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Jon Garay
Miércoles, 24 de junio 2015, 17:58
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El 3 de agosto de 1492 88 hombres partieron del puerto de Palos, en Huelva, rumbo a lo desconocido. Al mando de la expedición estaba Cristóbal Colón, un genovés viajero y persuasivo que tras años de esfuerzo logró que los Reyes Católicos financiaran un viaje de descubrimiento que pretendía llegar a las Indias por una vía nueva, la del oeste. Musulmanes y comerciantes italianos controlaban el acceso tradicional por el este al oro y las especias que llegaban de Oriente y África a manos llenas. Había que llegar a ellos de forma directa y rápida, sin intermediarios. Los portugueses habían elegido el sur, circunnavegando África. Castilla apostaba por un camino nuevo, un camino que cambiaría la historia del mundo. ¿Cuánto costó aquel primer viaje?¿Cómo se reclutó la tripulación?¿Qué comieron durante una travesía que duró más de un mes?
Cuando comenzó aquella aventura Colón tenía unos 40 años. Había nacido en Génova en el seno de una familia de tejedores. Buena parte de su vida se centró en superar su origen, fuera humilde o algo más acomodado, que de todo se ha dicho. Aunque no tanto como de su lugar de nacimiento, por aquello de que nunca escribiera en italiano. A falta de una educación formal, fue un autodidacta. Leía, sí, pero sin demasiado espíritu crítico. Marco Polo era una de sus lecturas preferidas. Hacia 1477 se desplazó a Lisboa, donde participó en el comercio del Atlántico hacia el norte de Europa. Aquí las historias casi siempre fantasiosas de los marineros cautivaron su imaginación.
En todo ese tiempo fue pergreñando su proyecto. De hecho, fue al rey portugués Juan II a quien primero se lo propuso. Lo hizo en 1484. La respuesta fue negativa. Portugal, una gran potencia marítima en la época, tenía sus propios planes y solo tardaría tres años en doblar el Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de África. Eso, y que en el plan de Colón se había de partir sí o sí desde las Canarias, conquistadas por Castilla unos años antes. Esto hubiera supuesto un conflicto diplomático al que no estuvieron dispuestos (No obstante, en 1487 aprobaron un proyecto similar para encontrar "islas y tierra firme" en el Atlántico al aventurero flamenco Ferdinand van Olmen).
Con este rechazo y la muerte de su primera mujer, portuguesa, Colón decidió trasladarse a la potencia vecina, Castilla. Expone su proyecto en 1486 y una comisión de expertos de Salamanca la rechaza. Le consideraron, con razón, como un iluminado. Sus cálculos eran erróneos: Japón, llamada entonces 'Cipango' y que se creía "el origen de todas las especias del mundo y de todas las piedras preciosas", estaba bastante más lejos de lo que pensaba. Bastante más, de hecho: lo suficiente para que ninguna embarcación de la época pudiese llegar sin escalas.
1,2 millones por todo un continente
Insistente como era -probó suerte también con Francia e Inglaterra- y con importantes apoyos en la corte, siete años después los Reyes Católicos aceptaron el plan. Granada acababa de caer y ya podían dedicar sus esfuerzos a nuevas y, esperaban, lucrativas empresas.
Según el acuerdo al que llegaron, Colón obtendría los títulos de Almirante de la Mar Océana y Virrey de todas las tierras que descubriera para él y sus sucesores en perpetuidad, lo que incluia el 10% de todas las riquezas que produjeran y una octava parte de cualquier otra empresa descubridora que se organizase, una barbaridad insostenible que terminaría en 1556, cuando los herederos aceptaron conservar el título de almirante a cambio de una pensión. Por su parte, los reyes se comprometieron a financiar la empresa con dos millones de maravedíes. ¿Mucho o poco? Es más o menos los ingresos anuales de un aristócrata de provincias, según el historiador Felipe Fernández-Armesto. Otro experto en la materia, Antonio Domínguez Ortiz, tradujo esa cantidad a la actualidad y calculó que serían unos 200 millones de pesetas, es decir, 1,2 millones de euros, que además fueron financiados por unos cuantos extremeños humildes que creyeron ganarse el cielo contribuyendo con limosnas a la bula de cruzada emitida para la ocasión. Una forma muy habitual de financiación por entonces y uno de los motivos que llevaron a Lutero a la Reforma.
Seis meses tardó en reunir a los hombres, el material y los barcos. Del reclutamiento se encargaron fundamentalmente los hermanos Pinzón. La mayor parte de los 87 hombres que oficialmente -probablemente serían más, unos 100- acompañaron a Colón fueron reclutados en la propia Palos y en Sevilla, pero también había un contingente de vascos de la mano del cántabro Juan de la Cosa y al menos tres extranjeros (dos italianos y un portugués). 26 hombres subieron a bordo de la Pinta, 22 en la Niña y 39 en la Santa María. Entre ellos había un boticario, un cirujano, un escribano, un sastre y hasta un traductor, pero ninguno de ellos era mujer ni soldado ni eclesiástico. El objetivo era explorar, no colonizar ni conquistar ni evangelizar. Todavía...
