Historias perdidas de Álava
Un alavés contra la rebelión en FilipinasSebastián Hurtado de Corcuera, de Bergüenda, tiene una de las historias militares más importantes del siglo XVII
Existen grandes personajes alaveses sobre los que es difícil encontrar documentación contrastada. El nombre de esta sección «Historias Perdidas» está sugerido precisamente por aquellos ... vitorianos y alaveses que han sido olvidados, en parte, porque hay muy poca información sobre ellos. No es el caso de Sebastián Hurtado de Corcuera, con calle en Vitoria, soldado al servicio de Felipe IV, natural de Bergüenda (Lantarón), un ejemplo perfecto de qué tipo de personas forjaron el imperio español. Sus hazañas bélicas son incontables, desde la toma de Breda (Flandes), inmortalizada por Velázquez en el famoso cuadro de 'Las Lanzas', a la conquista de las islas de Mindanao y Joló, los últimos bastiones de los rebeldes moros de Filipinas. Es difícil igualar sus acciones de guerra y su valentía. Solamente con miles de hombres así, y algunas mujeres, fue posible mantener aquel imperio en el que no se ponía el sol.
De su extensa biografía sobre la que existen numerosos estudios vamos a quedarnos con dos momentos destacados y muy desconocidos, la represión de la rebelión de los chinos en Manila y la victoria sobre los nativos musulmanes, conocidos como 'moros', en Mindanao, que terminó con la conquista completa de las Islas Filipinas.
Sebastián Hurtado de Corcuera nació el año 1587. Pertenecía a una familia ligada a la nobleza alavesa, aunque en un estamento inferior, y al servicio de la monarquía. Su padre y sus hermanos también fueron militares. Era primo de Diego Hurtado de Mendoza, primer conde de Lacorzana. Se educó con un tío suyo sacerdote, Pedro Hurtado de Gaviria, en las Islas Canarias.
Tras su incorporación a los tercios en Italia, con 24 años ya está luchando y mandando tropas en Flandes. En el primer gran combate al que acude (Juliers) ya destaca por su pericia al mando de seis compañías. En el asedio de Breda (1625), cuya toma por las tropas españolas de Spinola fue inmortalizada espléndidamente por Diego Velázquez, y algunas fuentes apuntan incluso que es uno de los soldados del cuadro del sevillano, participó de una manera tan valiente que fue recompensado con uno de los diez hábitos de órdenes militares, concretamente la de Alcántara, que otorgó el rey en agradecimiento a sus hombres por aquella gran victoria frente a los rebeldes flamencos.
Cuando volvió a España en 1627 traía la maleta llena de cartas de recomendación que atestiguaban su valor, incluso el apoyo de la gobernadora de los Países Bajos, Isabel Clara Eugenia, que había visto actuar a Corcuera en los asedios.
Con semejante curriculum enseguida es enviado a América, concretamente a Perú, para ejercer un cargo administrativo, tesorero de la Real Hacienda de Lima. Pero también es nombrado maestre de campo del Callao y general de caballería del virrey, dada su experiencia como militar. En 1630 se le encomienda la defensa del principal puerto del Perú ante la guerra contra Inglaterra y Países Bajos, cuya escuadra había atacado las posesiones de España en Brasil (Portugal formaba parte de la Monarquía Hispánica en ese momento).
Los poetas peruanos elogian la presencia del general alavés, al que acompaña un sobrino, Pedro de Corcuera, porque da seguridad ante el peligro. Su fama de soldado eficaz sigue creciendo.
El militar de Bergüenda era un verdadero bombero al que Felipe IV envía allá donde llegan noticias de que hay fuego. Así en 1633 ejerce año y medio como gobernador de Panamá con dos objetivos: frenar la presencia de piratas y reducir las rebeliones de los indios nativos.
Dos años más tarde, en 1635, es designado por el rey Gobernador General de las Islas Filipinas, en un momento crucial del comercio con China y las costas asiáticas que hacían de España el primer imperio global de la historia. Arriba a Cavite ese mismo año después de una durísima travesía en el Galeón de Manila. No lo tuvo fácil. Su gobierno comenzó con polémica puesto que bajo el pretexto de la lucha contra el contrabando y la corrupción interrumpió durante dos años el viaje del galeón, generando perjuicios graves al comercio. Al año siguiente el barco de transporte que hacía la ruta del Pacífico se hundió. Llevaba en sus bodegas la fortuna personal de Sebastián Hurtado de Corcuera.
