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Me lo dijo una periodista muy habituada a revisar textos antes de ser publicados: «En los últimos años, por culpa de los correctores 'online', detecto ... a menudo un tipo de erratas que no había antes y que no son humanas». Tiene razón. Las erratas que cometemos los humanos suelen ser reconocibles en una simple y primera lectura, saltan fácilmente a la vista porque no desvirtúan el significado de las palabras ni de las frases que escribimos. Son esa v que en los teclados está pegada a la b y que nos puede gastar la mala jugada de hacernos escribir 'vurro o 'bida'. En cambio, el corrector ortográfico de mi ordenador o de mi teléfono móvil se permite recomponer expresiones y hasta frases en función de la errata cometida y a partir de ésta, simulando una coherencia ajena al sentido del término o de la frase inicial: del erróneo 'vurro' sale 'vuelo' y de la errática 'vida' sale 'bidón'. De este modo, parece que uno se ha vuelto loco en un wasap o un e-mail. Digamos que los correctores automáticos se pasan de listos con nosotros cuando no existe ninguna razón objetiva que justifique semejante actitud. Más bien diría que existen razones para lo contrario; para cuestionar la mal denominada 'inteligencia' de la inteligencia artificial.
Pienso en la célebre y cabal aseveración de Umberto Eco: «La computadora no es una máquina inteligente que ayuda a gente estúpida; de hecho, es una estúpida máquina que funciona solo en manos de gente inteligente». En efecto, el gran reto de nuestro tiempo no es el de tener que enfrentarnos a unas máquinas que son más inteligentes que nosotros sino el de no ser tan tontos que deleguemos la inteligencia absolutamente en ellas. De verdad que no acabo de entender ni la confianza ni el temor igualmente ciegos que algunos manifiestan hacia la IA. Pasan de la distopía a la utopía. De repente, un tipo que parecía tranquilo y sensato se lanza a los vaticinios más sombríos sobre el destino tecnológico de la Humanidad. De repente un ser que parecería educado adopta un tono desafiante y perdonavidas para pronosticarte que las máquinas acabarán haciendo tu trabajo mejor que tú. Sospecho que, al revés que ciertas erratas, esos prontos son demasiado humanos.
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