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Ostras crudas. E.C.

Ostras para los menos valientes

El escritor irlandés Jonathan Swift lo dijo muy claro: el primer hombre que comió este molusco fue valiente. Hoy todavía son muchos los que sienten repulsión solo con verlas ahí, crudas y esperando ser comidas. Para ellos presentamos otra forma de degustar el manjar

Javier Reino

Sábado, 3 de enero 2015, 01:08

Van pasando las fiestas -aunque a los que conservamos alma de niño nos quedan los Reyes- y con la misma velocidad van llegando las cuitas del año nuevo. Quedan en el recuerdo, para bien o para mal, los sabores de la Navidad, que, por cierto, son los mismos que los del resto del año. Para la mayoría de la gente, los langostinos o el jamón no son ya algo exclusivo de la Nochebuena o de las bodas. Si acaso, lo propio de la Navidad es el exceso; dejando a un lado, por supuesto, el caso de quienes -cada vez más de un tiempo acá- no se lo pueden permitir ni en estas fechas ni en ninguna otra.

Los que todavía pueden ligar en su mente y en su panza Navidad y marisco debieran saber que pasadas las fiestas la mayoría de las delicias del mar son más asequibles al bolsillo. Y entre ellas las ostras. No me voy a extender sobre las virtudes gastronómicas y organolépticas -tenía ganas de usar el 'palabro', tan propio de los tratados culinarios- porque ya lo he hecho con anterioridad. Pero no está de más recordar que este molusco ha sido reconocido como un manjar desde la antigüedad clásica. Y mucho antes: son numerosas las conchas fosilizadas halladas junto a restos humanos, lo que demuestra que nuestros ancestros ya apreciaban este bivalvo miles de años antes de que existieran los blogs de cocina... y la escritura en general.

Y eso que no era un 'plato fácil'; ya los dijo Jonathan Swift: "El primer hombre que se atrevió a comer una ostra fue valiente". Es más, la humanidad puede dividirse casi por la mitad entre aquellos a los que les encantan las ostras y los que sienten asco solo con verlas.

¿Y si las probáramos de otra manera? El gratén, esa técnica que consiste en tostar la superficie de un alimento para dejarlo crujiente, puede animar a los más reacios y, quién sabe, quizá a convertirlos en devotos.

Vaya aquí una propuesta:

Ostras gratinadas

La técnica en este caso es sencillísima; lo difícil es hallar el punto. Y lo malo es que el material no es barato y conviene no echarlo a perder. Pero merece la pena intentarlo. Lo primero es abrir las ostras (penosa tarea que conviene que nos haga otro) y eliminar el agua que llevan dentro.

Ya abierta y escurrida, pero unida cada una a una de sus valvas, se cubre de una mantequilla aromatizada. En Francia es muy fácil comprarla ya así, puesto que se usan para rellenar la concha de los caracoles ('escargots'). Pero tampoco es difícil prepararla:

Se mezcla en el vaso de la batidora mantequilla salada (la cantidad dependerá de número de ostras que queramos recubrir con ella) con ajo, perejil, pimienta, chalota o cebolleta picada y alguna especia (que cada cual elija según su gusto, al igual que las proporciones de los demás ingredientes).

Batimos todo hasta lograr una pasta homogénea y del espesor de una mayonesa. Cubrimos cada ostra con esta crema y, por encima, añadimos queso rallado. Metemos las otras así cubiertas al horno, cerca del grill y con este a fuego fuerte. Retiramos en cuanto vemos tostarse el queso, para evitar que las otras se nos sequen (o peor, que se nos quemen).

Y ya está. A quienes apreciamos las ostras como uno de los más genuinos sabores del mar no nos hacen falta estas preparaciones. Pero quienes tienen aún dificultades para aceptarlas puede que así se atrevan. Y si cuela, cuela. Feliz año a todos.

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