El primer barrio chino del mundo
Aunque la presencia de chinos en España se ha hecho familiar actualmente hay que recordar que grandes comunidades de este país ya se habían asentado en Filipinas en el siglo XVII a partir de la conquista. Tenían una importancia capital como mano de obra barata y grandes comerciantes, aunque hubo consigna de limitar su expansión. Y es que Manila en el siglo XVIII era ya un crisol de culturas de todos los continentes. Residían los nativos del país, de distintas tribus y procedencias, los españoles, los novohispanos (criollos e indios mejicanos), y negros africanos. También llegaron japoneses (a pesar de ser expulsados en 1606 pervivía una amplia colonia) y chinos. Estos últimos eran conocidos como 'sengleyes'. Y como residentes, unos 6.000 en Manila, superaban a los españoles, que nunca fueron numerosos. Ya habían protagonizado una rebelión en 1603 cuando sumaban unos 12.000 habitantes y mataron al gobernador Gómez Pérez das Mariñas. En otro combate asesinaron al hijo de este, Luis Pérez das Mariñas, y a los soldados que iban con él. Posteriormente, fueron derrotados por una coalición de españoles, japoneses y filipinos. También en este momento se produjo una masacre.
Estos chino-filipinos vivían fuera de las murallas de la vieja Manila, concretamente en un barrio denominado Parian, el primer 'chinatown' del mundo, y naturalmente conservaban todas sus costumbres originarias. En una carta a Felipe IV, el nuevo gobernador Hurtado de Corcuera describe a esta población. «Son los más apocados y mechosos que he conocido entre todas las naciones de Europa y otras partes donde he servido a Vuestra Majestad».
Se tuvo que enfrentar el alavés a un levantamiento de esa colonia en 1639, promovida, al parecer, por un pirata, Zheng Zhilong, y a causa de razones más profundas. Era una protesta contra la explotación, los malos tratos y los abusos por parte de los españoles. Entre las múltiples causas que precipitaron el levantamiento chino del Parián, estaba también la intención de Corcuera de obligarles a cultivar arroz. En una carta de 1638 ya se advertía del peligro que representaba la gran llegada masiva de chinos y su establecimiento extramuros de la ciudad, donde, al parecer, residían más de cinco mil personas. Fuera la razón que fuera, un grupo de chinos asesinó al gobernador Luis Arias de Mora y a un sacerdote que salió en su defensa. Quemaron además su casa. La revuelta, que se extendió por toda la isla de Luzón duró cuatro meses.
Hurtado de Corcuera reaccionó como lo que era, un militar con órdenes concretas, y dirigió con lo que pudo reclutar una represión durísima contra los amotinados. Después de varias semanas de lucha la mayoría de los sengleyes habían muerto, fueron convertidos en esclavos o sirvieron en las galeras como remeros. A pesar de la crueldad de la represión nadie se atrevió a criticar a Corcuera. Ni la Iglesia, ni los vecinos ni las autoridades imperiales. Ni siquiera la propia comunidad china que a los pocos años ya había vuelto a sus negocios comerciales.
Pierde Formosa
Cuando llegó el nuevo gobernador, Diego Fajardo (mencionado en la Historia Perdida 34 sobre Francisco Samaniego), Corcuera fue sometido a un juicio de residencia. Era un proceso en el que se analizaba todo lo sucedido durante su mandato. Fajardo lo condenó a más de dos años de prisión y severas multas y penas que Corcuera apeló ante el Consejo de Indias. La principal acusación no fue, como se pudiera pensar, por la represión contra la comunidad china del Parian, sino la pérdida de la isla de Formosa a manos de una escuadra holandesa, al considerar Corcuera que no había suficiente guarnición para defender el territorio del ataque.
Finalmente, el Consejo de Indias lo declaró inocente y criticó que el nuevo gobernador Fajardo hubiera tratado a Hurtado con «inusual y excesivo» rigor. El enfrentamiento de Corcuera y Fajardo venía de lejos, desde que este último había sustituido también a un hermano del alavés, Íñigo Hurtado de Corcuera, cuando se encontraba al frente de la fortaleza de la isla de Tercera, en las islas Azores. Formosa y Azores como Brasil y los territorios de ultramar de Portugal estuvieron bajo la monarquía hispánica entre 1580 y 1640.
Pero si destacó este alavés fue por la conquista de Mindanao y Joló, dos islas filipinas del sur que estaban gobernadas por líderes musulmanes que no rindieron pleitesía al rey español. Desde el comienzo de la llegada de las naves ibéricas se habían producido numerosas batallas contra los llamados 'moros', término usado despectivamente, que habían sido convertidos al islam en el siglo XII, durante la expansión de esta religión. El resultado era la inseguridad y el temor permanente a los ataques de barcos tanto a Manila como a las ciudades del archipiélago. Las diferentes expediciones no habían terminado con los rebeldes del sur, que destacaban por su ardor guerrero, su pericia en la navegación y el conocimiento de los mares interiores de las islas, llenos de corrientes traicioneras que habían mandado al fondo del mar a muchas embarcaciones.
