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Viernes, 26 de febrero 2021, 11:47

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Taxímetro, teléfono en la parada de Olaguíbel y sanciones de 50 pesetas

Los más de veinte vehículos que disponían de licencia de taxi en Vitoria en 1957 estrenaron taxímetro el 24 de marzo tras ser verificados por el Ayuntamiento. El concejal delegado de Circulación era el médico José María Viana, con quien los conductores acordaron también la instalación de una luz verde (chivato) en el coche para advertir al cliente de que estaba libre. Durante el día, la disponibilidad del servicio la marcaba la posición de la bandera del nuevo dispositivo, subida (vacío) o bajada. Las novedades en los taxis aconsejaron la actualización de las tarifas entre el Ayuntamiento y el gremio. Así, la bajada de bandera se estableció en cinco pesetas, el kilómetro en cuatro y el suplemento por salir al extrarradio se incrementaba en 3, 6 y 9 si eran uno, dos o tres los kilómetros más allá de los límites. Por taxi solo se aceptaban tres viajeros y si se superaban, había que abonar dos pesetas por cada uno de más. También se tarifaron los servicios especiales: boda antes de las 11 de la mañana (100 pesetas), después (125), bautizo en el casco urbano (50), conducción (75) y a la plaza de toros y al campo de fútbol (15). Por la noche, los precios se doblaban. Los taxistas vitorianos estrenaron por entonces la parada principal, al inicio de la calle Olaguíbel, detrás de Correos, que disponía de teléfono y urinarios, aunque no de sombra, como muestra la foto. Hasta que creció el arbolado allí plantado, se protegían con una sombrilla cuando daba el sol. Tuvieron también sus más y sus menos con el alcalde Luis Ibarra, que en diciembre de aquel año multó a trece de ellos con 50 ptas. por saltarse el horario de espera que les correspondía en la parada.

ARCHIVO MUNICIPAL DE VITORIA-GASTEIZ / ARQUÉ
Los más de veinte vehículos que disponían de licencia de taxi en Vitoria en 1957 estrenaron taxímetro el 24 de marzo tras ser verificados por el Ayuntamiento. El concejal delegado de Circulación era el médico José María Viana, con quien los conductores acordaron también la instalación de una luz verde (chivato) en el coche para advertir al cliente de que estaba libre. Durante el día, la disponibilidad del servicio la marcaba la posición de la bandera del nuevo dispositivo, subida (vacío) o bajada. Las novedades en los taxis aconsejaron la actualización de las tarifas entre el Ayuntamiento y el gremio. Así, la bajada de bandera se estableció en cinco pesetas, el kilómetro en cuatro y el suplemento por salir al extrarradio se incrementaba en 3, 6 y 9 si eran uno, dos o tres los kilómetros más allá de los límites. Por taxi solo se aceptaban tres viajeros y si se superaban, había que abonar dos pesetas por cada uno de más. También se tarifaron los servicios especiales: boda antes de las 11 de la mañana (100 pesetas), después (125), bautizo en el casco urbano (50), conducción (75) y a la plaza de toros y al campo de fútbol (15). Por la noche, los precios se doblaban. Los taxistas vitorianos estrenaron por entonces la parada principal, al inicio de la calle Olaguíbel, detrás de Correos, que disponía de teléfono y urinarios, aunque no de sombra, como muestra la foto. Hasta que creció el arbolado allí plantado, se protegían con una sombrilla cuando daba el sol. Tuvieron también sus más y sus menos con el alcalde Luis Ibarra, que en diciembre de aquel año multó a trece de ellos con 50 ptas. por saltarse el horario de espera que les correspondía en la parada.
Los más de veinte vehículos que disponían de licencia de taxi en Vitoria en 1957 estrenaron taxímetro el 24 de marzo tras ser verificados por el Ayuntamiento. El concejal delegado de Circulación era el médico José María Viana, con quien los conductores acordaron también la instalación de una luz verde (chivato) en el coche para advertir al cliente de que estaba libre. Durante el día, la disponibilidad del servicio la marcaba la posición de la bandera del nuevo dispositivo, subida (vacío) o bajada. Las novedades en los taxis aconsejaron la actualización de las tarifas entre el Ayuntamiento y el gremio. Así, la bajada de bandera se estableció en cinco pesetas, el kilómetro en cuatro y el suplemento por salir al extrarradio se incrementaba en 3, 6 y 9 si eran uno, dos o tres los kilómetros más allá de los límites. Por taxi solo se aceptaban tres viajeros y si se superaban, había que abonar dos pesetas por cada uno de más. También se tarifaron los servicios especiales: boda antes de las 11 de la mañana (100 pesetas), después (125), bautizo en el casco urbano (50), conducción (75) y a la plaza de toros y al campo de fútbol (15). Por la noche, los precios se doblaban. Los taxistas vitorianos estrenaron por entonces la parada principal, al inicio de la calle Olaguíbel, detrás de Correos, que disponía de teléfono y urinarios, aunque no de sombra, como muestra la foto. Hasta que creció el arbolado allí plantado, se protegían con una sombrilla cuando daba el sol. Tuvieron también sus más y sus menos con el alcalde Luis Ibarra, que en diciembre de aquel año multó a trece de ellos con 50 ptas. por saltarse el horario de espera que les correspondía en la parada.

