«Existen mafias que traen esclavos a la vendimia»
Sebastiao Sousa, de la Policía portuguesa, ha participado esta semana en un operativo en Rioja Alavesa para rescatar a temporeros de su país «traídos con engaños»
Cada vendimia, cientos de portugueses se desperdigan por Galicia, Castilla y León o nuestra Rioja Alavesa. Una mínima parte acude engañada, captada por «mafias sin ... escrúpulos» que les prometen oro, mirra e incienso cuando, en realidad, se quedan con sus sueldos a espaldas de las bodegas que les contratan. Y una vez recogidos los racimos, les obligan a aceptar trabajos en otros lugares. Sin opción real de retornar a sus hogares y con un régimen tiránico como único guión.
Son esclavos del siglo XXI en el primer mundo. Una realidad de la que apenas se habla, silenciada en parte porque las víctimas «tampoco suelen denunciar». En el país vecino, la Policía Judiciaria (Judicial en castellano) cuenta con una unidad especializada en perseguir a los grupos que sangran a estos trabajadores temporales. El inspector jefe Sebastiao Sousa es uno de sus máximos responsables operativos. Esta semana, en compañía de su compañero Miguel Barros, voló desde Oporto al País Vasco.
Vinieron en misión oficial. «En cooperación con el Juzgado de Instrucción número 2 y la Guardia Civil», el jueves participaron como observadores en el registro de un presunto asentamiento con víctimas de esta lacra. El enclave sospechoso se ubica en una conocida localidad de Rioja Alavesa.
«Debido a vuestra gran producción vinícola, en cada vendimia necesitáis mucha mano de obra, algo que aprovechan las mafias de mi país para colar a sus esclavos, porque eso es lo que son y así los considera nuestro código penal», manifiesta Sousa en su primera entrevista concedida en España. Hace año y medio, su equipo desmanteló un grupo criminal en Lanciego que tenía sometido a una veintena de temporeros. «Había muchos portugueses y también algunos marroquíes». Hubo dos detenidos en un dispositivo ejecutado por la Ertzaintza. Esos presuntos criminales se exponen a penas de hasta quince años.
«Tres víctimas escaparon. Por miedo se fueron andando hasta Portugal. Tardaron semanas»
Muy vulnerables
«Sometidos a coacciones»
El operativo de esta semana ha trazado una línea similar. Sousa elude dar demasiados detalles «al seguir abierta la investigación». Su grupo, remarca, sigue la pista a estas mafias desde su país natal. Allí les llegan las denuncias de los familiares, preocupados por la falta de noticias de los suyos. «Las víctimas no son sometidas a violencia, pero sí a coacciones. Les quitan los móviles, el dinero. Sólo salen de las casas o barracones, donde les encierran, para trabajar», narra.
«Estas víctimas son personas vulnerables. Sin estudios. Algunos presentan graves dificultades cognitivas. Suelen carecer de nexos sólidos con sus familias, lo que demora mucho las denuncias. Sus explotadores aprovechan cada debilidad. Les traen, no les dicen dónde están y ellos tampoco preguntan». Una de las operaciones realizadas en nuestro territorio, desvela este oficial, se abrió después de que «tres portugueses lograran huir de un barracón. Por miedo, no fueron capaces de pedir ayuda a nadie. Se marcharon hasta Portugal a pie. Tardaron semanas».
«Otro» -repasa el inspector jefe- «pudo hacer una llamada de socorro. Tampoco sabía dónde andaba, sí dijo que estaba delante de un cartel de un equipo de fútbol local. Describió cómo era y eso nos permitió situarlo y, poco después, liberarlo». Al encontrarse en el extranjero, «nos coordinamos con las autoridades, en este caso de Álava. Sin esta cooperación internacional, nuestro trabajo acabaría en la frontera».
«Ahora sólo hacen contratos personalizados a los trabajadores para entorpecer a las mafias»
El papel de las bodegas
«Luego a grandes ciudades»
Éste es un problema más grave de lo que parece. «Hemos liberado a personas que llevaban hasta veinte años sometidas», asegura el inspector jefe Sousa.
-¿Cómo logran estas mafias retenerles tanto tiempo?
-Cuando acaba la vendimia, los trasladan a grandes ciudades como Madrid o Barcelona. Los meten a trabajar en ocupaciones básicas, tipo la construcción. Si no hay empleo ahí, les obligan a recoger cartón. También los llevan a pueblos para emplearlos en limpiezas de montes y campos. Son auténticos esclavos.
¿Y las bodegas? «Hace años no querían saber nada. Contrataban a un capataz que se encargaba de repartir el dinero con su cuadrilla. Si era de una mafia, se lo quedaba él. Ahora hacen contratos individualizados. Colaboran para evitar esta delincuencia. Se lo agradecemos», incide Sousa.
Pero los delincuentes se amoldan. «Les abren cuentas corrientes en mi país, se quedan con las claves y las tarjetas», alumbra con gesto pesaroso. Como sucede con las mafias que explotan sexualmente a mujeres, «logran eternizar su vínculo al cobrarles por todo. La víctima debe pagar por el alojamiento, la comida, un paquete de tabaco, el transporte. Lo que cuesta cinco se lo dan a diez. Así siempre debes dinero a tu explotador y no puedes irte».
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