Boicot cultural: entre la razón y el linchamiento
El boicot o la cancelación cultural es siempre un recurso comprometido, a veces justo y necesario, otras desmedido o abusivo e incluso en muchos casos ... mangoneado por alguna ideología tajante y extremista. Viene esto a cuento de la cancelación en Italia del concierto que iba a dirigir en Caserta Valery Gergiev, el director ruso que une a su prestigio el respaldo a Putin y a la agenda imperialista del Kremlin. Naturalmente, la protesta por la vuelta a los escenarios europeos de algunas figuras rusas pro-Kremlin tiene sentido. Porque no es lo mismo un artista que se pronuncia en público contra una invasión o una guerra que ya dura más de tres años, que otro cuyo silencio le convierte en cómplice de Putin. Véase el caso de la soprano Anna Netrebko, defensora de Putin antes de la invasión de Ucrania, pero después crítica al condenar la guerra. Es probable que su regreso a los escenarios europeos el próximo septiembre en la 'Tosca' de la Royal Opera House de Londres siga generando alguna suspicacia, aunque su posición personal ante Putin no es la misma que la de Gergiev. Pero el problema general de las cancelaciones es que derivan de un llamamiento a la condena y al ostracismo del señalado que suele ser masivo y escasamente matizado. Véase el sorprendente caso de hace unos años, cuando se pretendía que el boicot a lo ruso alcanzara también a la música de Tchaikovsky.
O cítese, igualmente, el ejemplo de la cancelación cultural a todo lo que venga de Israel, incluidos sus artistas y hasta sus empresas culturales. Entendamos que en Israel hay una democracia y por ello también una libre contestación a Netanyahu. Entonces, ¿qué hacemos con la actriz israelí Gal Gadot que acaba de pronunciarse en el Festival de Cine de Jerusalén contra la guerra de Netanyahu? ¿Le cancelamos solo por ser judía y de Israel? Ya digo que lo del boicot masivo tiene sus razones y también sus excesos. Entre estos últimos están la exageración punitiva, la generalización absurda y la represión de la libertad de expresión.
Exitosa dualidad
El rock es creación musical y expresión cultural, pero también un negocio boyante para los 'dioses' del género. Uno de los artistas que mejor refleja esa dualidad entre la creación y la industria es Bruce Springsteen, poeta de paisajes urbanos, cantor de las tensiones entre el sueño americano y la justicia social o incluso soñador de lugares existenciales como la nostalgia y la alienación; pero también uno de los artistas vivos que más dinero ha ganado tras 51 años de carrera. Lo digo porque se ha sabido que su gira 2023-2025 que concluyó el 3 de julio en Milán no solo recaudó 729 millones de dólares, sino que además fue la más taquillera de su carrera, superando ampliamente la de 2012-2013 que ingresó 347 millones de dólares. Más aún, este último tour de Springsteen se sitúa entre las diez giras más taquilleras de la historia. ¿Es este éxito comercial y económico compatible con su papel en la cultura popular, en el reflejo de la realidad social o también en la crítica política a Trump? Por supuesto que lo es.
Resolviendo el conflicto
Por arte de birlibirloque, como se dice en caló, el debate sobre el Guggenheim Urdaibai ha entrado de lleno en la metodología de la resolución de conflictos -escucha activa, causas, opciones, mediación internacional, etc…-, esa pericia que da sentido ontológico al Centro Lehendakari Aguirre o a su proyecto compartido con la Universidad de Columbia, amarraditos los dos en «el estudio de la transformación socioeconómica vasca en un contexto de violencia y conflicto político». De modo y manera que el método balsámico ya tiene un anticipo, por el que se descarta el emplazamiento de Murueta. Pues sí, no será fácil encontrar otra ubicación en la Reserva de la Biosfera para un proyecto que también aspira a la regeneración ambiental, pero es seguro que los arúspices internacionales darán con la fórmula magistral y lo acabamos celebrando con un Hamaiketako en la Villa Arnaga de Cambo-les-Bains.
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