La chavalería de Araya, ante ese invento llamado televisor

Tuvo Araya durante décadas un casino de postín. Antes de que se quemara en 1968, en su ‘reservado’ se jugaban los hombres las perras, se bailaba con la reconocida banda de música sin distinción de clases sociales, aunque la hubiera pues se movía dinero en el municipio gracias a la boyante siderurgia de Ajuria y Urigoitia; y se pasaba el rato con obras de teatro y comedias para todos los públicos en su pequeño escenario. Decorado con gusto exquisito, el salón tenía piano y billar, hasta que llegó al pueblo ese invento que fue la televisión y montaron una en una esquina. Quiere recordar el popular ‘Pinttu’ que al inicio de los años 60 se instalaron los tres primeros televisores en la próspera localidad, el del círculo recreativo, otro en casa del médico, un tal Guelbenzu, y un tercero en el bar Alegría, el de su familia, donde se agolpaba la gente a ver Bonanza. Todos los vecinos eran socios del casino y su biblioteca, como también de la Cooperativa de Consumo La Unión Obrera (’La Cope’), la primera en España, nacida al abrigo de la imponente factoría. Así que era costumbre de a diario que los chiquillos, después de la escuela o en día no lectivo, se acercaran al salón a media tarde para plantarse ante la tele, como da fe la fotografía tomada por Arqué en abril de 1964. La primera cadena de TVE –no había más– ofrecía programación infantil entre las cuatro y las siete. Dibujos animados, Cheyenne, Fiesta con nosotros, La vida y el juego, Rumbo sur y Recreo eran algunos de los espacios preferidos de la grey, que no perdía de vista aquello que salía de aparatos hoy inexistentes en el mercado como Tonblick, Vanguard, Schneider o Zenith.

ARCHIVO MUNICIPAL DE VITORIA-GASTEIZ / ARQUÉ
Tuvo Araya durante décadas un casino de postín. Antes de que se quemara en 1968, en su ‘reservado’ se jugaban los hombres las perras, se bailaba con la reconocida banda de música sin distinción de clases sociales, aunque la hubiera pues se movía dinero en el municipio gracias a la boyante siderurgia de Ajuria y Urigoitia; y se pasaba el rato con obras de teatro y comedias para todos los públicos en su pequeño escenario. Decorado con gusto exquisito, el salón tenía piano y billar, hasta que llegó al pueblo ese invento que fue la televisión y montaron una en una esquina. Quiere recordar el popular ‘Pinttu’ que al inicio de los años 60 se instalaron los tres primeros televisores en la próspera localidad, el del círculo recreativo, otro en casa del médico, un tal Guelbenzu, y un tercero en el bar Alegría, el de su familia, donde se agolpaba la gente a ver Bonanza. Todos los vecinos eran socios del casino y su biblioteca, como también de la Cooperativa de Consumo La Unión Obrera (’La Cope’), la primera en España, nacida al abrigo de la imponente factoría. Así que era costumbre de a diario que los chiquillos, después de la escuela o en día no lectivo, se acercaran al salón a media tarde para plantarse ante la tele, como da fe la fotografía tomada por Arqué en abril de 1964. La primera cadena de TVE –no había más– ofrecía programación infantil entre las cuatro y las siete. Dibujos animados, Cheyenne, Fiesta con nosotros, La vida y el juego, Rumbo sur y Recreo eran algunos de los espacios preferidos de la grey, que no perdía de vista aquello que salía de aparatos hoy inexistentes en el mercado como Tonblick, Vanguard, Schneider o Zenith.
Tuvo Araya durante décadas un casino de postín. Antes de que se quemara en 1968, en su ‘reservado’ se jugaban los hombres las perras, se bailaba con la reconocida banda de música sin distinción de clases sociales, aunque la hubiera pues se movía dinero en el municipio gracias a la boyante siderurgia de Ajuria y Urigoitia; y se pasaba el rato con obras de teatro y comedias para todos los públicos en su pequeño escenario. Decorado con gusto exquisito, el salón tenía piano y billar, hasta que llegó al pueblo ese invento que fue la televisión y montaron una en una esquina. Quiere recordar el popular ‘Pinttu’ que al inicio de los años 60 se instalaron los tres primeros televisores en la próspera localidad, el del círculo recreativo, otro en casa del médico, un tal Guelbenzu, y un tercero en el bar Alegría, el de su familia, donde se agolpaba la gente a ver Bonanza. Todos los vecinos eran socios del casino y su biblioteca, como también de la Cooperativa de Consumo La Unión Obrera (’La Cope’), la primera en España, nacida al abrigo de la imponente factoría. Así que era costumbre de a diario que los chiquillos, después de la escuela o en día no lectivo, se acercaran al salón a media tarde para plantarse ante la tele, como da fe la fotografía tomada por Arqué en abril de 1964. La primera cadena de TVE –no había más– ofrecía programación infantil entre las cuatro y las siete. Dibujos animados, Cheyenne, Fiesta con nosotros, La vida y el juego, Rumbo sur y Recreo eran algunos de los espacios preferidos de la grey, que no perdía de vista aquello que salía de aparatos hoy inexistentes en el mercado como Tonblick, Vanguard, Schneider o Zenith.

El Hesperia, un proyecto que captaba altura y talento

Cuando ya emitía inequívocas señales de deporte con porvenir y prestigio en Álava, a caballo entre los años 50 y 60, el baloncesto se puso a buscar y captar jóvenes que reunieran al menos dos cualidades. Que fueran altos, a poder ser de más de 1,90 metros, y apuntaran talento con el balón y en el tiro a canasta. La Federación Española promovió por entonces la práctica del minibasket como caladero, impulsó la llamada ‘Operación altura’ y creó un programa nacional con un club, el Hesperia, para agrupar a las promesas que fueran naciendo. Por descontado que Álava dispuso de su propio conjunto federativo, que venía a ser una selección de baloncestistas en edad juvenil mayoritariamente, procedentes del Vitoria, el equipo más representativo en aquel momento; y los colegiales San José, Marianistas y Corazonistas. El Hesperia vitoriano no tuvo larga vida, pero sí la suficiente como para integrar un elenco de buenos jugadores, algunos destacados en años posteriores, y hasta para ganar al Hesperia de Madrid, con lo más granado de la época, en un amistoso celebrado el 2 de marzo de 1963 en el Frontón Vitoriano. En la foto, que corresponde a un entrenamiento previo, posan de arriba a abajo y de izquierda a derecha, Lapeña, San Miguel, Perico Buesa, Javier Añúa (entrenador), Ibarrondo, Jesús Llano y Botaz; José Luis Ortiz de Pinedo y Echevarría.

