Llodio, 50 años sin Ruperto Urquijo
Su figura se recuerda con una calle cerca de Ugarte, donde nació y una estatua en la plaza Lamuza, donde vivió
El 10 de enero se cumplieron 50 años de la muerte de Ruperto Urquijo, uno de los más insignes llodianos. La fecha ha pasado sin que se recuerde su figura, aunque una calle a su nombre cerca del barrio de Ugarte, donde nació, y una estatua inaugurada en 2004 en la plaza de Lamuza, muy cerca de donde vivió los últimos años, lo inmortalizan como la querida figura que es. Su obra es aún más conocida, especialmente la canción 'En el monte Gorbea', que escribió en la localidad vizcaína de Areatza, donde también se le recuerda. Allí, mientras disfrutaba del balneario que todavía se conserva, conoció a Luciano, un pastor enamorado de Clara con la que se encontraba bajo la cruz de Gorbea. El tema, bautizado originalmente como 'Luciano y Clara', se estrenó en Bilbao en 1919 bajo la dirección del maestro Pedro Córdoba Samaniego, según recoge la memoria histórica de la Cofradía de Sant Roque. La canción cambió de nombre en 1940 después de que el maestro Aramburu la rebautizara. A esas alturas, Ruperto Urquijo ya se había labrado una trayectoria como músico, poeta y ebanista.
Nacido en 1875, desde muy joven aprendió a tocar la flauta y se aficionó a la música «al escuchar el canto de las malvices y las alondras cuando guardaba el ganado por las laderas del Ganekogorta y del Kamaraka», pero tuvo que trabajar como ebanista en la carpintería de su hermano Benito en Bilbao. Su servicio militar se prolongó durante doce años, de los 19 y los 31. Participó en la Guerra de Cuba, donde fue corneta y acabó condecorado con la Cruz de Plata. A su regreso, reconoció que vivió uno de los momentos más felices de su vida vinculados a la música cuando tocó 'rompan filas' en la plaza de toros de Santander.
Su legado
Los Arlotes todavía conservan su legado musical. Son canciones populares, llenas de alegría y buen humor que los llodianos corean siguiendo al coro, tanto durante los 'Sanroques', como en cualquier acto festivo, donde son imprescindibles.
Otro tanto ocurre con Rakataplá. Su sonoro nombre recuerda al juego de bolos al que tan aficionado era Ruperto. Ellos son herederos de la hermosa tradición de tener una carroza, que todavía mantienen. Precisamente una de ellas fue protagonista de un incidente que en su día recordó el investigador llodiano Félix Mugurutza. «Fue en febrero de 1918 y multaron y/o metieron al calabozo a unos muchachos que sólo querían cantar», explicó en su blog. En Carnaval, estas carrozas solían ir a Bilbao a cantar. En aquella ocasión, 'Los chicos de la aldea', llegados desde Llodio, repartieron a cambio de la voluntad un folleto con la letra de las canciones de Ruperto. Al hacerlo incumplieron la orden de vender coplas. Unos testimonios aseguran que acabaron en el calabozo, otros que volvieron con una multa.
El legado de Ruperto incluye el club bola toki que lleva su nombre y que el año pasado ejerció como pregonero de las fiestas de Llodio.
La historia de Ruperto está salpicada de anécdotas, como en premio que logró como carpintero por una original cama, que podría encajar en una casa de Ikea. También diseñó una puerta rotatoria, una autentica novedad, y tuvo encontronazos con las autoridades. Se exilió durante la Guerra Civil, pero volvió a Llodio con el respaldo de las autoridades que lo calificaron como «una persona de garantía y confianza» en 1940 pero tuvo que pagar 5.000 pesetas de multa ¡de las de entonces!.