«Me hierve la sangre cuando veo macrobotellones desde el hospital»

La pandemia le ha impulsado a combatir la desinformación desde su intensa actividad en los medios de comunicación. «Me hierve la sangre cuando veo macrobotellones desde el hospital», confiesa. Hoy, a partir de las ocho de la tarde, en el Salón El Carmen, protagonizará un nuevo encuentro del Aula de Cultura de EL CORREO. El acto, organizado en colaboración con la editorial Plaza&Janés, está apoyado por Obra Social la Caixa.

La desinformación en torno a la Covid-19 motiva sus últimas intervenciones en la prensa o Internet. «Se hace duro ver las actitudes irresponsables sobre todo antes de las vacunas», confiesa. «Esa conducta te desesperaba, sobre todo, mientras trabajabas con el EPI y veías tanto sufrimiento». También ha luchado contra los bulos. «Creo que es lógico que haya dudas, pero resulta incomprensible que cuando aportas ciencia aduzcan teorías conspiranoicas».

La labor divulgativa que habitualmente realizaban los médicos es asumida por este veterano enfermero, con una larga trayectoria en el ámbito de la divulgación. «Esa función también la podemos hacer nosotros porque, cotidianamente, explicamos a los pacientes los diagnósticos e intervenciones. Lo hacemos de una manera sencilla y, simplemente, ha sido trasladar ese lenguaje a internet o los libros».

El seudónimo femenino es fruto del casi monopolio profesional que ejercen las mujeres. «En España somos 320.000 y menos del 10% son hombres. En clase éramos cuatro de 60 y te acostumbras, eres una más en el día a día», recuerda el autor de 'El silencio de los goteros' y 'Orgullo enfermero', su última publicación.

No quiere que se los reconozca como héroes. «Es una etiqueta que no pedimos, nos ha pesado más que beneficiado», alega y señala el perjuicio: «Ha romantizado la condición, como que aguantamos todo y no importa que no dispongamos de equipos o tampoco que se eche ahora a quienes combatían el coronavirus en los tiempos más difíciles».

La templanza del colectivo también ha sido digna de admiración. «La verdad es que todos tenemos paciencia, nosotros y también los pacientes, que es justo llamarlos así porque su situación no es agradable ya que, cuando entran en el hospital pierden el control sobre su vida y cuerpo», indica. «Es lógico que estén irascibles y protesta, es la rabia contra la enfermedad. Lo entendemos perfectamente».

Los sanitarios ya son «surfistas experimentados», según sus palabras, tras enfrentarse a tantas olas pandémicas. «Se está haciendo largo», confiesa. «Se te cae el alma cuando aumentan los casos. Afortunadamente, la última ola no ha producido un incremento exagerado de los ingresos. La primera fue descorazonadora con los enfermeros aislados y todas aquellas caras de amargura. Éramos la única visita que recibían. También fue titánica la campaña de vacunación. Estamos deseosos de que esto acabe».