ARCHIVO MUNICIPAL DE VITORIA-GASTEIZ / ARQUÉ
Cuando ya emitía inequívocas señales de deporte con porvenir y prestigio en Álava, a caballo entre los años 50 y 60, el baloncesto se puso a buscar y captar jóvenes que reunieran al menos dos cualidades. Que fueran altos, a poder ser de más de 1,90 metros, y apuntaran talento con el balón y en el tiro a canasta. La Federación Española promovió por entonces la práctica del minibasket como caladero, impulsó la llamada ‘Operación altura’ y creó un programa nacional con un club, el Hesperia, para agrupar a las promesas que fueran naciendo. Por descontado que Álava dispuso de su propio conjunto federativo, que venía a ser una selección de baloncestistas en edad juvenil mayoritariamente, procedentes del Vitoria, el equipo más representativo en aquel momento; y los colegiales San José, Marianistas y Corazonistas. El Hesperia vitoriano no tuvo larga vida, pero sí la suficiente como para integrar un elenco de buenos jugadores, algunos destacados en años posteriores, y hasta para ganar al Hesperia de Madrid, con lo más granado de la época, en un amistoso celebrado el 2 de marzo de 1963 en el Frontón Vitoriano. En la foto, que corresponde a un entrenamiento previo, posan de arriba a abajo y de izquierda a derecha, Lapeña, San Miguel, Perico Buesa, Javier Añúa (entrenador), Ibarrondo, Jesús Llano y Botaz; José Luis Ortiz de Pinedo y Echevarría.
Cuando ya emitía inequívocas señales de deporte con porvenir y prestigio en Álava, a caballo entre los años 50 y 60, el baloncesto se puso a buscar y captar jóvenes que reunieran al menos dos cualidades. Que fueran altos, a poder ser de más de 1,90 metros, y apuntaran talento con el balón y en el tiro a canasta. La Federación Española promovió por entonces la práctica del minibasket como caladero, impulsó la llamada ‘Operación altura’ y creó un programa nacional con un club, el Hesperia, para agrupar a las promesas que fueran naciendo. Por descontado que Álava dispuso de su propio conjunto federativo, que venía a ser una selección de baloncestistas en edad juvenil mayoritariamente, procedentes del Vitoria, el equipo más representativo en aquel momento; y los colegiales San José, Marianistas y Corazonistas. El Hesperia vitoriano no tuvo larga vida, pero sí la suficiente como para integrar un elenco de buenos jugadores, algunos destacados en años posteriores, y hasta para ganar al Hesperia de Madrid, con lo más granado de la época, en un amistoso celebrado el 2 de marzo de 1963 en el Frontón Vitoriano. En la foto, que corresponde a un entrenamiento previo, posan de arriba a abajo y de izquierda a derecha, Lapeña, San Miguel, Perico Buesa, Javier Añúa (entrenador), Ibarrondo, Jesús Llano y Botaz; José Luis Ortiz de Pinedo y Echevarría.

