«Hui de Afganistán porque no quería vivir escondido, perseguido por los talibanes»
Kabir Shah, refugiado afgano casado con una irundarra, no esperaba el giro radical que vive el país del que salió en 2016, cuando decidió escapar del reclutamiento islamista
Oskar Ortiz de Guinea
Miércoles, 18 de agosto 2021, 07:32
Kabir Shah hace cinco años y medio que no ve a su familia, el tiempo que ha pasado desde que huyó de Afganistán al sentir ... el acoso de los talibanes. Lleva casi tres años en Gipuzkoa, y nunca ha estado más preocupado que ahora por sus padres, sus seis hermanos y sus tres hermanas menores de edad. Por ahora «están bien», aunque sea con el miedo en el cuerpo. «Viven de milagro», señala. No es una expresión gratuita. En la última semana ha sabido que su padre fue evacuado maniatado junto a otros militares del aeropuerto de Herat, y que una noche tirotearon el autobús en el que viajaban a Kabul su madre y sus cuatro hermanos más pequeños para tramitar los pasaportes con los que poder salir del país. Para cuando llegaron a la capital tras dos días en la carretera estaba a punto de caer en manos islamistas. «Han conquistado el país en tiempo récord, 21 días. Kabul cayó sin un tiro. ¿Quién se lo explica?».
Kabir acaba de cumplir 26 años. Era «muy niño» cuando los talibanes sembraron el terror en el Emirato Islámico de Afganistán entre 1996 y 2001. «Mi madre me contó cosas. Las mujeres no tenían derechos. Un día salió de casa para ir a comprar patatas con su burka y todo, pero se olvidó los calcetines. En la calle le rodearon unos talibanes. Uno dijo a otro 'dispárale a los pies, para que las mujeres sepan qué les pasa si van sin calcetines'. Mi madre les rogó que no lo hicieran, que solo tenía un par y lo tenía lavando. Le dijeron que la próxima vez le dispararían en las piernas».
Su padre es militar y salió maniatado del aeropuerto, pero teme por su madre y sus tres hermanas
La población afgana teme que escenas como esta regresen a su día a día. «Los talibanes ahora tratan de ganarse el cariño de la gente, pero después harán lo que hacían hace 20 años», señala Kabir. Mantiene contacto diario con su familia. «Mi madre me dice que no quiere morir sin volver a verme. Y mi hermano, que para vivir con miedo y escondido, prefería un tiro. Es duro oír eso y estar aquí». Este joven que reside en Irún trata de calmarlos. «Les he dicho que voy a hacer lo posible por traerlos conmigo. Soy su esperanza para poder salir». Ayer le escribió su inquietud a Xabier Legarreta, director de Migración y Asilo del Gobierno vasco, a través del servicio Zuzenean de atención ciudadana.
Boda en Grecia
Kabir dejó Afganistán en enero de 2016. «Cuando cumples 18 años, los talibanes tratan de reclutarte. Llegó un día en el que tuve que esconderme, y le dije a mi padre que no quería vivir así. Mi padre tenía un taxi y lo vendimos por 6.000 euros, y así pagamos a un traficante de personas». Tuvo que cruzar a pie las montañas nevadas de Kurdistán y luego lo colaron en Estambul. Tras días oculto con más migrantes en un almacén, lo llevaron en autobús a Esmirna, de donde en lanchas hinchables trasladaron a personas de varios países a la cercana isla de Chíos (Grecia). Una semana después llegó a Atenas, donde cambió su vida. «Contacté con una familia a la que una médico de Irún, cooperante de Salvamento Marítimo Humanitario, había tratado a su hija y les había dado su teléfono por si necesitaban ayuda. Yo hablaba inglés, y me dijeron que le llamara. Les dije que cómo les iba a ayudar en Atenas si estaba en Irún. El caso es que le llamé, empezamos a hablar, y nos enamoramos». En Grecia le negaron el asilo dos veces. Y la cooperante decidió que si se casaban podría ir con ella a Gipuzkoa. La boda griega lo salvó.
Dos días de viaje
Ahora quiere ser él quien socorra a su familia. Su padre, piloto militar, ya intentó ponerse a salvo. «Los militares trabajaban para el Gobierno, así que temían que los talibanes los mataran. Fueron al aeropuerto, pero los talibanes los cogieron y les fueron llevando a cada uno a la puerta de casa. Así saben dónde vive cada uno. Les dijeron que les llamarían». Entre otras muchas cosas del giro radical conocido en Afganistán, ha sorprendido la escasa oposición militar. «Tenían órdenes de arriba de no hacerlo», le contó a Kabir su padre, quien al día siguiente recibió la llamada talibán. «Debía ir a registrarse, y a todos los militares les dieron una tarjeta en la que debían anotar cuál era su función. El domingo -el fin de semana afgano es el viernes- le llamaron para ir a trabajar, de momento sin sueldo, y le dijeron que por cada día que no fuera al trabajo recibiría 100 latigazos. ¡Uff!».
Ante el cariz que el avance talibán iba adquiriendo, su familia pensó en abandonar Afganistán. No imaginaban la celeridad de la conquista y decidieron que la madre fuera con los cuatro hijos pequeños sin pasaporte a tramitarlo a Kabul. Debían cruzar el país de oeste a este, 800 kilómetros «por carreteras maltrechas y puentes destruidos». Dos días de viaje. Una noche, «el chófer se confundió y aparecieron en medio de una batalla entre ejército y talibanes. Un disparo dio encima de la cabeza de mi hermano, reventó la luna y dejó el autobús a oscuras». «Se escondieron en un viejo tanque de combustible». Temieron que la oscuridad y sus vidas saltaran por los aires, pero «a las 8 de la mañana la cosa se calmó y pudieron ir a Kabul». Fue en balde. «Era tanta la gente que quería un pasaporte, que les dijeron que tardarían dos meses. Mi padre les dijo que volvieran a casa, que iban a conquistar Kabul».
Antes habían caído Kandahar y Herat, donde su familia abandonó su casa. «Alquilaron una en el centro cuando los talibanes estaban en las afueras». Pronto estaban en toda la ciudad.
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