«'La paloma' es universal y eterna»
La cantante lírica rusa interpretará la célebre habanera de Iradier en la plaza de la Burullería, donde se invitará al público a participar en un coro popular
«Si a tu ventana llega una paloma, trátala con cariño que es mi persona...». La célebre habanera 'La paloma' del alavés Sebastián Iradier (1809- ... 1865), tantísimas veces cantada en el mundo, conmoverá al público que se acerque el domingo a la plaza de la Burullería (12:30 horas) a seguir la actuación de la soprano rusa Lydia Galasova. La IV Fiesta de la Primavera, rebautizada como Fiesta de la Paloma, llega cargada de emociones. Sus organizadores invitarán al público a sumarse a un coro popular tras la interpretación estrella para contribuir así a la eternidad de la pieza. «No solo hay que escucharla, también cantarla», animan.
– ¿Qué tiene 'La paloma' para ser mundialmente conocida?
– Tiene algo profundamente universal: una melodía sencilla pero muy expresiva, una estructura clara, un carácter nostálgico, casi hipnótico, y el ritmo de habanera, tan ligado al deseo y la espera, la convierte en una canción que traspasa idiomas y estilos.
– Igual de célebre que 'Yesterday', de The Beatles.
– Aunque pertenecen a contextos muy distintos, ambas han alcanzado un estatus icónico. Lo impresionante de 'La paloma' es que, compuesta en el siglo XIX, se ha mantenido más de siglo y medio viajando por continentes, culturas y generaciones. Se ha cantado en más de 40 idiomas y versionado por artistas tan dispares como Plácido Domingo, Elvis Presley, Nana Mouskouri o Mireille Mathieu. Su difusión ha sido tan transversal que ha pasado de salones decimonónicos a películas, plazas o carrillones como el del Ayuntamiento de Vitoria.
– ¿Es una obra eterna?
– Sin duda. Su capacidad de adaptación y su mensaje atemporal la mantienen viva. Es una melodía que nunca pasa de moda porque conecta con algo muy profundo en el ser humano. 'La paloma' no envejece, se transforma y renace con cada nueva interpretación.
«Es un fenómeno musical y simbólico que forma parte del patrimonio cultural internacional»
– Entre los estudiosos no hay coincidencia sobre el año de su creación. ¿Por cuál se decanta?
– Cierto. Se estima que fue compuesta entre 1857 y 1859, probablemente durante o después de la estancia de Iradier en Cuba, donde conoció de primera mano el ritmo de la habanera. La falta de manuscritos originales y la variedad de ediciones hacen muy difícil fijar una fecha. Aunque no se sabe con certeza dónde y cuándo se publicó, algunas fuentes indican que la primera impresión documentada de 'La paloma' tuvo lugar en París, ciudad donde Iradier vivió tras su viaje a América. Para 1860 ya era ampliamente conocida en América, España y otros países europeos, lo que demuestra la rapidez con la que se popularizó. Fue escrita en plena efervescencia del gusto por lo exótico en la música europea.
– Llama la atención que una cantante lírica rusa como usted se haya animado a hacer un estudio sobre esta pieza musical.
– Precisamente por eso, porque ha trascendido fronteras y yo también he vivido entre culturas. Como intérprete enamorada de la música española, me fascinó cómo una canción del XIX pudo recorrer el mundo. Me interesa su capacidad de resonar tanto en la ópera como en lo popular, y quería descubrir las claves de esa universalidad desde una mirada artística y musicológica.
– ¿De qué trata su trabajo?
– Estudio la canción desde una perspectiva amplia, combinando el análisis histórico-cultural, musical y performativo. Me interesa cómo una canción del siglo XIX se ha mantenido en la memoria colectiva durante más de 150 años cruzando fronteras, idiomas y estilos. Analizo cómo ha sido reinterpretada vocalmente desde los salones decimonónicos hasta los escenarios contemporáneos y cómo su melodía ha encarnado distintos significados: desde la nostalgia o el amor hasta el exilio o la identidad nacional. Además, busco contribuir a la puesta en valor tanto de ella como de su autor, cuya figura merece mayor reconocimiento. 'La paloma' es mucho más que una habanera romántica, es un fenómeno musical y simbólico que forma parte del patrimonio cultural español e internacional.
– ¿Ese ritmo pausado le proporciona más encanto si cabe?
– Sin duda. Un movimiento lento que genera una sensación de vaivén que recuerda al mar, el viaje, lo lejano... y eso conecta con la temática de la canción. Es un ritmo que sugiere tanto la melancolía como la sensualidad, algo que encaja con el espíritu romántico de la pieza. Compositores como Falla, Ravel o Debussy se fascinaron por esa mezcla de exotismo y expresividad.
–¿Cuántas veces la ha cantado?
– La primera fue el pasado año en una clase de canto del Máster en Interpretación e Investigación Performativa de Música Española en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Desde entonces, la he incluido en recitales y conciertos privados. Ya forma parte de mi repertorio.
«Vivió con ligereza disfrutando del momento: los aplausos, el champán, la sonrisa de las damas...»
– ¿Le emociona hacerlo hoy en la tierra que vio nacer (Lanciego) y morir (Vitoria) a su autor?
– Muchísimo. Cantarla en la ciudad, tan cerca de Lanciego, es como cerrar un círculo. Sentir que la obra vuelve a su origen, pero con toda la trayectoria que ha vivido en el mundo, es muy emotivo.
– ¿Piensa acercarse a oírla a la plaza de España?
– Por supuesto. Me emociona pensar que la ciudad recuerda así a Iradier, incluso aunque muchos no lo conozcan. Es un homenaje diario a su legado. Será como un ritual íntimo antes del concierto.
– De la vida y obra de Iradier se ha escrito y dicho de todo. Al margen de su exquisita producción artística, algunos episodios no le dejan en buen lugar.
– Dicen que fue un poco 'un viva la Virgen' y según Pío Baroja, alguien desenvuelto, alegre y despreocupado. Vivió con ligereza disfrutando del momento: los aplausos en los conciertos, las copas de champán, la sonrisa de las damas... Parecía más interesado en el placer inmediato que en la construcción de un legado. Esa actitud, aunque le restó visibilidad con los años, también lo hace más humano y cercano. Hay quienes lo ven como un bohemio refinado; otros lo presentan al revés, como un hombre que frecuentaba la alta sociedad y sabía moverse con soltura en ambientes distinguidos. No era un músico obsesionado con la posteridad ni la acumulación de obras. Muchas de sus composiciones ni siquiera las firmó o las dejó sin proteger, lo que llevó a que otros se apropiaran de ellas. Aun así, cada una de sus canciones tiene un aire de distinción y sensibilidad muy particular. Iradier fue, en cierto modo, un trovador moderno con la melancolía del que prefiere vivir intensamente sin preocuparse por lo que vendría después.
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