Molinos vascos y otros espíritus
Más allá de su valor arquitectónico, siendo uno de nuestros elementos de patrimonio industrial más relevante, está su historia. La de los hombres y mujeres ... que trabajaron en él y vivieron a su vera. Por eso es una gran noticia que la Diputación aborde la reconstrucción de Molinos Vascos. A la pena por verlo morir se sumaba el peligro de derrumbe y, sobre todo, el letal efecto que puede provocar en los vecinos el veneno que lleva dentro, empezando por el amianto.
Me consta que hay varios proyectos y, entre ellos, uno que es apasionante, novedoso y que ayudaría a la revitalización de la zona. Pero no debo ser yo quien lo cuente. Al menos de momento. Nos limitaremos a aplaudir la iniciativa, dado que la propiedad no estaba dispuesta a gastar un euro en evitar su derrumbe. Al menos esta vez salvaremos algo de nuestro patrimonio. No siempre fue así. Para comprobarlo basta con recorrer Zorrotzaurre.
En la isla situada frente a esos Molinos muchos de los edificios industriales y casonas ya solo son recuerdo. Cierto que la vida sigue y el progreso deja, discutible o no, derribos a su paso. Pero no parece agradable ser una ciudad como Las Vegas, donde lo más antiguo tiene dos días. Bilbao no es así. Y eso que no ha cuidado mucho su patrimonio. Empezando por el viejo puente de San Antón. Hubo polémica, pero no les tembló el pulso a nuestros antepasados a la hora de tirarlo. Y lo mismo sucedió con otras construcciones que acabaron igual. Como la Escuela y Talleres para Lisiados y Tullidos de Basurto, que luego pasaría a llamarse Escuela de Trabajo, Artes y Oficios.
Los hospitales y las clínicas también tenían sus días contados. En algunos casos el edificio permanece, pero con otros cometidos. Como las clínicas San Francisco Javier, hoy residencia, o Abando, que ahora es hotel. Caso curioso es el del Hospital de Solokoetxe, cuya vida sanitaria fue efímera y pasó rápidamente a usos educativos. Ya que hablamos de pupitres, al tantas veces llorado Santiago Apóstol deberemos sumar otros centros como las Escuelas de Marzana de la calle San Francisco, desaparecida en los 70. O la Villa San Pedro, que fue cedida para ser el Colegio de las Madres Misioneras y tuvo que aceptar una muerte y resurrección para ser más cómodo y operativo. No deja de ser una pena, porque el edificio original era muy hermoso.
Los que acogen dineros tampoco se salvan de caer. Que se lo pregunten al Banco Pastor Español que desapareció y ahora en su lugar imparten justicia. Y si se fijan en las torres de La Casilla podrán calcular el tamaño de los terrenos que albergaba, antes de construirlas, el Asilo de Huérfanos. La Iglesia del Carmen era diferente cuando nació y era infinitamente más bella que la actual.
Quizá el caso más sangrante, y a la vez revelador sobre cómo somos, es el del chalet de Olaso, en Indautxu. Lo derribaron para sustituirlo por pisos, justo el día antes de que se publicara la ley que protegía dichas construcciones.
Pero sigamos con el recorrido y subamos a Enekuri. Allí estaba la casa de los Garro. Desapareció. Lo mismo que Villa Carola de los Landetxo-Quadra Salcedo, cuyo espacio ocupó la fábrica Beltrán y Casado, fabricantes del mítico goggomobil, y posteriormente el polideportivo y la ikastola actuales.
Hay más. Seguro que ustedes los recuerdan. A veces no eran hermosos ni valiosos, pero guardaban historias. Como el edificio que habitaba en Avenida San Mamés y se tiró para dar continuidad a Alameda Rekalde. Recuerdo sus escaleras de madera y los largos pasillos. Ya no está. Ya saben, por aquello del progreso.
No soy un experto. Hace años un arquitecto me llamó ignorante por comentar que me gustaba la Casa de la Misericordia. Lo más suave que soltó fue que era una mierda y que deberían derribarla. De ahí que me haya alegrado la noticia de la rehabilitación de los Molinos Vascos. Ilusiona saber que se puede construir futuro sin destruir el pasado, para preservar ese valor que a veces olvidamos. El espíritu de nuestro ayer.
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