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Jon Agiriano
Sábado, 10 de diciembre 2016, 01:35
A sus 38 años y tras 19 de carrera profesional, Abel Barriola anunció la semana pasada que se retirará en abril, cuando concluya el Campeonato de Parejas. En la rueda de prensa en la que informó de su decisión, el pelotari de Leitza, campeón del Manomanista (2002), del Parejas (2014) y del Cuatro y Medio (2001), estuvo acompañado de un buen número de compañeros y amigos. Y todos parecieron tan emocionados como él. «Quiero dejar la pelota estando al 100% por respeto a mí mismo y a la afición. No quiero llegar al día en el que no esté al 100% o no pueda jugar dejándome el cuerpo y el alma en la cancha. Antes de que llegue eso es el momento idóneo de dejarlo», declaró.
No puedo decir que me sorprendiera el anuncio de Barriola. Es cierto que creía que podían quedarle un par de años más y que acabaría despidiéndose a los cuarenta. Al fin y al cabo, es un hombre que se ha cuidado hasta límites obsesivos, que mantiene un tono físico envidiable más allá de los achaques inevitables de edad y que disfruta como un niño en los frontones. Por otro lado, hay que tener en cuenta el grave déficit de zagueros de calidad que sufren las empresas de pelota. Sencillamente, ya no quedan pelotaris que dominen los partidos desde los cuadros traseros y mucho menos que destaquen en los torneos individuales. Barriola, de hecho, ha sido el último gran zaguero que ha luchado por las txapelas del Manomanista y del Cuatro y Medio desde que, en 2003, Patxi Ruiz se coronó ganando a Aimar Olaizola. Que no pudiera sumar más títulos individuales a los dos que sumó en 2001 y en 2002 no significa que no haya estado siempre en la pomada, como demuestran sus dos finales consecutivas del Manomanista en 2007 y 2008 y las cinco del Cuatro y Medio.
Podríamos decir, en fin, que Abel Barriola tenía un buen surtido de razones para prolongar su carrera sin que a nadie se le ocurriera cuestionarle por ello. Es más, tengo la impresión y es sólo una sospecha inducida por el deseo de que Barriola va a hacer un magnífico campeonato de Parejas junto a Jokin Altuna y de que, allá por la primavera, lo que ocurrirá es que serán muchos los que se extrañen de su retirada. De hecho, no descarto que sus seguidores le pidan que no se corte la coleta y aguante un poco más.
Dicho todo esto, debo reconocer que, cuanto más pienso en ella, más y mejor entiendo la decisión que ha tomado Abel Barriola. Tiene toda la lógica del mundo que alguien como él se retire en lo más alto. Porque el gran legado que va a dejar este pelotari no son sus títulos esa triple corona que completó en 2014, o sus dos décadas de estancia ininterrumpida en la élite de la mano profesional, asistiendo en primera línea a la revolución conceptual que ha vivido este juego. A Barriola se le recordará como un ejemplo excepcional de saber estar, uno de los más sobresalientes que ha dado la pelota.
Saber estar. Algunos se preguntarán qué es eso y cómo se puede medir. Reconozco que puede ser un concepto un poco difuso, incluso incomprensible, para algunas mentalidades. Intentaré explicarlo desde mi perspectiva. Saber estar es ser solidario, generoso, educado y comprensivo con los demás en tu trabajo. Es saber ganar y perder con la misma grandeza. Es no poner excusas nunca. Es tener lucidez para ser justo en tus juicios. Es disimular como un caballero inglés el dolor de la decepción que te corroe por dentro. Es honrar al público en cada partido con tu preparación y tu sacrificio. Es ser un ejemplo para los jóvenes. Pues bien, todo esto ha sido Abel Barriola. Y lo ha sido pese a ser, a la vez, una persona obsesiva, quebradiza, sensible, pesimista y feroz consigo misma. Lo cual no hace sino aumentar mi admiración incondicional por él. Evidentemente.
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