El fiscal alavés que encarceló a la élite de Filipinas
Francisco Samaniego Tuesta luchó contra la corrupción en Manila en el siglo XVII
Las biografías de muchos de los alaveses que siguieron la estela de la fortuna echándose a la mar no deja de sorprendernos. La historia de ... Francisco Samaniego Tuesta, natural del pequeño pueblo de Caicedo Yuso, es deslumbrante.
Nació en diciembre de 1598. Era sobrino de Juan de Samaniego, un alto cargo como miembro del Consejo de Castilla. Con esos contactos familiares pudo estudiar y graduarse como bachiller en Salamanca y como licenciado y doctor en Derecho Canónigo y Civil en la Universidad de Osuna, donde fue profesor. En 1629 le nombran relator de la Audiencia Real de la Ciudad de México, capital de la Nueva España.
Para cubrir la plaza adjudicada viaja a América en compañía de su mujer, Catalina de Quiñones, y una sobrina, Elena de la Vega, que va como doncella. También era natural de Caicedo Yuso. Junto al alavés van varios criados, Cristobal Briones, Juan Sánchez Horrillo –este acompañado de su mujer y sus 5 hijos con edades de entre 8 y 26 años- , Pedro Gutiérrez Estébanez (con su mujer, María Gutiérrez y su hijo Miguel); igualmente, dos hermanas, Luciana y Constanza de Covarrubias, también como criadas. Un séquito importante.
En esta primera etapa como funcionario de la Justicia de la Corona se granjea muchos enemigos que le impiden prosperar en el escalafón. Se dedica a escribir muchos libros, especialmente de corte jurídico. Un poco decepcionado, regresa a España en 1643.
En el otoño de 1645 Felipe IV le promueve como fiscal de la Audiencia de Filipinas en sustitución de Esteban Zubiaurre pero la noticia no le llega a Samaniego hasta enero de 1646. Por distintos problemas tuvo que esperar otros tres años en México para ocupar el cargo.
Viajar de América a Asia en esa época era realmente difícil. El galeón de Manila, el puente o sistema de transporte en barco que aseguraba las comunicaciones entre Nueva España (México) y las Filipinas, no cumplió las fechas establecidas para su viaje (diciembre de 1646; enero/febrero de 1647; diciembre de 1647; enero/febrero de 1648). Tampoco llegaban noticias del archipiélago, entre otras cosas porque había una guerra contra Holanda en los mares de Asia. Y cuando las había eran muy malas. La arribada de un pequeño barco traía la mala primicia después de tres años de que un terremoto había devastado Manila. El 30 de noviembre de 1645 la tierra se movió y causó 450 muertos.
Finalmente, Samaniego se embarcó el 10 de abril de 1649 en la nao 'Nuestra Señora de la Encarnación' en un viaje lleno de peligros que duró cinco meses y que pudo contar el propio protagonista. «El 29 de junio casi en los umbrales de la llegada echamos a perder nuestro viaje pues por ir a reconocer la punta de la isla de Gingua, por una orden del gobernador, nos llevaron las corrientes hasta el presidio de Baganga (los presidios eran guarniciones de soldados para controlar los territorios conquistados por España) que estaba a más de 200 leguas de la ciudad. Nos hubiésemos perdido de no ser por un soldado que salió a reconocernos. Pudieron tanto las corrientes de las aguas que no nos dejaron hacer nuestro viaje por lo que el 4 de agosto nos resolvimos a entrar en la ensenada de aquel presidio con resolución de no salir de él hasta dar cuenta al señor gobernador. El 12 de agosto dejé la nao para embarcarme en una caracoa (embarcación de remos) hasta el puerto de Cebú donde luego cogí un sampán en el que llegué a esa ciudad el 21 de septiembre con mucha salud y más miedo», cuenta el propio Samaniego.
Pero ese mismo día un terrible huracán hizo varar la embarcación en tierra, a ochenta leguas de la ciudad. «Se perdieron muchas chucherías que traía a mi gusto y lo que más es 24 cajones de libros. También se perdió toda la hacienda que venía en géneros de su majestad y otra mucha de particulares». Fue precisamente la pérdida de su biblioteca la que le produjo sus más acongojadas lamentaciones, su irremisible desesperación. En su relato de semejante tragedia, sentencia: «con la pérdida de mis libros se me acabaron todas mis curiosidades». Condena que atribuyó al castigo de Dios, debido a sus malsanas ansias de saber. Con sus 1.300 libros poseía una de las bibliotecas privadas más importantes de la Nueva España.
