
Historias perdidas de Álava
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Historias perdidas de Álava
Vitoria, siglo XVI, ciudad de concordiaDurante el reinado de Carlos I y de su madre Juana, que nunca fue desposeída de su corona castellana, tuvieron lugar en Vitoria dos hechos muy transcendentes pero poco conocidos. Se trata de dos decretos de amnistías o perdones reales que confirmaban el deseo ... de lograr la paz en sus territorios del hombre más poderoso de la época.
El primero de ellos tiene fecha de 28 de octubre de 1521. Lo firma Adriano de Utrecht, futuro papa Adriano VI, regente de España en nombre de Carlos I, y residente en Vitoria como consecuencia de la invasión franco-navarra para recuperar el Viejo Reino, en manos castellanas por la conquista de 1512 por el rey Fernando de Aragón.
Sabido es, y no vamos a profundizar en ello, que la guerra de las Comunidades de Castilla fue un levantamiento armado de parte de las ciudades y la nobleza media a comienzos del reinado de Carlos I. Tras las escaramuzas iniciales y los sitios a villas y ciudades, la batalla de Villalar (23 de abril de 1521) puso punto final a la rebelión. Popular e icónico es el cuadro en el que aparecen los tres líderes, Padilla, Bravo y Maldonado, en el cadalso, en distintos momentos de su muerte por decapitación. Sin embargo, hubo ciudades como Toledo que continuaron abiertamente enfrentadas a la corona. Juan Padilla era el líder de los toledanos rebeldes.
Es en ese contexto cuando Adriano de Utrecht, por poderes del emperador que estaba en Alemania para ser coronado, y con la intención de superar la crisis, firma el perdón a la ciudad de Toledo el 28 de octubre de 1521, tres días después de la rendición de la capital manchega. Por cierto, fue la orden de San Juan de Jerusalén, luego llamada orden de Malta –la cesión de la isla a los hospitalarios también se negoció en Vitoria tres años después- la que puso más tropas en la lucha contra los toledanos. Carlos I tenía mucho que agradecer a la congregación de los monjes soldado.
No obstante, Toledo, donde vivía la viuda de Padilla, María Pacheco, que pudo exiliarse en Portugal para evitar su arresto, mantuvo su rebeldía en distintos episodios hasta su rendición definitiva el 3 de febrero de 1522. En el perdón general que Carlos I, ya de vuelta de Alemania, concedió a los comuneros hubo algunas excepciones, entre ellas el considerado capitán general de los rebeldes Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, y otros con apellidos muy alaveses como Mendozas, Ayalas y Esquível.
El segundo perdón real, concedido a los navarros que lucharon en Fuenterrabía en 1524, presenta un relato parecido al de Toledo pero se da en un contexto más internacional. Hay historiadores que consideran que es un episodio más de las guerras con Francia por el control de las posesiones europeas y le hegemonía europea entre el rey francés Francisco I y Carlos I. Otros, desde el punto de vista más local y navarro, creen que se trata del último intento por mantener una monarquía a este lado de los Pirineos. Posiblemente, los dos tienen razón.
Fuenterrabía era la llave de Castilla, una villa muy bien fortificada a la que pusieron cerco conjuntamente tropas francesas de Francisco I, que solo pensaba en vengarse de las derrotas que le infligió Carlos I, y de Enrique II de Navarra, que conservaba el convencimiento de que podía reconquistar el Viejo Reino.
Un potente ejército de 30.000 hombres entre caballería e infantería y 20 cañones ataca en septiembre de 1921 diversos castillos navarros en manos de Castilla. El hueso más duro de roer es Fuenterrabía, muy protegida por defensas formidables. Pero la artillería francesa hace estragos y el coronel Diego de Vera entrega la plaza el 19 de octubre. Los franceses dejan una potente guarnición con los legitimistas navarros como aliados, comandados, entre otros, por Pedro de Navarra y el hermano de San Francisco Javier, Miguel de Xabier.
En febrero de 1523, otro ejército francés rompe el asedio al que ha sometido Carlos I a la plaza. Medio año después se inicia otra ofensiva castellana para conquistar Fuenterrabía. Carlos I decide dirigir personalmente el ejército y se instala en Pamplona. Ciudades y villas de la frontera van cayendo en manos españolas que lleva una masa de más de 30.000 hombres, entre ellos muchos alemanes.
