Despojos de saldo
El auge del comercio online amenaza a las tiendas locales y pone a prueba la fortaleza de nuestras convicciones
Teníamos una radio chiquitina que se oía fenomenal y que además era muy bonita. Su diseño era así como retrofuturista. Como elemento decorativo le daba ... a la mesa de la cocina un aire hasta sofisticado. Nos gustaba muchísimo aquella radio.
Pues hace un año o así se me cayó al suelo y se rompió.
No la tiramos a la basura ni fuimos a comprar otra igual. No. Como cualquier otra familia antisistema buscamos un taller de reparación de electrodomésticos. No sabía que quedaban tan pocos en Bilbao. Al final encontramos uno en Santutxu. Olía allí a cables, a plástico, a metal quemado, a polvo y un poco a mundos extintos. Mñññññ, dijo el chispas al otro lado del mostrador de chapa gastada. Torció el morro. Me miró por encima de las gafillas que flotaban sobre la punta de su nariz y dijo algo que me sonó como que si el problema estaba en el circuito frontolateral derecho de la placa base no había nada que hacer; pero si lo que fallaba era el conmutador periférico por una fisura en el transformador termogradual, igual había solución. En fin, que no entendí nada. Pero daba aquel hombre mucha confianza por las gafas y por la pericia con la que manejaba el destornillador y la jerigonza electrónica. Que en un par de días nos llamaba.
Nos llamó en el tiempo convenido y nada. No había solución. Kaput. A otra cosa, mariposa.
Recientemente, totalmente olvidado el episodio, volvió a llamar aquel hombre del taller de Santutxu. Que tenía la radio finada allí y nadie había ido a por ella. Que estaba haciendo limpieza y que le estorbaban muchos cachivaches viejos que tenía amontonados. Educadísimo, dijo que si no nos interesaba, la tiraba y listo. Por supuesto, caballero. Proceda usted como mejor le convenga.
Me gustó muchísimo saber que resisten aún sitios así y profesionales así. Porque en términos comerciales los fenómenos pujantes son esencialmente dos. Uno, las grandes franquicias, tan aburridas y brillantes, en las calles más caras. Dos, los pijos cómicamente disfrazados que instalan sus tiendas de lujo en barrios de vocación canallesca.
Bueno, recientemente conocí otro modelo comercial muy llamativo. Fue en uno de esos mercadillos de stocks. Había allí un tipo que venía con un contenedor enorme, lleno de paquetes sin abrir. Eran paquetes de esos en los que una multinacional con nombre de río amazónico te envía a casa el pedido. Había paquetes también de muchas otras empresas de comercio online. Se vendían a 10, 20 y 30 euros. Nadie sabía lo que había dentro de cada uno. Era, por decirlo así, la versión contemporánea del viejo sobre sorpresa.
Decía el tipo aquel que eran paquetes que esas empresas recibían devueltos y que les resultaba un rollazo gestionarlos. Así que los vendían al peso. Y él compraba el mogollón para montar el negocio ese que tenía.
Allí estábamos, la multitud apretada alrededor del contenedor, como están los búfalos abrevando cuando encuentran una charca en la sabana africana. Agarrábamos las cajitas y las bolsas, las agitábamos, calculábamos el peso, y hacíamos conjeturas con sus formas. ¿Qué será eso? Seguro que algo que cualquiera necesitaría urgentemente. Un teclado, un espejo, una tableta, una tabla de cocina, un recogedor, un móvil, toallas, cajitas para meter cosas, guantes, una radio bonita...
Pasamos del tema porque ya nos habíamos comprado un aparato igualito al que teníamos, al que se me había caído al suelo, en una tienda de Indautxu. A tope con el comercio local. Como nos pide el Ayuntamiento de Bilbao: compromiso con la proximidad, con los negocios amigos, con el tejido productivo de la calle y del barrio.
A veces, claro, somos débiles. Y compramos alguna cosa en las grandes plataformas de internet. Culpable. Deténganme. Pero es que hasta el Ayuntamiento de Bilbao lo hace de vez en cuando. Menudo mosqueo que se han pillado los comerciantes del Mercado de la Ribera esta semana porque la autoridad municipal había adquirido varias cosas en esa multinacional de ventas online con nombre de río amazónico. Cosas que ofrecen las tiendas a la vuelta de la esquina.
Llamo desde aquí a la tranquilidad y a la tolerancia. A no ver fariseísmo ni inconsecuencia en el proceder de los dirigentes locales. No es cálculo ni travesura, creo. Es el virus rampante, el veneno que avanza, la vulgar indolencia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión