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Batallitas

¿Arde el Sáhara?

La tensión ha reaparecido en la frontera de Melilla y recuerda las trágicas avalanchas de inmigrantes de 2005, que fueron un anticipo de la crisis que hoy golpea todo el Magreb

JAVIER MUÑOZ

Domingo, 21 de octubre 2012, 21:02

Los asaltos se han reanudado en la frontera de Melilla; la región africana del Sahel sufre una crisis alimentaria; el norte de Mali está en manos de los tuaregs y los islamistas... La coincidencia de estos hechos, como 'fresas' que se alinean en una máquina tragaperras, traen a la memoria la crisis de las vallas de Melilla, una tragedia ocurrida en septiembre de 2005 en la que murieron cinco inmigrantes y que fue un anticipo de la inestabilidad que se cierne hoy sobre el Magreb.

Aquel año, un grupo de periodistas entre los que yo me incluía fuimos invitados por Marruecos a visitar Rabat, Casablanca, Tánger y el antiguo Sáhara español. Cuando llegamos a El Aaiun, donde las autoridades intentaban tapar como podían la represión al Polisario, nos metieron en todoterrenos para recorrer un tramo de la costa saharaui y explicarnos de dónde partían las pateras que se dirigían a Canarias. Como había estallado la crisis de Melilla, y también en Ceuta, escribí unas líneas sobre las redes de inmigración en el Sáhara, un texto que sirvió de apoyo a las crónicas que llegaban.

Marruecos organizó un gran escándalo humanitario al abandonar a decenas de inmigrantes en el desierto, cerca de Argelia, país al que culpaba de endosarle a los 'ilegales' a través de su frontera. Aquello provocó un cambio en nuestro viaje. Fuimos conducidos al lado marroquí de la valla de Ceuta para contemplar a unos subsharianos que habían sido capturados en un bosque. Rabat quería demostrarnos que hacía lo que podía para frenar las avalanchas de 'ilegales'.

Pasaron los días y la actualidad siguió otros derroteros. Melilla y Ceuta se hicieron más impermeables, y las notas tomadas entonces quedaron olvidadas en un archivo. Ahora que la inmigración presiona de nuevo al otro lado del Estrecho de Gibraltar y que los integristas aplican la 'sharia' en Tombuctú -algo que en 2005 se podía vaticinar tras escuchar a los militares marroquíes en el Sáhara- se me ha ocurrido escribir el reportaje pendiente hace siete años por si sugiere algo sobre la actual situación del norte de África... Es una historia larga, pensada para un periódico de papel.

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El capitán Hisham y Saint Exupèry

Una historia sobre las redes de inmigración en el Sáhara

-¿Por qué saltan la valla de Melilla?

-Porque ahora los presionamos en las costas del Sáhara. Marruecos es como un barril de agua; tapas un agujero y el chorro sale por otro.

El capitán Hisham está destinado en las patrullas de la Gendarmería marroquí que combaten la inmigración ilegal en El Aaiun. Su territorio abarca seiscientos kilómetros de costa saharaui hasta Tan Tan, una demarcación administrativa situada a menos de cien kilómetros en línea recta de las islas Canarias. El paisaje se compone de caminos pedregosos invadidos por las dunas, playas en las que probablemente nadie se ha bañado nunca y cascarones de barcos que encallaron hace años. Solo se divisan unos cuantos asentamientos de pescadores y un destartalado puesto militar en el que los soldados se cuadran al paso de los todoterrenos. Ese lugar inhóspito, donde sólo crecen hierbajos, es la frontera avanzada entre la Unión Europea y el mundo subdesarrollado, un territorio imposible de sellar.

«Les enseñan a orientarse con una brújula. Deben mantener el rumbo de la patera durante la noche hasta que distingan una luz a lo lejos», explica el oficial marroquí. El convoy de los periodistas ha hecho un alto en una playa solitaria, el punto más cercano a la costa canaria. Uno de los chóferes se arrodilla para rezar en dirección a La Meca, e Hisham aprovecha ese momento para describir el gran juego del norte de África. Empieza por el final de la historia, esa luz que los inmigrantes tienen que buscar en la oscuridad del Atlántico. Es la isla de Fuerteventura, dice el militar; si no aparece, la embarcación ha pasado de largo. Hombres, mujeres y niños sabrán que van a morir.

