¿Pujanza?
Hora y media después de la apertura de ARCO, a la galería Juan Silió ya solo le quedaba una de las tres piezas a la ... venta de Nora Aurrekoetxea (Bilbao, 1989), una obra conceptual en aluminio, reflejo de su predilección por los materiales de construcción, cuyo precio alcanzaba los 10.500 euros. Este espejismo inicial de pujanza quizás se explique por la presencia temprana de los coleccionistas públicos y privados, todo lo cual se confunde por los pasillos con la colorida comparecencia del llamado 'arty world', es decir, el grupo que se apunta al arte y su mercado como instrumento de singularización social. Sea como fuese, no hay forma de certificar en ARCO la realidad comercial o el auténtico volumen del mercado.
Así, como contrapeso a la euforia, algunos galeristas también reconocen la incertidumbre del momento y la bajada o el mantenimiento de los precios, algo que contrasta con el tratamiento fiscal que se les dispensa –un IVA del 21% que les aleja de la media europea- y con la nula atención pública al coleccionismo privado. Como es habitual, en los dos pabellones de ARCO conviven dos realidades diferentes. En el primero, el 7, las galerías más fuertes, la oferta más segura, los artistas más cotizados o incluso las vanguardias históricas. Y en el 9, la creación más emergente, el arte latinoamericano y los programas paralelos. Lo mismo que en pasadas ediciones, en el 7 se echan en falta las multinacionales del arte, solo suplidas por dos grandes: Thadeus Ropac -que exhibía a Baselitz, Jungwirth y que colgaba una obra imponente de Rauschenberg- y Perrotin.
Por su parte, las obras de una veintena de artistas vascos están presentes en distintos stands. Entre ellas, quizás la de más alta cotización sea la 'Lurra' de Chillida que ofrece el galerista Guillermo de Osma (500.000 euros), seguida por las planchas de acero de Aitor Ortiz en Max Estrella (52.000 euros), las piezas de June Crespo en la excelente selección de CarrerasMúgica y las cajas de luz de Ixone Sádaba en ATM (12.000 euros). Una pena, en fin, que la presencia institucional vasca se limite a respaldar la presentación de la nueva responsable del Guggenheim y no tanto a reflexionar sobre la debilidad del galerismo vasco.
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