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Víctor santos
«En las redes sociales los bulos campan a sus anchas»
Ciencia | Salud

«En las redes sociales los bulos campan a sus anchas»

Investigadores de la Universidad de Navarra analizan en un estudio las falsedades sobre ciencia y salud difundidas en España durante los tres primeros meses de la pandemia

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Miércoles, 13 de abril 2022

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En marzo de 2020 nos encerramos en casa para protegernos del coronavirus. «Las redes sociales se convirtieron entonces en nuestra ventana a la calle», recuerda Ramón Salaverría, profesor de Periodismo de la Universidad de Navarra. Y, de la noche a la mañana, nos vimos expuestos a una avalancha de desinformación. Porque «en las redes sociales los bulos campan a sus anchas», advierte Salaverría, que firma hoy en la revista 'PLOS ONE' –junto con sus colegas Bienvenido León y María Pilar Martínez Costa, y el microbiólogo Ignacio López Goñi– un estudio de las falsedades sobre ciencia y salud difundidas en España durante los tres primeros meses de pandemia.

«Un bulo es todo contenido intencionadamente falso de apariencia verdadera que se comunica públicamente», explica el director del proyecto de investigación 'RRSSalud', financiado por la Fundación BBVA, poniendo énfasis en el 'intencionadamente'. «La propuesta del proyecto la presentamos a finales de noviembre de 2019. Queríamos analizar el problema que podía suponer la difusión de noticias falsas sobre salud a través de las redes sociales», rememora López Goñi. Tres meses después estalló la pandemia y, con ella, una infodemia que el equipo del proyecto ha analizado hasta el momento en dos trabajos.

El periodismo como barrera

En el primer estudio, publicado en 2020, examinaron 292 bulos propagados entre el 14 de marzo y el 13 de abril de aquel año, identificados como tales por tres plataformas de verificación acreditadas por la International Fact-Checking Network. Se trataba de falsedades de todo tipo, de las que un tercio (34,9%) eran sobre ciencia y salud; un cuarto (26,7%), sobre política; y el resto (38,4%), sobre otros asuntos. «Las redes sociales en su conjunto, sean cerradas o abiertas, se confirman como el entorno principal de las difusión de bulos», destacaban entonces los autores. De las 292 falsedades, solo 12 (4%) se había colado en los medios de información, lo que, a juicio de los autores, demuestra el importante papel de los periodistas a la hora de filtrar contenidos.

El trabajo que publican ahora en 'PLOS ONE' se centra en los bulos sobre ciencia y salud difundidos entre el 11 de marzo y el 10 de junio de 2020, 218 de un total de 533 falsedades. La mayoría se expandió a través de múltiples plataformas, con WhatsApp (54) a la cabeza, seguida de Twitter (26) y Facebook (18). «Esto pone de manifiesto que el periodismo profesional es más necesario que nunca porque es fundamental contrastar la información», afirma Bienvenido León. Al igual que en el primer estudio, solo 12 falsedades sobre ciencia y salud se publicaron en los medios tradicionales. «En los medios periodísticos puede haber contenidos erróneos, pero rara vez hay una intención deliberada de comunicar algo falso», subraya Salaverría.

Claves para combatir la desinformación

  • Fuentes: seleccione bien dónde se informa, recurriendo siempre a fuentes acreditadas que empleen datos solventes.

  • Desconfiar: la desinformación nos llega a menudo de personas en las que confiamos (familiares, amigos, compañeros de trabajo...). La cercanía no convierte a alguien en una fuente de información fiable ni evita que comparta información falsa.

  • Contrastar la información: cuanto más sorprendente es una historia, más necesario es comprobar su veracidad consultando varias fuentes y no fiándose solo de una.

  • Prudencia: conviene pararse a pensar antes de compartir una supuesta noticia que nos ha llegado a través de las redes sociales. ¿A quién beneficia? ¿A quién perjudica? ¿Puede ser falsa?

  • Filtros: por sistema, hay que desconfiar de la información que nos llega a través de plataformas o canales en las que no hay profesionales que la filtren, como sucede con ls redes sociales.