Samaniego era un amante de la lectura y de la exploración. Es autor de una de las primeras recopilaciones geográficas del archipiélago filipino en la que nombra 600 islas (hoy se sabe que son más de 7.000 aunque la mayoría son muy pequeñas). En sus reflexiones constata que los galeones, tan eficaces en la travesía del Pacífico dan problemas para moverse en los mares interiores. Son preferibles los sampanes o las pequeñas embarcaciones a remo cuando llegan los temibles tifones, «aunque lo más aconsejable es quedarse y refugiarse en dársenas y puertos».
Pero sin duda la labor más importante del alavés en Filipinas fue la persecución de la corrupción, especialmente de un valido llamado Manuel Estacio Venegas. Este hombre, militar de prestigio, maestre de campo y secretario de Diego Fajardo, gobernador y capitán general de las islas, tuvo una vida, según sus propios méritos presentados ante la corte, bastante ajetreada. Había servido como soldado a lo largo de treinta y dos años. Como era normal en la época, los méritos personales que exhibió fueron una autobiografía extremadamente exagerada, cuando no cayó en mentiras flagrantes, que fueron descubiertas por el fiscal.
Las circunstancias geopolíticas de las islas Filipinas permitían que desde el propio poder colonial se favoreciera el contrabando. Se estaba muy lejos de la Península, había una dependencia total de la Monarquía que era quien concedía los cargos importantes. La cercanía de las costas asiáticas permitían un comercio muy rico que algunos aprovecharon. La mayor parte de los gobernadores y capitanes generales tuvieron que pasar por grandes procesos judiciales. Hubo quien entró en prisión e incluso condenados a muerte. Estos altos cargos en ocasiones dejaban su poder en manos de validos que diseñaron redes para el beneficio propio como Manuel Estacio.
Ya asentado definitivamente en Manila, Manuel Estacio contrajo matrimonio con María de Perona, la hija del general Fernando López de Perona, uno de los comisionados enviados a México en 1629 para gestionar los intereses comerciales de Filipinas y de la gran élite mercantil del momento. Mediante esta unión, pudo forjar una estrecha alianza con esa familia, extendiéndose además sus contactos a la Nueva España. Como consecuencia de sus méritos, y tras su escalada hacia el poder, se le otorgaron una serie de encomiendas que le proporcionaron rentas en tributos por un valor superior a los 1.600 pesos anuales, aunque también tuvo que invertir en la compra de voluntades para obtener esas mismas rentas. Además de la participación de Estacio en los acontecimientos militares antes descritos, facilitó varios préstamos a la siempre necesitada caja real de Manila. En virtud de todo ello y como premio a sus esfuerzos se le otorgó el título de canciller de la Audiencia de Filipinas, lo cual fue el inicio de un verdadero asalto al poder. En esa escalada Estacio creó una intrincada red de colaboradores en diversas zonas geográficas que abarcaban puertos y zonas nucleares de Asia, América y, lógicamente, España.
La misión principal de esta red fue el comercio ilegal para aprovechar los altísimos márgenes de ganancias en el intercambio de productos de todo tipo, que en ocasiones llegaban hasta el 800%. Esa red se encontró con un combativo recién nombrado fiscal, Francisco de Samaniego, que inició la apertura de numerosos procesos judiciales, tanto contra soldados como contra oficiales reales e incluso contra almirantes y generales. La investigación afectó a todas las estructuras del poder del archipiélago, llegando hasta el funcionariado de la Casa de Contratación y terminó con la condena a muerte por cuchillo de Manuel Estacio, que no fue ejecutado, pero murió en la prisión de Santiago de Manila.
Una situación tan escandalosa, que también salpicaba a miembros del Consejo de Indias, se salvó rápidamente antes de que el número de procesados aumentase y el caso alcanzara a Sevilla y Madrid. Y se solucionó con un ascenso a Samaniego, apartándolo del proceso y nombrando un nuevo fiscal. La causa se concluyó por la vía de urgencia y a los pocos años el mismo gobernador indultaba a Estacio, archivándose el caso definitivamente. Esta situación de ilegalidad manifiesta y caos organizado en que estaban inmersas las islas provenía del hecho de que Fajardo era un hombre muy viejo, con muchos achaques que le impedían ejercer el cargo en la forma que se esperaba. Fajardo, ante esa situación personal, había delegado, cada vez más, a Estacio como su mano derecha y «perfecto» valido. Con esta coyuntura tan favorable, Estacio inició sus actuaciones para incrementar su poder y, con ello, sus beneficios. Entre estas actuaciones, hallamos la acumulación de un gran número de encomiendas; el acaparamiento de productos de las almonedas públicas y de los de más alta calidad que llegaban con los juncos chinos o las naves indias y japonesas; el comercio cada vez más activo en el galeón desplazando a otros comerciantes, con el beneplácito del gobernador, según el fiscal Samaniego; el control absoluto de todas las mercancías y capitales que llegaban de México y las presiones a notables comerciantes.