En aguas del Caribe se han hallado embarcaciones con cadáveres momificados, arrastrados por las mismas corrientes que llevaron a Colón a América. El riesgo de perecer ahogado o de hambre y sed es asumido por los cinco millones de magrebíes, subsaharianos y asiáticos que, según los demógrafos, intentarán dar el salto a Europa desde África durante la próxima década. Se trata del éxodo migratorio más importante que ha conocido el Mediterráneo desde hace siglos. El Estrecho de Gibraltar es uno de sus pasos naturales, pero desde que las autoridades españolas lo blindaron electrónicamente las rutas de la inmigración ilegal han dado un rodeo. Se alejan de la costa mediterránea para perderse en el desierto, siguiendo la frontera de Marruecos con Argelia. Luego se desvían hacia el litoral del antiguo Sáhara español, donde se prepara la travesía de Fuerteventura.

La misión del capitán Hisham es taponar esa vía alternativa, el chorro que ha brotado del barril del Magreb. Para ello, su unidad dispone de un centenar de vehículos, dos aviones de reconocimiento y dos helicópteros, además de un contingente de guardias civiles españoles que acompañan a las patrullas del desierto. El oficial marroquí, natural de Rabat y formado en las academias militares de Mérida, Valdemoro y Aranjuez, atribuye la tensión que se palpa en la frontera de Melilla al hostigamiento de los inmigrantes en el distrito de El Aaiun. «Están atrapados por el norte y por el sur», resume.

Los aviones de reconocimiento marroquíes pertenecen a la clase Defender y están provistos de cámaras fotográficas. Son los ojos de Marruecos en el Sáhara. Cuando distinguen una columna de individuos en las dunas, junto a una patera construida o a medio construir, el centro de mando moviliza una patrulla terrestre o un helicóptero. Los fugitivos intentan ocultarse de todas las formas posibles: bajo la arena, con arbustos, en las oquedades del terreno... Cuando son apresados, la patera es incendiada por los soldados y a los inmigrantes los deportan a Argelia, aunque tarde o temprano organizarán otra intentona.

El gran negocio del islamismo

La mano de obra ilegal procedente del mundo subdesarrollado es el gran negocio del siglo XXI. Las tribus del Sáhara están abandonando el tráfico de hachís para dedicarse a un filón menos arriesgado económicamente -si se pierde la carga no pasa nada- y que discurre por las rutas habituales de los cargamentos de armas y droga. Los 'viajeros' pagan entre 600 y 800 euros antes de partir de la frontera entre Marruecos y Argelia, en la costa mediterránea, y se desvanecen en el desierto, cruzando la estela de las caravanas que siglos atrás viajaban a Tombuctú, en el norte de Mali, para comerciar con oro y sal.

Los militares de El Aaiun, establecidos en el antiguo cuartel del Ejército español, informan de que el Magreb se ha convertido en el destino de miles de inmigrantes que viajan desde la India después de haber desembolsado entre 2.000 y 3.000 dólares. Cada etapa hasta el norte de África ha sido organizada por un grupo clandestino que se comunica con los demás por el móvil. Aunque caiga uno de ellos, es imposible saber nada de los otros. A grandes rasgos, así está estructurada Al Qaeda, asegura un coronel marroquí durante un desayuno con los periodistas previo a la salida al desierto.

Las mafias no garantizan a los inmigrantes la llegada a su destino. Unos mueren en el camino y otros simplemente son deportados, aunque el dinero que han pagado les da derecho a intentarlo varias veces. Cuando os fracasos se repiten, algunos acaban ejerciendo de guías para las redes criminales, en las que no se distinguen las actividades puramente delictivas (secuestros, etc.) de la reivindicación islamista. Esos grupos operan en una tierra de nadie donde la autoridad es el clan, que gobierna ciudades fantasma imposibles de encontrar en los mapas oficiales.

Antes de reanudar la marcha en la playa saharaui, el capitán Hisham coge un palo y traza unas líneas en la arena: son los contornos del Sahel, una región formada por territorios de Mauritania, Argelia, Mali, Libia, Chad y Sudán. En ese territorio habitado por los tuaregs, los islamistas están ganando la partida a los gobiernos locales, cuya autoridad se desvanece fuera de las capitales. La batalla por el control del desierto -tropas de élite estadounidenses se han desplegado silenciosamente en aquellas tierras- remite a la época colonial, que no ha desaparecido del todo.

