Es la escena de 'Memorias de África' que se ha recordado estos días como un icono del erotismo de buen gusto: Robert Redford lavándole la ... cabellera a una Meryl Streep que acaba totalmente entregada a su improvisado peluquero cuando éste vierte un jarro de agua, suponemos que no fría, sobre su cabeza. Hasta ese momento el galán le refrota el pelo enjabonado con una libidinosidad energética y salerosa; con la maña del que sabe lo que se hace. La sensualidad llega a la fase culminante con el chorro de agua. El secreto de la escena reside en cómo ella cierra los ojos; en cómo entreabre un par de veces la boca como un pez; en cómo suspira y termina levantando las persianas de los párpados voluptuosamente para mostrar la luz de sus pupilas y dirigirle a él una mirada de rendida gratitud.
Creo que esa miradita que le lanza Streep a Redford debe de ser el sueño de todos los peluqueros. ¿A qué profesional no le gustaría que, después de un lavado, una señora lo mirara así? No hablo de sexo sino de agradecimiento. Pero, para lograr ese efecto, también ellos tendrían que esforzarse un poco y recitar, mientras hunden los dedos en las crines de sus clientas, unos versos de Coleridge, como lo hace el gran actor que se nos fue la semana pasada.
Esos versos que recita con histrionismo risueño Robert Redford del gran poeta inglés pertenecen a 'La balada del viejo marinero', un emblemático poema narrativo del Romanticismo británico en el que un anciano lobo de mar cuenta la maldición que cayó sobre él cuando mató a un albatros con su ballesta. Su arrepentimiento le liberó del maleficio, pero a condición de que contara su historia y predicara el amor a todas las criaturas. Así lo hace ante uno de los convidados a una boda. De la bella composición, el actor toma dos estrofas, la primera de ellas cortada: 'Rompió a reír sin medida y sin pausa / mientras sus ojos vagaban perdidos / ¡Ja, ja! Bien claro veo ahora / que sabe remar el Diablo'. La segunda la recita entera y en ella enuncia la moraleja: '¡Adiós, adiós, amigo! Pero atiende, / tú, invitado, una última cosa he de decirte: / Reza bien quien bien ama al hombre, a la bestia y al pájaro'. Meryl Streep le reprocha en la escena que se salte varios versos, a lo que su enjabonador le responde erigiéndose en crítico literario: 'Suprimo los trozos que me parecen aburridos'.
El poema no es invocado en la película por casualidad. Como se sabe, ésta se halla inspirada en las memorias de Isak Dinesen y en la apasionada relación que ésta mantuvo con el aventurero Denys Finch-Hatton, un devoto de Coleridge que hizo poner en su tumba algunos de los versos que Redford recita a modo de homenaje. En 1985, aún se hacía cine con ese tipo de guiños culturalistas y sabían quién era Coleridge los Redford y las Streep, o sea, la gente realmente guapa.
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