'Bizcocho' y agua con vinagre
Las dos primeras embarcaciones eran dos carabelas, un tipo de barco especialmente apto para la navegación por el Atlántico. Medían unos 20 metros de eslora y tenían una capacidad de unas 60 toneladas, más o menos lo mismo que una lancha pesquera de tamaño medio de hoy en día. Ni siquiera aquí los reyes invirtieron demasiado: Palos tenía una deuda con el tesoro que pagaron con los barcos. Algo más grande era la Santa María, que alcanzaba las 100 toneladas. En cualquier caso, es difícil imaginar a tantos hombres en tan reducido espacio.
Aventurarse en el Atlántico era una tarea muy diferente a la de navegar, por ejemplo, en el Mediterráneo. Ni los vientos ni las corrientes tenían nada que ver. Tampoco servían los mismos barcos. Colón sabía dos datos fundamentales cuando partió de Palos: que en la latitud de las Canarias soplaban vientos del este y que en la de las Azores lo hacían del oeste. Dicho de otra manera, los alisios le permitirían ir y, más importante, volver. En la mentalidad de la época figuraba también la existencia de unas antípodas en medio de la nada de aquella enormidad, un punto intermedio en el camino de las Indias.
Adentrarse en el Atlántico no era una empresa demasiado atractiva para ningún marino. Lo que se conocía de la navegación por el océano procedía de la experiencia en la pesca del bacalao y las ballenas, que había llevado a los marinos -vascos, entre otros- hasta las aguas de Terranova, además de las experiencias anteriores de los vikingos. Más al sur, habían sido los mallorquines y los genoveses los primeros en asomarse a las Islas Canarias. La experiencia portuguesa también hizo conocer la navegación hasta las Azores y por la costa africana.
Ante estas circunstancias, se permitió que hasta condenados formaran parte de la tripulación. De hecho, embarcaron cuatro. En cuanto a los salarios, los mejor pagados, los capitanes, recibieron 35.000 maravedíes (unos 21.000 euros, siguiendo el cálculo de Domínguez Ortiz). Los menos afortunados, los grumetes, obtuvieron 8.000 (algo más de 4.000 euros). A todos ellos se les dio un adelanto de cuatro meses.
Para afrontar el viaje llevaron a bordo pescado, tocino, harina, vino, agua, aceite de oliva y 'bizcocho', un pan sin levadura cocido varias veces para eliminar la humedad y favorecer su conservación. En Canarias, donde se detuvieron seis días después para reavituallarse, se llevaron algunos quesos de la Gomera. Los alimentos frescos eran muy importantes. El escorbuto, causado por la falta de vitamina C, era muy habitual entre las tripulaciones pero no sería hasta el siglo XVIII cuando descubrieron su origen. Tan importante o más era el suministro de agua. Lo habitual es que le echaran vinagre para prolongar en lo posible su conservación frente a los microbios.
Reanudaron la marcha el 6 de septiembre. Por delante, una travesía que superaría ampliamente los diez o doce días que como máximo pasaban los marinos sin ver tierra por entonces. Fue un mes lleno de tensiones. Colón llevó una doble contabilidad de la distancia recorrida. La manipulada, que era la que decía a la tripulación, y la real, mucho mayor. El día 17 comenzaron las dificultades. Los marineros estaban ansiosos por llegar. Parece que fue el sector vasco el que llegó a amenazar con amotinarse y tirar al Almirante al océano. Para su suerte, Martín Pinzón impuso su autoridad y la situación se contuvo. Finalmente, el 12 de octubre, avistaron tierra.
No se sabe con certeza a cuál de las islas del Caribe arribaron. San Salvador, la bautizó Colón. En las semanas siguientes exploraron esta y otras islas llegando hasta Cuba. Encontraron unos paisajes asombrosos y unos nativos todavía más sorprendentes: gentes pacíficas y tan inocentes a sus ojos como para vivir desnudos. Pero poco oro. Demasiado poco.
Un regreso tormentoso
En Nochebuena, la Santa María naufragó. Señal para Colón de que había que regresar. Dejó a 30 hombres en un fuerte construido con la madera del barco y emprendió el viaje de vuelta. Era el 15 de enero. Todo fue bien durante un mes. El 14 de febrero una terrible tormenta separó a la expedición y casi volvió loco al almirante, que tomó aquella experiencia como una señal de que había sido elegido por la divinidad.
Finalmente llegó a tierra. Pero no lo hizo a Castilla, sino a Lisboa, donde se reunió nada menos que tres veces con el rey portugués. Menos suerte tuvo Martín Pinzón. Su nave, separada de la de Colón por la tormenta, llegó a Bayona pero no pudo soportar los rigores del viaje y falleció antes de presentarse ante los Reyes Católicos en Barcelona.
Colón trajo consigo algunos 'indios' cautivos, loros y plantas desconocidas en Europa. Nada que mereciera otra expedición a ojos de los monarcas si no fuera porque también presentó el poco oro encontrado. Poco, pero suficiente para que Isabel y Fernando dieran el visto bueno al segundo de los cuatro viajes que emprendería. Esta vez la ambición sería mayor, con consecuencias en muchos casos trágicas para los indígenas. Ya no iban 88 (oficialmente), sino 2.500. Tampoco se encontrarían a tribus idílicas. El contingente dejado atrás en La Española había sido masacrado y se verían las caras con los temibles caribes, que, entre otras cosas, eran caníbales. Pero esto ya es otra historia, la historia de un mundo cada vez más pequeño gracias a aquel primer viaje.
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