Las veinte bodas de Ariznabarra en una misma ceremonia

Ellas, las novias, de blanco, guapísimas; ellos, trajeados, tan elegantes. La ocasión lo merecía. Se casaban en Ariznabarra, un barrio en obras, entre cascotes, observados por una multitud de invitados y curiosos que contribuyeron a que el día del Pilar de 1962 fuera más especial si cabe, irrepetible. Veinte parejas de jóvenes, varios de ellos llegados a Vitoria años antes por el trabajo que aquí se ofrecía, se dieron el sí quiero en una misma ceremonia nupcial, en la recién construida iglesia de san Pablo. Todo un acontecimiento social del que se hizo eco la propaganda del régimen en el NO-DO número 1.034, TVE y hasta la revista Hola. «Mis jaleos me está costando», confesó el párroco Primitivo Castañeda, que ofició el enlace de su vida con los futuros matrimonios dispuestos en semicírculo y cuatro más sentados frente al altar. Cuarenta alianzas y decenas de arras en sus bandejitas aguardaban el feliz momento, que llegó. La Asociación de Cabezas de Familia de Ariznabarra se había encargado de reclutar a los casaderos, a los que se convenció con un piso a pagar en cómodos plazos, obra de la constructora Ugara, que favoreció la idea al igual que la caja municipal. Los recién casados pasaron por la tribuna de autoridades a por las llaves de las viviendas que les convertían en vecinos de escalera, una libreta con 1.000 pesetas, una olla de Esmaltaciones y una cubertería. Los contrayentes de aquella emotiva mañana fueron Francisco Alijo-Inés García, Ignacio Pérez-María del Carmen Santos, Dionisio Colmenero-Isidora Merino, José Luis Guzmayo-María del Carmen Iborra, Francisco Cándido Barrón-Rosario Gauna, Antonio Ariza-Laura Pérez, Luis López-Ángeles Torre, Andrés Expósito-Juana Muro, Javier Maestro-María Cristina Troya, Timoteo Berenguer-Carmela Sandoval, Raimundo Varona-Leonor Sáez, José María García-Merche Riloba, Lorenzo Aldea-Blanca Olano, Camilo Solleiro-Paquita Damián, Eugenio Urrutia-Clara Díaz de Guereñu, Jesús Martínez-Margarita López de Silanes, Estanis López-Josefina Castillo, Rufino Revuelta-Isabel Leché, Justo Expósito-María Elena Preciado y Serafín Heras-María Couto.

