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Jon Agiriano
Sábado, 26 de noviembre 2016, 02:01
Algo tiene Lucien Favre, evidentemente. Algo especial, quiero decir. El técnico suizo empezó a ser detectado por los grandes radares del fútbol europeo en 2007, a raíz de su fichaje por el Hertha de Berlín. Tenía ya 50 años, así que tampoco se podía hablar del descubrimiento de una promesa. Hasta entonces, su proyección no había traspasado las fronteras de su país. Había hecho un gran trabajo con el Servette y con el Zurich, que bajo su mando volvió a ganar la Liga 25 años después, pero la realidad es que nada de lo que ocurre en el fútbol de Suiza resulta relevante. La Bundesliga, en cambio, ya era otra cosa. Y Favre respondió a lo grande. En su segunda temporada, el Hertha quedó cuarto en la Liga e incluso llegó a encaramarse al liderato tras una memorable victoria en el Estadio Olímpico frente al Bayern de Munich.
Ya con un cierto prestigio labrado, Lucien Favre fichó por el Borussia de Mönchengladbach en febrero de 2011. Llegó con la manguera, dispuesto a apagar el incendio que devoraba al histórico club de la ciudad renana, colista de la Bundesliga. Y lo consiguió. Al año siguiente, se produjo la explosión. El Borussia se convirtió en el equipo revelación de Alemania. Terminó cuarto y alcanzó las semifinales de Copa, donde cayó a penaltis contra el Bayern. Estos éxitos no fueron flor de un día. El equipo continuó creciendo y en el siguiente ejercicio se clasificó en tercera posición y logró un puesto en la Liga de Campeones. Favre era el técnico de moda en Alemania.
Las cosas se torcieron de un modo inesperado después del verano. El Borussia perdió sus cinco primeros partidos de Liga y el primero de la Champions. El 20 de septiembre de 2015, el suizo dimitió. No es un hombre al que le tiente aferrarse al cargo. En el Hertha, de hecho, tampoco derramó ni una sola lágrima cuando fue destituido en el mismo arranque de temporada, en la jornada séptima, tras una mala racha de resultados. Da la sensación de que Favre tiene un sexto sentido para detectar los proyectos que están acabados o han entrado en un declive inevitable, y que no le interesa nada prolongarlos con una especie de respiración asistida. Aunque está cerca de los sesenta, el suizo se siente joven y necesita nuevos retos, sentir la pasión de la aventura, el entusiasmo por los territorios inexplorados, por lo desconocido. Justo lo que el pasado mes de mayo le propuso el Niza.
El club de la Costa Azul era una buena plaza. Claude Puel había hecho allí un gran trabajo durante los últimos cuatro años. El equipo, de hecho, había terminado cuarto en el último campeonato. Es cierto que las relaciones entre el técnico y la directiva no eran las mejores desde la marcha de Gregorie Puel, futbolista del primer equipo e hijo del entrenador, pero tampoco se pensaba que estaban tan deterioradas. El caso es que Favre se encontró en Niza con un reto a su medida. Pues bien, su espectacular respuesta está asombrando a toda Europa. Después de trece jornadas, Les aiglons son líderes con tres puntos de diferencia respecto al Mónaco y el todopoderoso PSG, que la pasada temporada y sólo exagero un poco ya tenía ganada media Liga a estas alturas de la competición. Y todo ello jugando un gran fútbol veloz, intenso y preciso y con un equipo jovencísimo. Dante es el único que ha llegado a los treinta y Paul Baysse, otro de los centrales, sólo tiene 17 años.
Todo ello tiene un mérito indudable, pero hay algo que, a mi juicio, convierte en verdaderamente milagroso el trabajo que está haciendo Favre en el Niza. Por supuesto, me refiero a la rehabilitación de Mario Balotelli. Debo reconocer que, cuando me enteré de su fichaje, pensé que el delantero italiano seguía dando tumbos camino de la intrascendencia. Su presentación tampoco presagió nada bueno. Una de las primeras preguntas que escuchó Balotelli en la rueda de prensa de su presentación fue qué opinaba sobre los locales nocturnos que hay en la Costa Azul. Y, sin embargo, el italiano está triunfando, lleva ya cinco goles y no se ha metido en un solo lío. Lo más polémico que ha hecho ha sido viajar el pasado domingo a Milán para ver el derbi de san Siro en lugar de quedarse en casa a ver por televisión el partido de su equipo contra el Saint Ettiene.
La culpa de todo la tiene Favre, que está triunfando donde tantos otros fracasaron antes. Balotelli ha dicho que su entrenador le quiere de verdad. Y él se lo está agradeciendo como mejor sabe. La verdad es que es una bonita historia la que se está viviendo en Niza. Digamos que un pequeño consuelo en una ciudad conmocionada desde el terrible atentado del pasado 14 de julio.
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