Tiempo muerto
No cabe entender la pasión por el baloncesto de Vitoria sin la figura de Xabier, un aventurero de mirada limpia que desbrozó la selva de un deporte apasionante. Hasta siempre y gracias
Quedé con él para un reportaje en la época de la pandemia, cuando todos nos mirábamos con ojos desconfiados por encima de la mascarilla. Y ... me quiso abrazar ante el temor reverencial que el firmante, igual que otras personas en aquella época tan difícil de pronosticar antes, sentía por el miedo al contagio de un virus peliagudo. «Es que soy muy cariñoso», se justificó él sin necesidad de hacerlo. En efecto, el pionero era así, un hombre de natural amable que generaba bienestar entre la gente de su entorno. Personalmente siempre he vivido junto a él las sensaciones que esparcen los tipos de mirada limpia, gesto conciliador y verdad en el alma.
Sabía por su hermano Mikel que la figura ya reducida de Xabier Añua se iba empequeñeciendo en una forma de pliegue o recogimiento propia de quien busca el retorno a la tierra. Incluso le vi hace unos meses por la calle Castilla apoyándose en el hombro de la compañera francesa de la que seguía tan enamorado como cuando la conoció hace casi seis décadas en Nueva York. El pionero no impostaba, quería y se hacía querer. ¿Verdad, Maite?
No cabe entender la pasión por el baloncesto de una ciudad que entiende y ama el baloncesto como Vitoria sin la figura de Xabier, uno de esos aventureros -machete metafórico en mano- que desbrozan la selva de un deporte apasionante. Todavía lo veo sin necesidad de mirar la foto vestido de traje y corbata abriendo la imagen de aquel Coras campeón de España de minibasket. Y aún rebobino en la memoria, así sea por toda la eternidad, cómo relataba su labor exploradora en un universo tan ignoto entonces como la NBA.
El pionero era un hombre de natural amable que generaba bienestar entre la gente de su entorno
Muchos años antes de que Ramón Trecet protagonizara sus celestiales ascensiones locutoras narrando partidos estadounidenses en el programa 'Cerca de las estrellas', nuestro Xabier ya había divisado desde el aire la Estatua de la Libertad. Allá por 1968, época inquieta y rica en experiencias, voló a la ciudad que nunca duerme -vaya el homenaje a Frank Sinatra- para conocer el sistema de entrenamientos de los Knicks. En su día comentamos, querido, que compartíamos simpatías por esa franquicia que vive de un pretérito que en algunos instantes fue perfecto (1970 y 1973). La misma que se mece e hiberna sobre la hamaca de la nostalgia desde entonces.
Se me agolpan los recuerdos vividos con el pionero. Alguna tertulia de par de mañana en una cafetería de Dato, calle en la que vivía, con ilustres como Manu Moreno o Sanchón. O la tarde en que convoqué a históricos del Baskonia sobre el parqué del Fernando Buesa Arena para charlar sobre el acontecimiento que suponía la 'Final Four' de la Euroliga en Vitoria de 2019. Eras, pionero, un hombre mayor con las pupilas encendidas del joven que siente aún toda la existencia sin freno por delante. Una manera de decirlo adecuada para quien disfrutaba sobre el sillín de una bicicleta que te deparó más de un susto.
Vivías desde hace un tiempo en los minutos de la prórroga. Hasta que las fuerzas en esta era del baloncesto ultrafísico se declararon definitivamente en huelga de brazos caídos. Te imagino mirando a la mesa de anotadores mientras dibujabas la palma de la mano izquierda hacia abajo y el índice de la derecha apuntando al cielo. El símbolo del tiempo muerto.
Hasta siempre, Xabier. Y gracias.
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