El gobernador alavés traía un mandato del rey Felipe IV, acabar de una vez con aquellos piratas, considerados así puesto que ese era su 'modus operandi'. A pesar de que muchos altos cargos de la colonia desaconsejaron dejar Manila sin protección militar, Hurtado de Corcuera salió de la capital el 2 de febrero de 1637 con once champanes (buques semejantes a los juncos grandes, dotados de tres palos con velas de estero).
Como en las cruzadas
El fervor cristiano en aquella época lo impregnaba todo. Nada se hacía sin rezar antes. Así que la expedición contaba con un director espiritual y Corcuera llevaba su confesor personal, el padre agustino Barrios, y la expedición se encomendaba a un santo, en este caso a San Francisco Javier, misionero jesuita navarro que había muerto en 1552 cuando esperaba entrar en China desde la isla de Sangchuan, cercana al continente y no muy lejos de la costa de Filipinas. No es que se fuera a combatir a los musulmanes es que se iba como si se tratara de una cruzada.
La fuerza naval desplegada por Corcuera solo constaba de cuatro compañías y se esperaba un refuerzo de otros 80 españoles y 1.000 filipinos.
Pero después de la comunión general y la plantación de cruces (se trataba de ahuyentar a los demonios) se lanzan al asalto. Aparecen las temidas corrientes que les impiden avanzar, por lo que se echan reliquias al mar. Es curiosísima e inimaginable hoy en día la importancia capital de los capellanes y sacerdotes que acompañaban las expediciones militares.
Cuando llegan a Lemitán, entonces la corte del pirata Corralat, Corcuera solo lleva 70 hombres y dos cañones. Personalmente, llevaba un perro negro. Los canes fueron muy utilizados por los españoles en sus combates. En un momento determinado, acrecentando su leyenda, Corcuera se enfrenta a una vanguardia de cuatro moros a los que pone en fuga con su espada. Otro de sus capitanes, Lorenzo de Ugalde (obsérvese la abundancia de vascos) es atacado también pero sale vivo.
El fuerte principal de los moros, situado en una colina, estaba armado con ocho piezas de artillería de bronce y muchos mosquetes. Corcuera lanzó el grito de Santiago, lo acostumbrado entre los militares españoles, e inició el asalto. Otro capitán vasco, Zubiri, le atravesó la cabeza a uno de los jefes de los moros con un disparo y los que quedaban se hicieron fuertes en una posición de última resistencia con Corralat al frente.
En la primera fase de la operación se apresaron 300 barcos y se cobró un cuantioso botín. Entre ellos había embarcaciones de Java, que eran los que animaban a Corralat a resistirse a los españoles.
De nuevo, el espíritu religioso que envolvían la lucha y la victoria se mostró al purificar la mezquita, quemar los libros y organizar una procesión en acción de gracias. Luego se preparó el asalto final a Ilihon.
Después de misa, el día 17 de febrero salieron los hombres de Corcuera en dos columnas. La primera estaba dirigida por el sargento mayor Nicolás González, que ya había derrotado a los moros en la batalla de Punta Flechas. Al no llegar a tiempo sobre lo que se había acordado por tener que dar un gran rodeo, Corcuera al mando de la segunda columna se lanzó al ataque subiendo una empinada cuesta. La resistencia desde el fuerte causó 18 muertos y 80 heridos entre los españoles.
A punto de morir
El gobernador ordenó retirada y en ese momento estuvo a punto de morir. Una bala de mosquete dio en la faldilla del morrión de su paje de rodela (era normal que un grupo de mozos jóvenes asistiera a los oficiales). Le entró por un carrillo y le salió por la boca y aún hirió a Francisco de Valderrama que fue derribado. La bala se detuvo en unos corporales (lienzos blancos que se extienden en el altar) y se consideró que fue un milagro.
Pero la segunda columna pudo sorprender a los moros cuando se jactaban de su victoria. Corralat emprendió la huida. Cuando entraron en el recinto comprobaron que había un gran número de cautivos. El propio Corcuera atendió a un agustino herido. La paradoja fue que entre los liberados había 31 chinos sangleyes que, agradecidos, contribuyeron con 6.000 pesos que sirvieron para costear la expedición.
Como consecuencia de aquella resistencia tan letal, Corcuera mandó quemar el poblado de Lemitán y todas las embarcaciones de los moros.
La victoria se redondeaba con una procesión. El sacerdote enarbolaba una cruz y el gobernador se ponía su hábito de la orden de Calatrava. El regreso a Manila fue triunfal pero el enemigo no había desaparecido y se dispuso una operación de castigo.
En otro capítulo contaremos nuevas hazañas del gran Hurtado de Corcuera, que falleció en 1660, en Tenerife, siendo capitán general de Canarias.
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