Negocio ante todo
Los festivales del verano se han convertido en rentabilísimos parques temáticos del consumo masivo y el postureo posmoderno
El verano de los conciertos y los festivales a doquier tiene por igual una esencia de negocio, de cultura, de feria, de espectáculo y hasta ... de parque temático. El negocio es lo primero, aunque también sea socialmente beneficioso. Véase si no el caso último de la gira de Oasis iniciada el 4 de julio en el Reino Unido, seguramente un reencuentro fraternal impulsado por la perspectiva del negocio, aunque igualmente una mina de oro para los organizadores y los músicos, la hostelería, el transporte y los hoteles de las ciudades de su itinerancia.
Las cuentas sobre ello son claras: cada uno de los hermanos Gallagher se lleva por la gira 59 millones de euros, en el Reino Unido se venderán entradas por un valor de 240 millones de libras y los ingresos brutos en el país por el negocio generado alcanzarán los 400 millones de libras. Esta última es una cifra modesta, claro, si la comparamos con la facturación y el impacto del 'Eras Tour' de Taylor Swift, del que se calcula que aportó varios miles de millones de dólares al PIB de los Estados Unidos.
En cuanto a los festivales de verano en España, las estimaciones más serias señalan que en 2024 la facturación alcanzó los 725,6 millones de euros, representando un incremento del 25,32% respecto del año anterior. Pero esto es solo el negocio derivado de la venta de entradas y de las actividades internas, ya que el 'gig tripping', es decir, el turismo musical, multiplicó los beneficios para la economía urbana. Véase que el 'gig tripping' es una experiencia completa que vincula el festival con el viaje, la música con el disfrute en grupo y el turismo con la cultura.
Pero como la vida es también un camino de luces y sombras, a este lado exultante de los festivales se le puede oponer igualmente otro que nos habla de su filosofía temática devaluada, de una música que ya es solo el decorado secundario y de unos eventos convertidos en parques temáticos del consumo masivo y el postureo posmoderno.
Sin término medio
En los biopics la ficción es siempre un elemento clave, discursivo y dramático, aunque no tenga que ver con la realidad. Viene esto a cuento de los cuatro guiones de las películas de Oliver Stone sobre los Beatles, en los que Ringo Starr está introduciendo correcciones. Porque la mitificación de los Beatles y su mezcla con los recursos habituales de la narración cinematográfica -diálogos concisos y no siempre reales, cronología que condensa los eventos y énfasis en ciertos rasgos de los protagonistas para hacerlos más o menos atractivos- podrían desdibujar la realidad a costa de su comercialidad. En el caso de los Beatles aún quedan dos personas que pueden aseverar de primera mano lo cierto y lo incierto de la historia, pero cuando el biopic es el de un personaje alejado en el tiempo se corre el riesgo de que la ficción se imponga a la verdad. Y al contrario, cuando se busca una fiabilidad extrema entonces la película termina por ser una biografía autorizada, poco crítica e irrespetuosa con la libertad creativa del cineasta. No hay término medio.
Coincidencia inoportuna
Por fin se ha producido 'el parto de los montes' en el ministerio de Urtasun, el anhelado Plan de Derechos Culturales, un «hito en Europa» para sus responsables: 146 medidas, una dotación de 79 millones de euros y un horizonte a dos velocidades -100 medidas en el corto plazo, para 2027; y las demás para 2030-, cuyo objetivo resumido es el de «remover y repensar la acción pública en el sector». Además de las ayudas pertinentes, el acento se pone en luchar contra las exclusiones culturales y en facilitar un acceso igualitario a la oferta cultural. Loable objetivo, cuyo aclamado anuncio coincide esta semana con el cierre de diversas salas por falta de vigilantes en varios museos nacionales, entre otros el Arqueológico y el Museo de América. En resumen, en el «hito europeo» de Urtasun no concuerda el acceso igualitario a la cultura con la desorganización laboral de su oferta.
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