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Real Sociedad 0-0 Athletic
Un punto valioso dadas las circunstanciasTal y como se encuentra el Athletic, y viniendo como venía del golpetazo del jueves ante el Manchester United, no queda otro remedio que celebrar ... el punto que se llevó de Anoeta, por mucho que el Villarreal y el Betis hayan acortado esta semana las distancias en la lucha por la Champions. Los rojiblancos sumaron su partido número cincuenta de la temporada y el desgaste del grupo es evidente. Las dos estrellas del equipo están de baja y el fútbol de ataque va empeorando sin remisión; hasta el punto de que sólo ha sumado siete goles en los últimos diez partidos y en seis de ellos no ha visto puerta. Sostenido ya por su energía y capacidad de trabajo, que le dan muy buenos réditos en defensa, la impresión general es que esto se está haciendo muy largo. Y que lo mejor que le puede ocurrir a los de Valverde es que la temporada termine cuanto antes y se quede como está, con un extraordinario cuarto puesto. Porque la verdad es que este sprint final empieza a hacerse muy cuesta arriba.
Real Sociedad
Remiro; Traoré (Aramburu, m.74), Aihen, Aguerd, Martín; Zubimendi, Marín, Brais (Luka Sucic, m.62); Kubo (Sheraldo, m.82), Oyarzabal y Gómez (Barrene, m.62).
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Athletic
Simón; Gorosabel, Vivián, Paredes, Lekue; Prados (Vesga, m.74), Galaxy(Jauregizar, m.62); I. Williams (Djaló, m.62), Unai (Adama, m.82), Berenguer; y Guruzeta (Maroan, m.62).
Árbitro: Soto Grado (Castilla y León). Amonestó a Marín, Berenguer y Gorosabel.
Incidencias: 36.058 espectadores en Anoeta.
Resistir en Anoeta a una Real que se jugaba una de sus últimas bazas para estar en Europa tiene su mérito, por mucho que el equipo de Imanol, a 18 puntos del Athletic en la Liga, no esté para echar cohetes. Es lógico, por tanto, que al final del choque los rojiblancos estuvieran más satisfechos que los blanquiazules, incapaces de superar a un rival cansado tras la paliza del jueves en un derbi que no pasará a la historia. Bueno, quizá sí. Es probable que quede en los anales como uno de más feos, al menos del siglo XXI. Y en una posición destacada.
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Por momentos, lo visto sobre el césped fue como para recordar al coronel Kurtz reflexionando sobre el horror. Y mirándolo bien tampoco puede hablarse de una gran sorpresa. Ya es casi un lugar común aceptado que los derbis vascos son choques intensos y abruptos, de poder a poder, en los que en la mayoría de las veces el fútbol sale mal parado. Athletic y Real suelen tener argumentos para anularse, en ocasiones deportivos y otras puramente emocionales, de forma que sus enfrentamientos se vuelven espesos, embarullados e indigestos. Lo que ocurre es que el espesor, el embarullamiento y las indigestiones tienen diferentes grados. Pueden ser más o menos tolerables.
Pues bien, desde el pitido inicial hubo que prepararse para un derbi de los duros, una especie de zafarrancho dentro del camarote de los hermanos Marx, pero sin gracia. No hubo por donde cogerlo. Sobre todo durante la primera parte, la sucesión de balonazos defectuosos de Unai Simón y Remiro, pérdidas absurdas, saltos y agarrones, despejes escalofriantes, malos pases con todo a favor o remates incalificables como el que efectuó Guruzeta en el minuto 27, en la única ocasión de los rojiblancos, llegó a hacerse insoportable. Al partido sólo le sostenía el picante de la rivalidad y la emoción de un resultado muy importante para los dos equipos. Para el Athletic, porque sentía cerca el aliento del Villarreal y el Betis tras las victorias de ambos. Y para Real, porque la Conference todavía la sienten como una ilusión.
Tras una primera mitad tan infumable quien más quien menos podía pensar que el partido cogiera un poco de vuelo tras el descanso precisamente por la emoción de la que hablábamos. Pero no fue así. La Real salió en la reanudación con más burbujas y, en el minuto 49, Take Kubo obligó a Unai Simón a despejar alto un fuerte derechazo. Era el primer remate del partido. El dato lo decía todo teniendo en cuenta la actividad frenética de unos y otros, el sudor y la adrenalina, el ácido láctico por las nubes sólo dieran para un tirito.
Por momentos, dio la sensación de que los donostiarras iban a venirse arriba, sobre todo activando a su delantero japonés y aprovechando algún detalle de Brais. Porque de Oyarzabal no había noticias. No fue nada fácil de entender que Imanol lo mantuviera en el campo los noventa minutos. El partido, sin embargo, volvió pronto a su cauce. El Athletic se encargó de ello picando piedra como su estajanovismo de costumbre. A falta de fluidez en su juego y de profundidad, el Athletic se remanga, baja a la zanja y se pone a trabajar. En las últimas semanas esto es cada vez más habitual, lo cual es un indicativo muy claro del estado del equipo.
En Anoeta, tras encomendarse a Unai Simón en el minuto 61 en un cabezazo picado, los rojiblancos acabaron con un frente de ataque compuesto por Djaló, Maroan, Berenguer y Adama Boiro. Inaudito. Un signo de los tiempos y de las necesidades cada vez mayores del equipo. Los cambios, como era de imaginar, no aportaron gran cosa más allá de frescura en las acciones. Es cierto que con Maroan el equipo al menos tuvo un objetivo claro buscándole en largo durante la última media hora, pero el juego continuó siendo igual de deciente. Las imprecisiones eran constantes por parte de los dos equipos. Incluso Berenguer, un futbolista casi siempre fiable, estuvo muy fallón y desaprovechó un par de ocasiones con sendos remates flojos y centrados, un regalito para Remiro.
En el Athletic sólo parecían disfrutar Unai Simón y los defensas, sobre todo Lekue, que volvió a rendir a un buen nivel y estuvo muy acertado despejando un par de ocasiones de la Real. El derbi, en fin, terminó con un empate a cero que se veía venir desde Igueldo. Los aficionados salieron del campo haciendo de tripas corazón. Aquello había sido un menú degustación muy bruto: garbanzos de cuartel, mojama de piel de rinoceronte y caparazón de tortuga en salsa verde. Algo así. Como para no celebrar el punto que logró el Athletic después de esa ingesta.
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