ARCHIVO MUNICIPAL DE VITORIA-GASTEIZ / ARQUÉ
Ellas, las novias, de blanco, guapísimas; ellos, trajeados, tan elegantes. La ocasión lo merecía. Se casaban en Ariznabarra, un barrio en obras, entre cascotes, observados por una multitud de invitados y curiosos que contribuyeron a que el día del Pilar de 1962 fuera más especial si cabe, irrepetible. Veinte parejas de jóvenes, varios de ellos llegados a Vitoria años antes por el trabajo que aquí se ofrecía, se dieron el sí quiero en una misma ceremonia nupcial, en la recién construida iglesia de san Pablo. Todo un acontecimiento social del que se hizo eco la propaganda del régimen en el NO-DO número 1.034, TVE y hasta la revista Hola. «Mis jaleos me está costando», confesó el párroco Primitivo Castañeda, que ofició el enlace de su vida con los futuros matrimonios dispuestos en semicírculo y cuatro más sentados frente al altar. Cuarenta alianzas y decenas de arras en sus bandejitas aguardaban el feliz momento, que llegó. La Asociación de Cabezas de Familia de Ariznabarra se había encargado de reclutar a los casaderos, a los que se convenció con un piso a pagar en cómodos plazos, obra de la constructora Ugara, que favoreció la idea al igual que la caja municipal. Los recién casados pasaron por la tribuna de autoridades a por las llaves de las viviendas que les convertían en vecinos de escalera, una libreta con 1.000 pesetas, una olla de Esmaltaciones y una cubertería. Los contrayentes de aquella emotiva mañana fueron Francisco Alijo-Inés García, Ignacio Pérez-María del Carmen Santos, Dionisio Colmenero-Isidora Merino, José Luis Guzmayo-María del Carmen Iborra, Francisco Cándido Barrón-Rosario Gauna, Antonio Ariza-Laura Pérez, Luis López-Ángeles Torre, Andrés Expósito-Juana Muro, Javier Maestro-María Cristina Troya, Timoteo Berenguer-Carmela Sandoval, Raimundo Varona-Leonor Sáez, José María García-Merche Riloba, Lorenzo Aldea-Blanca Olano, Camilo Solleiro-Paquita Damián, Eugenio Urrutia-Clara Díaz de Guereñu, Jesús Martínez-Margarita López de Silanes, Estanis López-Josefina Castillo, Rufino Revuelta-Isabel Leché, Justo Expósito-María Elena Preciado y Serafín Heras-María Couto.
Ellas, las novias, de blanco, guapísimas; ellos, trajeados, tan elegantes. La ocasión lo merecía. Se casaban en Ariznabarra, un barrio en obras, entre cascotes, observados por una multitud de invitados y curiosos que contribuyeron a que el día del Pilar de 1962 fuera más especial si cabe, irrepetible. Veinte parejas de jóvenes, varios de ellos llegados a Vitoria años antes por el trabajo que aquí se ofrecía, se dieron el sí quiero en una misma ceremonia nupcial, en la recién construida iglesia de san Pablo. Todo un acontecimiento social del que se hizo eco la propaganda del régimen en el NO-DO número 1.034, TVE y hasta la revista Hola. «Mis jaleos me está costando», confesó el párroco Primitivo Castañeda, que ofició el enlace de su vida con los futuros matrimonios dispuestos en semicírculo y cuatro más sentados frente al altar. Cuarenta alianzas y decenas de arras en sus bandejitas aguardaban el feliz momento, que llegó. La Asociación de Cabezas de Familia de Ariznabarra se había encargado de reclutar a los casaderos, a los que se convenció con un piso a pagar en cómodos plazos, obra de la constructora Ugara, que favoreció la idea al igual que la caja municipal. Los recién casados pasaron por la tribuna de autoridades a por las llaves de las viviendas que les convertían en vecinos de escalera, una libreta con 1.000 pesetas, una olla de Esmaltaciones y una cubertería. Los contrayentes de aquella emotiva mañana fueron Francisco Alijo-Inés García, Ignacio Pérez-María del Carmen Santos, Dionisio Colmenero-Isidora Merino, José Luis Guzmayo-María del Carmen Iborra, Francisco Cándido Barrón-Rosario Gauna, Antonio Ariza-Laura Pérez, Luis López-Ángeles Torre, Andrés Expósito-Juana Muro, Javier Maestro-María Cristina Troya, Timoteo Berenguer-Carmela Sandoval, Raimundo Varona-Leonor Sáez, José María García-Merche Riloba, Lorenzo Aldea-Blanca Olano, Camilo Solleiro-Paquita Damián, Eugenio Urrutia-Clara Díaz de Guereñu, Jesús Martínez-Margarita López de Silanes, Estanis López-Josefina Castillo, Rufino Revuelta-Isabel Leché, Justo Expósito-María Elena Preciado y Serafín Heras-María Couto.

Abril de 1973, una nevada de las de antes: sin pan, agua, luz ni prensa

Tardía, copiosa y caótica. La nevada que se precipitó sobre Álava los días 9 y 10 de abril de 1973, aunque advertida por los meteorólogos, sorprendió por su tardanza, pero sobre todo por la cantidad de copos y el serio trastorno que ocasionó al quehacer diario. En Vitoria se acumularon espesores en torno a los 50 centímetros, que fueron de hasta un metro en localidades de altitudes superiores. Semejante tormenta blanca obligó al cierre de todos los puertos de montaña, aisló la capital por carretera durante horas y colapsó el transporte de mercancías con decenas de camiones atrapados en la nieve. Barázar fue una ratonera para muchos conductores. Sólo el ferrocarril libró, aunque los trenes que llegaron a la estación de la calle Dato lo hicieron con hasta nueve horas de retraso. Como dirían los más viejos del lugar, eso sí era nevar. ...Si no fuera porque los vitorianos sufrieron una odisea. Sin autobuses urbanos ni de empresa, muchas fábricas pararon su actividad en los polígonos industriales, los centros escolares suspendieron las clases y a los vecinos se les recomendó que permanecieran en sus casas. Faltó pan y leche, tampoco se repartió la prensa matinal, se cortó el suministro de agua dos horas, la electricidad respondía a su antojo y sólo el teléfono contestaba a las llamadas de auxilio. Radio Álava perdió la retransmisión al romperse su antena por el peso de la nieve. Se contabilizaron 43 litros en 24 horas y el alcalde  recordó a la ciudadanía «la obligación» de limpiar las aceras, como muestra la imagen en Dato-Arca, y depositar la nieve en montones de seis en seis metros. Fueron dos días invernales en primavera.

