Rafael Gardeazabal: «Transmite mucha paz y acariciarlo es un lujo»
En su infancia no hubo mascotas, pero su padre tenía un acuario. «Le encantaba. Nos enseñaba, por ejemplo, cómo criaban. En su momento, en la tienda, también tuvimos una pecera grande con carpas», asegura el comerciante y presidente de BilbaoDendak
Si Max se ha incorporado al hogar de Rafael Gardeazabal, ha sido en buena medida gracias a Otra. Así, con ese nombre un poco desconcertante, se llamaba la perra que la familia tuvo en acogida el año pasado, en su casa de veraneo en Plentzia. «Nos llegó a través de una amiga que trajaba en una protectora. Era mezcla de pastor vasco y mastín de los Pirineos, pesaba treinta kilos y había tenido una vida complicada: la habían maltratado, le habían cortado la cola con un hacha...», relata el propietario de Derby y presidente de BilbaoDendak. ¿Y se llamaba... Otra? «La habían rescatado de un pabellón industrial de La Rioja y estaba hecha un desastre, con el pelo revuelto, parásitos... Cuando le cortaron el pelo, el veterinario dijo: '¡Parece otra!'. Y se quedó con eso».
En realidad, hacía tiempo que Rafael y su mujer se planteaban la posibilidad de buscar un perro. La única mascota de la familia hasta entonces había sido Dimitri, un hámster ruso que tuvo su hija, pero durante mucho tiempo no habían echado de menos la compañía de un animal: «En verano, nos volcábamos en los niños, pero ahora tienen 15 y 18 años y es como si no los tuviésemos, porque desaparecen. A nosotros nos gusta mucho andar y pensábamos a menudo en un perro». La inolvidable experiencia con Otra, que pareció florecer durante el periodo que pasó en su casa, sirvió de argumento definitivo. Y, cuando la protectora encontró una familia de adopción en Etxebarri, la separación rozó el drama emocional: «¡Fue algo durísimo!». De inmediato se pusieron a la tarea de encontrar un perro que no solo se adaptase al jardín de los veranos en Plentzia, sino también a las rutinas menos expansivas de un piso, y fue así como Max entró en sus vidas.
«El bichón maltés es muy bueno para un piso: no necesita mucho tiempo en la calle, es supercariñoso, no suelta pelo y es una gozada con los niños», repasa Rafael, mientras Max corre en círculos alrededor de los desconocidos con esa vitalidad un poco atolondrada de los cachorros. «Cada día aprende una cosa nueva. Al principio, sacarlo a la calle era una tortura, porque diez metros se convertían en veinticinco: hacía cualquier recorrido menos la línea recta. Ahora ha mejorado y los coches ya no le dan miedo. Le falta interactuar con otros perros, porque es todavía un poco dominante y se pone a ladrarles, sin importar lo grandes que sean. Ya se ha ganado algún bufido».
Sin interruptor
La convivencia con el pequeño Max es cómoda, sin grandes complicaciones. «Es como un juguete de peluche, lo malo es que no tiene interruptor para apagarlo, ja, ja... En realidad, se hiperactiva cuando estás activo con él, pero también es un dormilón. ¡Duerme catorce horas al día!». La cosa del mundo que más le gusta al bichón es su muñeco, un pingüino que antes perteneció a la hija de Rafael. ¿Y lo que menos? «Odia los balones. Mi hijo dejó uno en el jardín y Max se negaba a salir: yo no entendía por qué, pensaba que a lo mejor se había colado algún gato, pero cuando cogí el balón echó a correr como loco. Ahora ponemos adrede el balón entre las flores, para que no se meta. Y, en la tienda, siempre se tira cinco minutos ladrando a los maniquíes, hasta que ve que no le hacen nada».
En estos meses, la familia ya ha comprobado que sus expectativas sobre lo que aporta una mascota se quedaban muy cortas. «Para mí, el mayor cambio es que jamás estás solo. Nunca nadie me había recibido como este perro, y no creo que lo hagan. Cuando está tranquilo, con esa respiración pausada, transmite mucha paz, y acariciarlo es un lujo».
Max
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Raza: bichón maltés.
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Edad: 7 meses.
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Peso: 4 kilos.
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Carácter: cariñoso, inteligente y dormilón.
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¿Alguna manía? Detesta los balones. Tampoco le gustan mucho los maniquíes.