Un ejemplo de ello son las decenas de aviadores europeos que todavía se reúnen en Tarfaya, enclave del sur de Marruecos conocido como Villa Bens durante el Protectorado español. Homenajean a Antoine de Saint Exupèry, el piloto y escritor francés, autor de 'El Principito' y 'Correo del sur'. En 1927 lo destinaron al puesto de Cabo Juby, situado en Mauritania y entonces colonia española. Su misión era tratar con las tribus que atacaban los aviones y secuestraban a los pilotos.

La red de confidentes del Sáhara

En el siglo XXI, los herederos de Saint Exupèry, los aviadores marroquíes, persiguen a trabajadores pobres. No son los únicos protagonistas de la tragedia. Las mafias de la inmigración recurren a carpinteros para construir las pateras en las dunas del Sáhara. Los trasladan al interior del desierto provistos de madera, herramientas y un grupo electrógeno. El material se descarga a cierta distancia de un campamento improvisado donde se esconden veinte o treinta inmigrantes, un grupo que se ha desplazado desde Oujda, población marroquí próxima a la costa mediterránea y la frontera con Argelia.

La Gendarmería marroquí vigila estrechamente a los carpinteros en todas las poblaciones del Sáhara: El Aaiun, Bojador, Dajla... Lleva un listado de todos ellos y de sus empleados; anota los cargamentos que entran y salen de los pueblos; comprueba la madera que compran y lo que fabrican con ella; está al corriente hasta de los pedidos de clavos y martillos. Las autoridades tienen una red de confidentes atentos a los negocios que se cierran en cada localidad. Si a un carpintero lo descubren en tratos con las redes de inmigración, lo envían a la cárcel.

Los pilotos de reconocimiento han identificado pateras camufladas a más de cien kilómetros de la costa del Sáhara. «Al principio las construían a unos 40 kilómetros, pero cuando aumentamos la vigilancia fueron cada vez más lejos», relata el capitán Hisham. El procedimiento siempre es el mismo. Los guías separan a seis o siete inmigrantes del grupo principal y los conducen al punto donde espera el carpintero. Montarán una patera de 'juguete', ya que la madera disponible no es apta para navegar, y los remaches y clavos son pequeños. Pero no hay otra alternativa. Cuando concluyen el trabajo, un inmigrante se queda a vigilar la embarcación, y los demás regresan al 'campamento base'. En todo ese tiempo, nadie ha dejado de escrutar el cielo por si irrumpen los aviones marroquíes.

Todo está preparado para el desplazamiento a la costa. Será un viaje nocturno de decenas de kilómetros; la patera, por un lado, sus ocupantes, por otro. Las mafias conocen cada palmo del recorrido y disponen de aparatos de comunicación y localización vía satélite. Hasta veinte personas pueden hacinarse en un todoterreno que avanza durante horas por un camino irregular con las luces apagadas. Cuando por fin alcanzan la playa, les proporcionan un barril y una cuerda para que aprendan a encender el motor fueraborda. Nadie los guiará mar adentro, así que tendrán que conformarse con una brújula y unas breves instrucciones para gobernar la patera. A duras penas resistirá el oleaje. Las vías de agua no tardarán en aparecer.

En la playa, el negocio de la inmigración se entiende con claridad: los trabajadores pobres pagan enormes sumas de dinero por tener una oportunidad entre dos, tal vez entre tres, para llegar a Europa. Éxito o muerte. Para quienes dan el salto desde la costa saharaui, la luz de Fuerteventura es la señal convenida para llamar por el móvil al servicio de rescate. España no los puede deportar, sino que está obligada a enviarlos a un centro de internamiento. Por cada inmigrante ilegal que llega vivo a su destino, un número indeterminado muere en el mar o en el desierto. Y un puñado de supervivientes se une a los islamistas del Sahel.

En el cuartel de El Aaiun, un coronel marroquí muestra a los informadores unas diapositivas tomadas por los aviones 'Defender'. Se aprecian los restos calcinados de las pateras, humaredas en el océano de arena que sobrevoló Saint Exupèry. Cuando el militar concluye su charla, los periodistas se reparten en los todoterrenos que los llevarán a la costa. Soportando el traqueteo del vehículo, el capitán Hisham señalará por la ventanilla las dunas donde los inmigrantes se esconden de los pilotos de reconocimiento.

«Los aviadores pueden hacer maniobras increíbles. Son gente especial. Viven en su mundo. Son unos románticos», comenta el oficial, mientras espera paciente a que el chófer concluya sus oraciones.

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