Estacio Venegas se caracterizó, durante su mandato a la sombra de Fajardo, no solo por el acaparamiento de mercedes y pequeños y grandes fraudes al fisco real, sino también por ejercer un gobierno tremendamente tiránico, que generó el temor de muchos y el odio de los más. A lo largo de todo el proceso iniciado por el fiscal Samaniego, además de Estacio, se encarceló a toda la cúspide de la red forjada por el valido, entre ellos al capitán Andrés de Galves, secretario de gobierno; a su ayudante, Gregorio del Castillo; a Pedro Moreno; al escribano público Juan de Torres y a Lucas Veles. Hasta 61 cargos le fueron imputados, tales como infidelidad al monarca, fraude fiscal, asesinato, robo, etc. y una larga lista de otras prevaricaciones como el de manejar a los alcaldes ordinarios a su capricho, siendo, según el propio Samaniego, un verdadero especialista en «...conseguir la gracia y atraerse la voluntad de la persona que necesitare su favor, procurándole darle gusto, desacreditando a aquellas que no podía».
Además se arrestó a los capitanes Juan Salinas, Fernando Cordero y Diego de Miralles. El fiscal trató con excesivo rigor a altos funcionarios de la administración como Ïñigo de Villarreal, Diego Felipe de Morea, Alonso Centeno, Blas Polo o el general Cristóbal Romero.
Según la investigación realizada por Antonio Picazo Muntaner en la publicación «A la sombra del poder. Administración y corrupción en las Filipinas Hispánicas, el caso de Manuel Estacio Venegas», Samaniego acumuló cargos y pruebas, como la del saqueo de algunos productos embargados a una nave portuguesa, en 1648, o el participar en la compra-venta, tanto para sí mismo, como para sus allegados, de grandes cantidades de mercancías que eran enviadas fraudulentamente a Acapulco..
A Estacio Venegas también se le acusó de acaparar todo el comercio que se efectuaba con la costa Malabar, Siam y Camboya, así como de controlar todo el estanco de naipes, de cal y de papel27, desviando parte de esas rentas reales a sus propios negocios y hacienda, así como a uno de sus vicios más conocidos y populares: el juego. Efectivamente, fueron muchos los testigos que afirmaron que pagó elevadas deudas de juego, en algunos casos de unos 2.000 pesos, con cargo a la caja real.
Otra de las denuncias contra Estacio fue que todos los capitanes de sampanes que arribaban de las costas chinas debían pagarle un tributo personal, dependiendo de la carga, llegando a convertirse en un impuesto más, que ascendió al pago de dos fardos de lienzo o su correspondiente en metálico de 200 pesos.
Las acusaciones más graves contra Estacio fueron las de asesinato. Samaniego consideraba que el valido había hecho envenenar a los maestres de campo Lorenzo de Olaso, Fernando de Ayala y al general Sebastián López a través de su hombre de confianza Gregorio del Castillo
La gran suerte de Samaniego fue el haber registrado los aposentos de Estacio Venegas y haber hallado dos documentos claves para poder mantener sus acusaciones: un libro de contabilidad y un copiador de correspondencia. En el primero de los libros se hallaron transferencias de capital enviado fuera de registro con los datos oportunos: año, consignatario del capital a bordo del galeón, pertenencia y total. Así, en 1645, el capitán Pedro de Urquisu acarreó hasta Manila la cantidad de 30.000 pesos enviados por Martín de Sepúlveda; en 1646 el general del navío San Luis, Fernando López de Perona, trajo 20.000 pesos a Estacio de Tiburcio de Urea.
Entre sus pagos también figuraban dádivas a personajes clave de la metrópoli, como el II Conde del Castrillo, García de Avellaneda y Haro, José Ferriol y Juan Bautista Sáenz de Navarrete. A todos ellos les mandó dinero y también una serie de presentes para comprar voluntades.
Crucifijo de marfil
La figura de Samaniego ha pasado a la historia también por ser uno de los ejemplos claros y más estudiados de cómo los que se aventuraban hacia las nuevas tierras americanas o asiáticas no perdían el vínculo con sus orígenes. En este caso, más de un siglo después de su muerte, cuando se registraban los bienes de los jesuitas expulsados de Filipinas se encontró una custodia de plata hecha de filigrana y un crucifijo de marfil que el propio Samaniego había dejado en custodia a la orden de San Ignacio en Manila con el fin de que, a su muerte, fuera remitido a la iglesia parroquial de Caicedo, su lugar de nacimiento. Así se hizo. Y en 1784 se enviaron las obras de arte al pueblo alavés. Una cruz procesional del mismo origen se encuentra en el Museo de Arte Sacro de la catedral Nueva
Hay registrados en Álava al menos siete crucifijos con este origen chino-filipino, de marfil, que fueron donados a las iglesias donde fueron bautizados otros tantos personajes.
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