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«Aquí podemos vivir tranquilos»
Una treintena de ucranianos y sus familias de acogida visitan la 'almendra'. Reclaman más apoyo: «No les ayudan a buscar casa y trabajo»
Tan solo escuchar las turbinas de un avión era capaz de despertarle los recuerdos más espantosos a Karina Sevstopol. Y no son pocas las aeronaves ... que surcan el cielo de Abetxuko camino de Foronda. Pero hoy, casi seis meses después de que ella, su marido, Illia Verbytskyi, su madre, Olana Mamai, y sus hijos Dima y Kira cambiaran su piso en Bila Tserkva por la casa de Esperanza Martínez y Luis Miguel Bermejo, ese ruido ya no le despierta ningún trauma. «Aquí podemos vivir tranquilos», suspira. Este miércoles, sin ir más lejos, aprovechaban para descubrir los rincones más emblemáticos de la 'almendra' junto a otra treintena de ucranianos que ahora residen en la capital alavesa y en Bilbao.
La ruta guiada les trasladó desde el origen de la antigua Gasteiz junto a la Catedral Vieja hasta la Balconada de San Miguel a través de lugares tan fotografiados como la muralla medieval, el palacio Escoriaza-Esquível, Villa Suso o Los Arquillos. Más de uno incluso se animó a fotografiarse con Celedón. «El objetivo es que se adapten a esta nueva realidad y tratar el duelo y los traumas por todo lo que han dejado atrás», explicaba la psicóloga del programa Berrizte del Gobierno vasco, Oihane Garamendi.
Por este proyecto que busca la inclusión social de los refugiados en Euskadi han pasado ya 276 ucranianos y 326 personas acogedoras. Así, aunque solo fuera por una mañana, estos vitorianos adoptivos pudieron dejar a un lado los dramas y continuar integrándose y haciéndose a la cultura vasca y alavesa. Esa es en parte la obsesión de Karina, que no para de estudiar por Internet y ya empieza a manejarse con el castellano. «Queremos encontrar trabajo para poder pagarnos un piso. De lo que sea. No paro de echar currículums», dice.
También lo hace su marido, Illia, que tras ayudar a trasladar ayuda humanitaria a los frentes de guerra, el pasado junio llegó a Álava. Él es uno de los pocos hombres afortunados que pudieron escapar de ser reclutados. «Perdió movilidad en una mano tras una operación», justifica su mujer. El plan ahora es que la familia al completo junto a su prima Angelina y el hijo de ésta, Artem, encuentren un hogar. «Ella no puede sostenerse sola». Al igual que la madre de Karina, ya mayor. «Tampoco puede trabajar porque tiene las piernas mal», dice mientras la observa caminar con un bastón.
Edificar esa nueva vida, además, urge a cada día que pasa. Ya aunque solo sea para descargar un poco a su familia vitoriana. Y es que no son pocas las trabas y papeleos en los que, sin la ayuda de Esperanza y Miguel, jamás podrían haber siquiera regularizado su situación. «Para mi ya son mi familia», asegura Esperanza. «Lo que pasa es que no les ayudan a buscar casa y trabajo. Se han desentendido de las personas que están de acogida», lamenta. «Al principio, cuando me ofrecí, me dijeron que sería para un mes y esto tampoco puede alargarse 'sine die'. No solo por el tema económico, también porque en la casa han pasado de vivir dos a siete y uno de los hijos ya tiene 11 años. Necesita una habitación», explicaba.
Para Esperanza ayudar a estas familias ha sido una lucha constante. En estos meses no solo ha conseguido que los hijos de Karina puedan empezar este próximo curso en Los Herrán, incluso le tocó hacer de 'matrona' para Irina Deisluk. Amiga de Karina desde el colegio, ambas emprendieron juntas el viaje a Vitoria desde Polonia. A ella la guerra le pilló cuando estaba de cinco meses. «Di a luz el pasado julio en Txagorritxu». Y allí, en primera fila, estaba la pequeña Liana, dormida en su carricoche. «Le mandó vídeos y fotos todos los días a su padre. Está en Donestk», cuenta triste. Ahora ambas y los pequeños Dasha y Diana viven en un piso de Cáritas y espera que en un año le reconozcan a su bebé la nacionalidad española. Otra garantía de que podrá recomponer aquí ese puzle bombardeado en el que la guerra ha convertido su vida.
«Mis padres no me hablaban porque pensaban que era enemiga de Rusia»
Anna Kotsegubova, de padre ruso y madre ucraniana, fue la encargada de hacer de traductora en la visita turística. Pedagoga, lleva tres años en Bilbao, donde regenta dos academias para niños. Ya integrada, le tocó ver como la guerra expulsaba a su prima y su tía de Ucrania. «Yo, cuando llegué aquí, venía preparada, pero para ellos ha sido un cambio brusco. No tienen ganas de estudiar, no pueden trabajar. Su posición es muy frágil». Y ella, claro, se ve inmersa en un conflicto en el que está con el corazón partido. «Mis padres estuvieron tiempo sin hablar conmigo porque pensaban que era enemiga de Rusia, pero tampoco es así. Es allí donde me he criado». De hecho, la traducción la hizo en ruso. «No me manejo del todo bien con el ucraniano. A ellos les tengo que explicar que soy de origen rusoucraniano para evitar conflictos», comenta.
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