Despojos y desmontajes
Los robos de joyas históricas no han sido infrecuentes y en ocasiones también han sido idealizados por el cine y la literatura, incluso a veces ... convirtiendo en atractivos delitos de cuello blanco los crímenes que despojan a una nación de su legado histórico. Vaya esta reflexión ante la estupefacción por lo acontecido en la sala de Apolo del Museo del Louvre, un robo tan inimaginable como el perpetrado en 1792, en plena Revolución Francesa, cuando una banda de delincuentes se llevó del Guardamuebles Nacional valiosas joyas de la Corona de Francia, entre ellas el «Regente», el diamante que Napoleón mandó incrustar al joyero Nitot en su espada imperial, posteriormente recuperado y hasta ahora exhibido en el Louvre.
Afortunadamente, no parece que esta piedra de 140 quilates figure en el botín de los ladrones, como tampoco el famoso diamante Sancy, otra pieza con una larga historia desde el siglo XIV, robado también en 1792 y recomprado por el estado francés en 1975. Ambas piedras, junto con la corona de la Emperatriz Eugenia de Montijo y el diamante «Hortensia», eran quizás las piezas más notables de la colección de 23 joyas históricas. Que la corona de la Emperatriz Eugenia figurara en el botín del robo -aunque afortunadamente se recuperó tras ser abandonada por los ladrones en su huida- indica la preferencia por piezas que se pueden desmontar, facilitando su venta de forma fraccionada. Porque la venta en el mercado de un diamante histórico procedente de un robo resulta imposible, a menos que su adquirente quiera que «brille en la sombra».
Por contra, el desmontaje de los 1.533 diamantes y las 56 esmeraldas incrustadas en la corona de la Emperatriz posibilitaban una venta de piedras sueltas que es menos fácil de localizar. Habría sido una catástrofe histórica, en todo caso, lo mismo que este robo y su aparente facilidad ponen de manifiesto la grave vulnerabilidad del legado patrimonial francés y de la seguridad en el museo que lo alberga.
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