El autogol de la elegida
Arropada por Aznar, Rajoy y Basagoiti, Arantza Quiroga ha dilapidado en una sola jugada el brillante historial que le convirtió en una promesa del PP
Miguel Pérez
Jueves, 15 de octubre 2015, 02:28
«Si algún día me sintiera incómoda, espero tener la lucidez de irme sin hacer daño al partido». Arantza Quiroga hablaba así hace apenas dos ... años y medio, poco después de su nombramiento como máxima dirigente del PP vasco en sustitución de Antonio Basagoiti. De sus palabras se desprende que los vaticinios en política son tan logrados como los de la pitonisa Montse. Que su marcha obedece a una incomodidad parece más que evidente tras la severa desautorización de su partido a la ponencia de Libertad y Convivencia que ella patrocinaba sola ante el peligro; el peligro externo y, sobre todo, el interno, se entiende a la vista de los resultados.
Sin embargo, el deseo de que su decisión no perjudique a la formación popular es más que dudoso que se cumpla, especialmente a dos meses de las elecciones generales y con la polémica situada en un terreno de difícil tránsito para el PP como es el nuevo escenario de una Euskadi sin terrorismo. Después de casi una semana de apagón, desconectada de todo y de todos en el círculo conservador, la ya expresidenta ha dado paso a una carta de ajuste en el PP vasco con esas maneras que no dicen nada, pero lo dicen todo: recogiendo sus bártulos con una sonrisa de circunstancias y dejando claro al tiempo que lo suyo obedece a un déficit de habilidad propia y a un problema de cainismo en su partido. De algún modo, Quiroga ha sido el guardameta forjado sobre la dura arena de la playa que se mete un autogol mientras su defensa le da la espalda.
Es posible que hace una semana, cuando el ministro Alfonso Alonso propinó un varapalo a su ponencia por no incluir una condena expresa a ETA, Quiroga dijera «es la pera». O que ayer, al bajarse del atril desde el que anunció su marcha, subrayara entre dientes: «Es la pera». «Es la pera» resulta una de sus apostillas habituales y la lejanía del insulto o de los términos malsonantes que trasluce esta expresión no es fruto de la casualidad, sino de una personalidad bien marcada. «Es la corrección hecha persona», aseveran en su entorno. Siempre guardiana de las formas, aunque con ciertas dosis de «mala leche» e «inflexible» cuando está convencida de sus decisiones, lo que ha desconcertado en ocasiones a sus compañeros de partido. Tímida en público, hay imágenes que la muestran ruborizada en debates o mítines. ¿Se imaginan a Rafael Hernando, Pedro Sánchez o Albert Rivera exclamando «es la pera»? ¿Anunciando su dimisión de forma desapasionada y sin arrojar el atril sobre alguna cabeza?
Arantza Quiroga Cía posiblemente deba buena parte de ese control a su formación religiosa, cercana al Opus Dei como ella misma aclara. Nació en la localidad guipuzcoana de Irún hace 42 años. Su padre, carpintero industrial, recaló allí con 14 años desde Valladolid. Su madre, euskaldún, le enseñó los valores del caserío. Ella hizo una particular confluencia de esas raíces, una especie de tercera vía: a los 19 años se afilió en Nuevas Generaciones y con 21 se estrenó como concejal en su municipio natal. Pocos meses antes, ETA había asesinado al dirigente popular Gregorio Ordóñez en San Sebastián. El PP necesitaba candidatos. Pedía voluntarios porque conocía la situación de riesgo. «Ella fue valiente y dio el paso».
Dos años más tarde, la banda atentó contra otro edil del mismo partido pero en esta ocasión en Rentería, José Luis Caso. Quiroga había estado conversando con él un par de horas antes. «Me entró tal pánico que me metí en la cama con mi madre», recuerda sobre aquella jornada en la que sus padres le instaron a marcharse al extranjero y ella decidió quedarse. Por eso, resulta amargamente paradójico que su final político venga marcado ahora por el terrorismo y en el instante que se cumplen cuatro años desde que la banda ordenara el cese de la violencia.