Además de ser propagados por intereses pseudocientíficos y conspiranoicos, los bulos científicos tienen su origen muchas veces en la ciencia apresurada –«que parte de resultados reales, pero preliminares»–, la descontextualizada –«el resultado se saca de contexto»– y la mal interpretada –«el resultado se tergiversa»–, indica León. Para los autores, una de las principales fuentes de falsedades en el periodo analizado fueron los llamados 'preprints', artículos que se cuelgan en repositorios públicos antes de haber superado la revisión por pares propia de las revistas científicas. Muchos mueren ahí, nunca superan los filtros por fallos metodológicos o de otros tipos, pero consiguen eco por el mero hecho de colgarse en esos repositorios.

'Preprints' y 'autoridad ampliada'

Fumar protegía contra el coronavirus, según un 'preprint' hecho público en marzo de 2020 en el que se aseguraba que, entre los hospitalizados en China, el porcentaje de fumadores era menor que la media. La 'noticia' del posible papel protector de la nicotina corrió como la pólvora en Twitter, aunque ese artículo y otros similares no superaron la revisión por pares. A día de hoy, se sabe que el tabaquismo es un agravante de la enfermedad. Otro 'preprint' apuntó en enero de 2020 que el SARS-CoV-2 pudo nacer en un laboratorio al combinar el virus del sida con uno del síndrome respiratorio agudo grave (SARS). Los investigadores de la Universidad de Navarra recuerdan que sus autores retiraron el artículo tres días después, a pesar de lo cual la idea se expandió por las redes sin freno.

Otro de los problemas ha sido lo que Salaverría y su equipo llaman la 'autoridad ampliada', que ha hecho que, por ejemplo, un médico de urgencias se convierta en fuente de información sobre virología a pesar de no controlar la materia. «Por el hecho de llevar bata blanca, algunos se han sentido capacitados para sentar cátedra en asuntos sobre los que no son especialistas», dice León. «Yo muchas veces he tenido que decir: 'No lo sé'. Atreverse a decir eso es algo que hay gente que lo lleva muy mal, pero en la ciencia es muy frecuente decir que no sabemos algo con seguridad», añade López Goñi, microbiólogo y uno de los expertos que durante la pandemia más ha ayudado a los periodistas a contextualizar hallazgos y evitar temores infundados, situando los riesgos en su justa medida.

Ante esta situación, León recomienda que siempre seamos «prudentes con toda la información de salud que nos llega, aunque sea de personas conocidas». Mucha gente recibió por WhatsApp de familiares mensajes de voz grabados por supuestos profesionales sanitarios que aseguraban vivir escenas propias de películas apocalípticas. «Es mucho más fácil identificar los bulos en las plataformas abiertas, como Twitter, que en las cerradas, como Facebook», indica Salaverría. «Twitter bien utilizado es una herramienta profesional muy buena y lo ha demostrado durante la pandemia. Somos tribus y, si sigues a tu tribu, te puedes enterar de muchas cosas. Yo siempre pongo el ejemplo de Tulio de Oliveira, el investigador de Sudáfrica que descubrió Ómicron. Si le seguías a él, te enterabas de todo lo relacionado con Ómicron antes que nadie», asegura López Goñi.

Para Salaverría hay tres líneas de actuación prioritarias: «el desarrollo de algoritmos y sistemas de inteligencia artificial para la detección temprana de contenidos potencialmente desinformativos; la creación de un marco legal adecuado para, sin caer en la censura, generar una trazabilidad respecto a los contenidos y atribuir la responsabilidad en el caso de que sean delictivos; y ahondar en la educación de la ciudadanía en el uso de las herramientas con criterio».

Salaverría, León, López Goñi, Martínez Costa y María Carmen Erviti –también investigadora del proyecto 'RRSSalud'– han escrito 'Mentiras peligrosas. Guía para esquivar la desinformación en salud', un manual que puede descargarse gratis de la web de la Universidad de Navarra.

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