El 5 de enero de 1524, Carlos V se instala en Vitoria –viene de Pamplona donde ha agotado todos los recursos en su intento por castigar a los franceses en su territorio- para seguir el cerco de Fuenterrabía, dispuesto a permanecer en Vitoria hasta que la villa guipuzcoana fuera liberada, como así ocurrió a finales de febrero. El emperador ordenó el 2 de febrero un bombardeo con 60 piezas de artillería que después de cuatro días destrozaron las mejores defensas de la villa amurallada.
Las negociaciones para la rendición corrían paralelas a los combates y Carlos V prometió, desde Vitoria, el perdón a los navarros que habían participado junto a los franceses en la toma y defensa de Fuenterrabía.
Fray Prudencio de Sandoval (en 'Historia de la Vida y Hechos del Emperador Carlos V') se refiere en estos términos al asunto del perdón a los navarros:
«Tenía el Emperador dada una carta y provisión real, estando en Vitoria a 26 de enero de este año (1524), a ruego y petición del condestable, por la cual perdonaba a todos los navarros que estaban dentro en Fuenterrabía, con que dentro de veinticuatro horas después de comenzada a batir se saliesen de la villa y pasasen a la parte y servicio del Emperador. En virtud de esta carta, el condestable perdonó a muchos, aunque algunos se exceptaron. Y con don Pedro de Peralta capituló, demás de lo dicho, que quedase con el oficio de mareschal de Navarra, y se le diesen dos hábitos de Santiago, uno para él, otro para un pariente. Que se le volviesen los lugares y rentas de ellos, que tenía en Navarra y Castilla, con los honores y preeminencias, como las tenían el condestable de Navarra y marqués de Falces, y otras muchas particularidades y mercedes que el Emperador le ofreció. Y así se hicieron a otros caballeros navarros, si bien se exceptaron más de cien personas principales del perdón general».
Desde su cuartel general, en el palacio de Montehermoso de Vitoria, Carlos I tiene noticias de que los 400 navarros de Pedro de Navarra, que habían resistido 28 meses de asedio con gran valor, salen con todos los honores desde Fuenterrabía. Las puertas de la fortaleza, muy castigada, se abrieron a las 6 de la mañana del 27 de febrero de 1524. Detrás evacuaron las tropas francesas, mucho más numerosas. Es el epílogo a la resistencia navarra –con el fundamental apoyo francés- frente a la conquista castellana del reino.
Carlos I abandona Vitoria el 5 de marzo de 1524, una vez asegurado el objetivo de tomar Fuenterrabía. Los alaveses con Diego Martínez de Álava al frente han tenido un papel destacado en el asedio. El emperador tuvo que intervenir personalmente para que al frente de las tropas no fuera Ruiz de Vergara, elegido por el concejo de la ciudad, sino su fiel vasallo Martínez de Álava.
El perdón prometido en Vitoria es rubricado finalmente en Burgos el 29 de abril. Como indica el historiador Tarsicio de Azcona, el rey emperador habría prodigado «una medicación no de rigor y castigo, sino de perdón y reconciliación». El perdón concedido a los agramonteses navarros otorgaba mercedes y gracias extraordinarias: volver a casa y a la familia, recuperar la hacienda y la fama, a cambio de jurar fidelidad al emperador. Esa combinación de justicia y clemencia dio sus frutos. A pesar de que costó otro siglo la extinción de los bandos navarros, agramonteses y beaumonteses, partidarios los primeros de mantener el reino aunque dependientes de Francia y los segundos, de Castilla, Navarra comenzó el camino de la aceptación.
Sin duda, sobre el ánimo de los navarros pesó el aspecto más humano. Algunos de los cronistas subrayan que muchos de aquellos hombres llevaban desde 1512, es decir 14 años sin ver a sus familias. Y habían sido derrotados en combate. Podían haber acabado en la cárcel –como lo fue uno de sus líderes el padre de Pedro de Navarra, que murió en extrañas circunstancias en Simancas- o en el exilio. También hubo algunos que se fueron a la Baja Navarra con su rey Enrique II que siguió tratando de recuperar el reino de cualquier forma.
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