un poquito de mí, es inevitable.
– ¿Ha conocido a este tipo de gente, los agentes secretos?
– He conocido espías. Trabajé muchos años en la ONU como intérprete, en Nueva York, Ginebra, Viena. Y como es el centro de la actividad política, había. 'Hola, soy espía', se presentaban. Son unos pobres funcionarios que les ha tocado ser espías. Una condición para serlo es hablar idiomas y yo estaba en aquel departamento. Siempre dudé mucho de su eficacia. ¿Qué puedes espiar que no veas en la tele, los periódicos o la calle? Tienen que justificarse y se pelean entre ellos, pero el verdadero espía hoy es el periodista, el corresponsal.
«El mundo imaginario que habito es el siglo XX, el XXI me ha pillado con el pie cambiado»
Sociedad «confusa»
– En la novela habla de descoordinación entre cuerpos policiales, de administraciones superpuestas, de turismo masivo que entorpece la rutina de la ciudadanía. ¿Ha querido hacer crítica?
– No es tanto una crítica como la vida cotidiana. Estos personajes, a diferencia de los héroes –que parece que están por encima de todo–, son unos desgraciados que hacen la vida que hago yo, que hacemos todos. Lo que le pasa a la gente es lo que me interesa. No es posible espiar y no es posible criticar porque todos sabemos lo que pasa. Esto que cuento lo sabe la gente. Vivimos en una sociedad muy confusa.
– Los humoristas se quejan de que la corrección política les dificulta el trabajo. ¿A usted no? Porque aquí hay una madama liliputiense, un espía jorobado, prostitutas...
– El humor ha de ir un poco al límite. El tema de los humoristas hoy es el de la corrección política; como antes se burlaba la censura, ahora se burla la corrección política. Lo importante es que haya respeto y que se entienda que la broma es broma. Yo tengo una amiga liliputiense y sé que a ella le va a hacer gracia el personaje. No estoy a favor de la incorrección: meterse con minorías, razas, religiones... No se trata de censura. La corrección política está bien.
– Entonces, ¿no utiliza la novela para hacer crítica o contar el momento actual?
– Si pasa, muy bien, pero no hay que ir a buscarla. Para intervenir sobre la actualidad, ya escribo en periódicos o en ciertos libros explicativos. La novela, que fluya; cuanta menos intención, más cosas se cuentan.
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