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Las calles de Bilbao se llenan estos días de música variada. E. V.

Música más allá de los escenarios

Un chelista venezolano, un jubilado con bilbainadas y un dúo de jazz improvisado convierten las aceras en escenario durante la Semana Grande

Viernes, 22 de agosto 2025

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En cada esquina de Bilbao durante Aste Nagusia se cruzan acentos, generaciones y estilos musicales que difícilmente coincidirían en un mismo escenario. En la calle, sí que lo hacen.

El chelista Yoan Rodríguez, de 39 años, lleva cinco en la ciudad desde que emigró de Venezuela. Allí tocaba en orquestas sinfónicas y daba clases, pero al llegar se encontró con que su única manera de sostenerse era llevar la música a la calle. «Al principio lo hice con guitarra, porque aquí nadie me conocía y no me daba tanta vergüenza. Después me acostumbré, y hoy casi todo el mundo me identifica con el chelo», explica. El instrumento, dice, lo atrapó por casualidad: «La única persona que conocía en la sinfónica de mi ciudad tocaba chelo. Si hubiera sido flautista quizá me habría ido por ahí. Pero me enamoré del sonido, tan parecido a la voz humana».

Rodríguez se mueve entre Gran Vía y Ercilla, respetando la regla de los 45 minutos por lugar. «La mayoría de los músicos nos llevamos bien. Claro que hay excepciones, pero solemos ceder los sitios. Incluso hay vecinos que me avisan de cuánto tiempo me queda», recuerda entre risas. Uno de esos avisos le llegó de una señora de Gran Vía, a la que llama 'la fiscal'. «Siempre me decía los minutos exactos. Al final, cuando venían otros músicos más ruidosos, ella me buscaba a mí para que tocara cerca de su casa».

Aunque asegura que nunca ha pedido ayudas, admite que con los años han bajado los ingresos. «Antes un día bueno eran 80 euros, ahora es una sorpresa. Lo que antes era malo hoy es normal», lamenta. Ni siquiera la Semana Grande le garantiza más ingresos: «A mí no me conviene tanta gente y tanto ruido. El chelo se pierde».

E.V.

A unos metros, en otra esquina, Julio Sáez Krais ofrece una postal distinta. Guitarra en mano, voz fuerte y un repertorio de bilbainadas que conoce de memoria. A sus 71 años, natural de la calle Henao, suma más de medio siglo de canciones. «Empecé con 14 años, teníamos una guitarra para cinco amigos. Luego formamos un grupo, 'Los Pentágonos', y tocábamos en fiestas de pueblos», recuerda. No vivió de la música —fue comercial— pero desde que se jubiló dedica parte de sus días a cantar en residencias y en la calle.

«Lo hago por amor al arte. Tengo mi pensión y no lo necesito, pero con lo que saco me doy mis caprichos. La guitarra nueva, por ejemplo, me la he pagado con esto», cuenta mostrando orgulloso su instrumento valenciano, amplificado por él mismo. El público más fiel lo encuentra entre la gente mayor. «Los jóvenes no echan casi nada. Un diez por ciento, como mucho. En cambio, los de 50 para arriba y los extranjeros son los que más aportan. Hasta dólares me han echado».

Para Julio, la Semana Grande es un estímulo más. «Hay más ambiente, la gente canta, me graba y hasta me han salido bolos para fiestas». Sabe que no debe sobrepasar los 45 minutos en un sitio, así que rota entre Gran Vía, el Arenal y la Plaza Elíptica. «Procuro no molestar a los vecinos. Esto tiene que ser saludable, para mí y para los demás», resume.

Improvisar bajo la lluvia

El contrapunto lo ponen Jade e Ibu, un dúo joven que mezcla voz, guitarra y saxofón en una propuesta que se mueve entre el jazz y la experimentación. Jade, francesa, está de vacaciones en Bilbao con unos amigos y aprovecha para tocar con Ibu, madrileño afincado en la ciudad. «En Francia también toco en la calle, con mi proyecto 'Nokta Simio'. Me gusta captar cómo reacciona la gente de distintos países», explica ella. «Aquí la gente quizá da menos cantidad que en Francia, pero lo hace más seguido y baila más», añade él, que asegura haber aprendido a tocar en la calle desde los 18 años.

E. V.

Esa mañana habían estado en el Casco Viejo, pero la lluvia les llevó hasta Gran Vía. Normalmente actúan con un batería, aunque este verano se han reencontrado con un viejo amigo. «Lo conocimos hace seis años, en Aste Nagusia también, tocando en la calle. Hoy nos hemos encontrado de nuevo», cuenta Ibu entre risas. Para ellos, el atractivo está en la espontaneidad. «Una jam aquí mismo puede convertirse en un concierto improvisado. Y eso solo pasa en la calle».

Entre paraguas abiertos, niños que tiran de sus padres para detenerse un minuto y turistas que graban con el móvil, los músicos callejeros levantan cada día un escenario invisible que compite con las txosnas y los conciertos oficiales. No salen en el programa de fiestas, pero sin ellos la Aste Nagusia sonaría más vacía.

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