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Un enorme orfeón de Primera
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Respaldo ·
La inmensa coral de Mendizorroza sostiene al Glorioso y se deja en carne viva la garganta con el gol que acerca la permanenciaHay quienes detectan un don premonitorio en la meteorología y otros que no le rinden cuentas. Quizá los supersticiosos intuyeron malos augurios por la tormenta ... que descargó agua en forma de castigo bíblico cuatro horas antes de la 'final'. Cuando se abrió el cielo retráctil para dejar todavía más vivo el tapete de billar de Mendizorroza, tan diferente a aquellos tiempos de cañas y barro. La gente de natural confiado, en cambio, bien pudo tomarse la descarga con la idea de que siempre escampa. O que después de la tempestad llega la calma.
Y vaya que sí. Una tranquilidad rebozada de euforia poco antes de las nueve, cuando el Alavés selló buena parte de su redención tras aprovechar uno de esos penaltis que se recordarán de por vida. Uno de reminiscencias 'Rioja Alavesa' porque Mamardashvili, excelente portero que salvó de una cuantas angustias anoche al Valencia, salió a por uvas. O a cazar gamusinos aéreos.
La sociología del Deportivo lleva la zozobra de serie. El árbitro apunta el redondel de los once metros, le reverbera el pinganillo, acude al VAR donde ofrecen secuencias –que no bebidas–, el tumulto a su alrededor crece y, por fin, se reafirma en su primera opinión. A Dani, un chavalito de la categoría benjamín, le brota el pesimismo en forma de pregunta. «Y si lo falla?», cuestiona a sus mayores. «¿Y si lo mete?», le responden.
Pues acierta la veteranía. Jordán se deja de homenajes al célebre Panenka y de disparo fuerte y esquinado acerca la permanencia. «El Glorioso es de Primera», clamaría la parroquia del Alavés tras otra temporada, aún sin abrochar, de sufrimiento intrínseco. Lo consustancial para quienes profesan la fe en el Glorioso.
Tantas tensiones acumuladas habían de encontrar una válvula de escape. Y la hallaron en una recta final que fue un canto continuo a la alegría. Mendizorroza, una coral durante buena parte del duelo, se dejó la garganta en carne viva con el viento a favor del 1-0, marcador rácano que en ocasiones como la de ayer sacia el apetito. Porque el cuadro vitoriano mostró mucha más hambre que el levantino, limitado durante algunas fases a mover aseadamente la pelota con tanto criterio como calentura escasa.
Desde luego que congeniaron el deseo de una grada convertida ya en un orfeón de Primera y el empeño de la plantilla local. Uno de los salmos que entona la feligresía reunida en la grada de Polideportivo rememora la condición casi divina de un conjunto muy terrenal. El que le califica como 'Glorioso', una letra simple y de emociones ascendentes que pone la 'gallina de piel', tal como diría Johan Cruyff, el padre de nuestro Jordi.
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Eran oleadas de ánimo para sujetar a un Deportivo de corazón fuerte y empuje renal. Una labor de las cuerdas vocales sometidas a estrés por casi dieciocho mil seguidores. Un respaldo moral con el que sostener las últimas andanadas visitantes que coronaron a San Antonio, como comentaba el padre de Nico y Martín, otros dos peques de inequívoca sangre albiazul. Porque Sivera apareció bastante menos en las fotos que un Mamardashvili más sometido a trabajos forzados.
Instantes en que el temperamental y muy apreciado Tenaglia enardecía a la grada de Cervantes y solicitaba así el último aliento para aproximar mucho el propósito que une a afición y grupo. Momentos previos al jolgorio de una hinchada con el alma encogida en otro de esos cursos que examinan la presencia de ánimo. El júbilo que estalló como una traca valenciana cuando Gil Manzano pitó algo que suena a 'game over'. El bloque de Sivera, del rey Carlos V y de Kike sólo depende de sí mismo. Le queda la visita a la casa del desahuciado y ejercer de anfitrión ante el fraternal Osasuna.
Casi. Así puede definirse una permanencia que festejó el templo albiazul, estadio de sabor británico y cánticos argentinos, con sus soldados. Un ejército civil que comulgó junto a Iraultza en esos brincos dándose la espalda antes de cumplir la vuelta al rectángulo como los toreros circundan el ruedo. Justo antes de esa gratificante sensación de desahogo de los aficionados tras haber asistido a una zancada con la que sellar el objetivo.
He escrito de la chavalería menuda porque reconforta presenciar un duelo tan denso con los oídos prestos a escuchar a Nico, Martín y Dani. El primero, de seis añitos, se sabe el repertorio musical albiazul de memoria y enseña un conocimiento de los jugadores próximo al que deben de gastar los fisioterapeutas del plantel. «En un año le ha dado la locura», cuenta su padre. «Acabará ahí», añade, señalando la grada de Polideportivo. ¿Cantera? Ahí está, secundando años después a un Manu García sentado esta vez en la tribunal Principal.
La vieja moviola de las jugadas conflictivas viajaba hacia el pasado inmediato. Y conviene encuadrar la euforia de un triunfo reparador con imágenes previas a las siete de la tarde. Ese peregrinaje familiar por el paseo de La Senda hasta nuestro teatro de los sueños, el olor a fútbol de hierba fresca que sube del campo hacia la grada, el pelotari Iker Larrazabal sobre el césped y el termostato en cuarto creciente con el himno del Centenario.
El que compuso Izal a base de una letra hermosa, sentida y conmovedora, simbiosis entre el pretérito (incluso imperfecto), el presente y un futuro que ya se vislumbra sin necesidad de recurrir al desfibrilador. Noche de celebración. «Muchachos, traigan vino», cuenta la letra del salmo importado desde la 'Academia' que es Racing de Avellaneda. Por otros cien años de gloria y de amor correspondido. Amén.
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