Carrera vertiginosa
En el origen de la carrera de la expresidenta conservadora se encuentra la televisión. Pero lo que aquella niña que descubrió su vocación política viendo películas sobre intrigas en la Casa Blanca nunca pudo suponer que un día dejaría su sueño de manera tan sonada. Como en una película. 2015 depara dos abandonos traumáticos: el de Zayn Malik de One Direction el pasado marzo y, a efectos vascos, el de Arantza Quiroga del PP, ayer mismo. Con Malik, las autoridades británicas tuvieron que poner un servicio de psicólogos para atender a los directioners conmocionados. En el caso de Quiroga no parece existir riesgo de que se llegue a tal extremo, aunque su dimisión ha revolucionado la escena política. Más todavía, si se tiene en cuenta la vertiginosa trayectoria que la llevó de la dirección de las Nuevas Generaciones autonómicas a la del partido en Euskadi tras pasar por la presidencia del Parlamento vasco -en un gesto histórico al tratarse de la primera presidenta no nacionalista de la Cámara-y ejercer de portavoz del partido y del grupo popular. Pocos historiales han sido tan fulgurantes, y a la vez fugaces, como el de la joven política irundarra, lo que hace todavía más sorprendente su escasa habilidad para concitar apoyos en torno a la ponencia que, al final, le ha puesto el marcador en contra.
En realidad, la exlíder popular siempre se ha ajustado al perfil de joven promesa. Cuando era presidente, José María Aznar se fijó en ella después de leer una entrevista en la que aseguraba que se sentía «cómoda» en el sector más conservador del PP. Antonio Basagoiti apostó por ella desde el principio de su mandato en 2008 y premió su fidelidad hace dos años y medio al nombrarla su sustituta cuando él abandonó la presidencia del partido. Sin embargo, aquella decisión abrió la caja de Pandora en el PP. Quiroga se ganó la animadversión de algunos dirigentes, especialmente del aparato alavés, por la forma en que había sido designada. A «dedazo». Tanto fue así que Mariano Rajoy tuvo que prestarle públicamente su apoyo el 24 de junio de 2013 cuando la dirigente vasca realizó su presentación oficial en Madrid en una conferencia multitudinaria.
Próxima a Dolores de Cospedal, a la que ha tenido que convencer estos días de que la dejara dimitir, sus relaciones con el ministro Alfonso Alonso, y a la sazón presidente del PP alavés, nunca han sido buenas. Su desencuentro se hizo evidente durante una visita de Soraya Sáenz de Santamaría a Euskadi en 2013, en la que el actual titular de Sanidad acompañó a la vicepresidenta durante una entrevista con el líder del PNV Andoni Ortuzar, sin que Quiroga fuera invitada. La ruptura con el PP alavés se intensificó meses después cuando Quiroga logró sustituir a Iñaki Oyarzábal por Nerea Llanos en la secretaría general, lo que agravó las relaciones con Alonso, el propio Oyarzábal y sus compañeros alaveses Javier Maroto y Javier de Andrés; los tres primeros instalados ahora en la sede nacional de Génova. La elaboración de las listas para los comicios del pasado mayo, en los que Quiroga impuso varios candidatos, terminó por enfangar aún más las relaciones.
Licenciada en Derecho, la expresidenta mostró ayer su deseo de pasar página. Casada con Álvaro Arrieta, directivo de una empresa organizadora de eventos deportivos, tiene cinco hijos bautizados con los nombres de Andrés, Pablo, Álvaro, Pedro y Jesús. A ellos quiere dedicarse a partir de ahora, según explicó en una rueda de prensa en San Sebastián en la que no quiso aclarar si volverá algún día a la arena pública. «Hay que saber que la prioridad es la familia porque el día que deje» la política «mi familia va a seguir estando ahí», dijo -aquí, sí, premonitoriamente- hace meses en una entrevista.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión