Carta de amor al Aitana
En Irala, 25. Bilbao ·
Sección en la que periodistas de El Correo recomiendan sus bares favoritosQuién me iba a decir, cuando llegué al barrio de Irala hace ya una década, que a media cuesta -de esas cuestas camufladas de Bilbao, que parece que no pero sí, y vaya que sí- iba a encontrar el bar en el que quedarme de vez en cuando, en el que quedar con amigos y en el que descubrir que en Irala se queda a vivir mucha gente muy creativa. En mi casa, en nuestra jerga, el Aitana es el bar del motero, porque el dueño es un motero y encima es un rockero, la música del local no engaña. El Aitana es un bareto pequeño, no sé yo cómo va a soportar esto de los aforos y las distancias, cruzo todos los dedos, pero bastante alegría ha sido ya ver al tío levantar la persiana casi desde el primer día que se ha podido. Es tan pequeño el sitio, y tan familiar, que era uno de esos lugares (negocios, medios de vida) por los que yo temía durante todo el confinamiento.
La tortilla del Aitana es una maravilla, tanto que alguna vez he llegado a las diez de la mañana de un sábado y ya no quedaba y el motero me ha dicho: «La próxima vez avísame el día antes y te guardo un pintxo, mujer». Mujer cuando no dice alguna palabra cariñosa, de esas que no le permites a cualquiera por no decir a nadie, pero es que el motero parece muy buena gente, kontxo, y da gusto el buen rollo que se gasta con todo el que entra por la puerta. Con una sonrisa siempre, con su buena música y sus buenos pintxos, con la abuela trayendo y llevando delicias, que encima los fines de semana están (o al menos estaban) a menos de un eurete la unidad.
A mí me gusta quedarme fuera, con un café solo que no te saca todas las arrugas -uuufa, es deporte de riesgo pedir café solo- o el vino que me haya recomendado el dueño o un mosto con su aceituna si estoy de servicio. Fuera, sentadita en el alféizar, admirando y olisqueando las plantitas del jardín de al lado y observando las idas y venidas del barrio, la vida.