ARCHIVO MUNICIPAL DE VITORIA-GASTEIZ / ARQUÉ
Tardía, copiosa y caótica. La nevada que se precipitó sobre Álava los días 9 y 10 de abril de 1973, aunque advertida por los meteorólogos, sorprendió por su tardanza, pero sobre todo por la cantidad de copos y el serio trastorno que ocasionó al quehacer diario. En Vitoria se acumularon espesores en torno a los 50 centímetros, que fueron de hasta un metro en localidades de altitudes superiores. Semejante tormenta blanca obligó al cierre de todos los puertos de montaña, aisló la capital por carretera durante horas y colapsó el transporte de mercancías con decenas de camiones atrapados en la nieve. Barázar fue una ratonera para muchos conductores. Sólo el ferrocarril libró, aunque los trenes que llegaron a la estación de la calle Dato lo hicieron con hasta nueve horas de retraso. Como dirían los más viejos del lugar, eso sí era nevar. ...Si no fuera porque los vitorianos sufrieron una odisea. Sin autobuses urbanos ni de empresa, muchas fábricas pararon su actividad en los polígonos industriales, los centros escolares suspendieron las clases y a los vecinos se les recomendó que permanecieran en sus casas. Faltó pan y leche, tampoco se repartió la prensa matinal, se cortó el suministro de agua dos horas, la electricidad respondía a su antojo y sólo el teléfono contestaba a las llamadas de auxilio. Radio Álava perdió la retransmisión al romperse su antena por el peso de la nieve. Se contabilizaron 43 litros en 24 horas y el alcalde  recordó a la ciudadanía «la obligación» de limpiar las aceras, como muestra la imagen en Dato-Arca, y depositar la nieve en montones de seis en seis metros. Fueron dos días invernales en primavera.
Tardía, copiosa y caótica. La nevada que se precipitó sobre Álava los días 9 y 10 de abril de 1973, aunque advertida por los meteorólogos, sorprendió por su tardanza, pero sobre todo por la cantidad de copos y el serio trastorno que ocasionó al quehacer diario. En Vitoria se acumularon espesores en torno a los 50 centímetros, que fueron de hasta un metro en localidades de altitudes superiores. Semejante tormenta blanca obligó al cierre de todos los puertos de montaña, aisló la capital por carretera durante horas y colapsó el transporte de mercancías con decenas de camiones atrapados en la nieve. Barázar fue una ratonera para muchos conductores. Sólo el ferrocarril libró, aunque los trenes que llegaron a la estación de la calle Dato lo hicieron con hasta nueve horas de retraso. Como dirían los más viejos del lugar, eso sí era nevar. ...Si no fuera porque los vitorianos sufrieron una odisea. Sin autobuses urbanos ni de empresa, muchas fábricas pararon su actividad en los polígonos industriales, los centros escolares suspendieron las clases y a los vecinos se les recomendó que permanecieran en sus casas. Faltó pan y leche, tampoco se repartió la prensa matinal, se cortó el suministro de agua dos horas, la electricidad respondía a su antojo y sólo el teléfono contestaba a las llamadas de auxilio. Radio Álava perdió la retransmisión al romperse su antena por el peso de la nieve. Se contabilizaron 43 litros en 24 horas y el alcalde  recordó a la ciudadanía «la obligación» de limpiar las aceras, como muestra la imagen en Dato-Arca, y depositar la nieve en montones de seis en seis metros. Fueron dos días invernales en primavera.

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