Compromiso experimental
Hay dos cuestiones fundamentales perceptibles para el espectador en el recorrido por esta antológica que consagra la Alhóndiga al formidable periplo creativo y experimental de ... Marisa González. Una es el compromiso social o el discurso crítico que subyace en muchos momentos de su viaje indagatorio por las posibilidades que le brindan las tecnologías surgidas en los años 70. Es algo que aflora con claridad en las distorsiones de su fax art, en las manipulaciones del proceso de fotocopiado, en las alteraciones de la percepción de la imagen artística, en el empleo del 'body copy' o incluso en la rememoración posmoderna de la destrucción de los espacios industriales.
En cuanto a la otra cuestión igualmente sempiterna en la obra de la artista, se hace evidente que en el automatismo de su arte generativo y en el empleo de las tecnologías, la idea de la creadora siempre prevalece por encima de la máquina y los procesos. Esto mismo reafirma su prevalencia en este triángulo formado por el creador, la tecnología y el arte, posibilitando una narrativa singular y crítica –desigualdad y violencia de género, cuestionamientos políticos y sociales, abusos laborales…–, una forma alternativa de representar la realidad –con anclajes y precedentes en Fluxus y en otras corrientes de vanguardia– y un método o un lenguaje que supera ampliamente el uso y las imágenes ordinarias del medio empleado. Una pena, eso sí, que su uso pionero de las tecnologías y los medios digitales no tengan continuación o extensión expositiva vanguardista a la vertiginosa dinámica de los avances actuales.
Y una pena, igualmente, que su admirable activismo supere al final su voluntad experimental, prevaleciendo el documental, la fotografía o la instalación como herramientas exclusivamente críticas –'Proyecto Ellas, Filipinas', 'Panificadora' o 'Proyecto Nuclear Lemóniz'–, frente a una nueva y deseable vuelta de tuerca más experimental para narrar y representar esos mismos temas.
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