Corsarios, pescadores y un barco cargado de botijos
En 1798 Manuel Braña vio cómo su bergantín era abordado por unos ingleses, abandonado y rescatado por una lancha de Bermeo, cuyo alcalde se negó a devolverlo
El 17 de junio de 1798 fue un día nefasto para el comerciante asturiano Manuel Braña pero estupendo para el pescador bermeano Domingo Antonio de ... Goienechea, porque el primero perdió su barco, abordado por corsarios ingleses cuando navegaba hacia Bilbao, y el segundo lo encontró abandonado horas después, con su carga intacta, y se lo llevó remolcado a su puerto. Para Braña todo pudo haber quedado en anécdota si le hubieran devuelto su bergantín y la parte del cargamento, que no pareció interesar a los ingleses: botijos y cobre. Pero no fue así. El alcalde de Bermeo se negó, dando inicio a un conflicto jurisdiccional con el Consulado de Bilbao que acabaría llegando a la Corte, en Madrid.
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Uno de los testimonios de Braña se conserva en una diligencia que forma parte de la documentación del caso depositada en el Archivo Histórico de Bizkaia. «Manuel de Braña Viodo vecino de Luanco en el Principado de Asturias y residente actualmente en esta villa» de Bilbao, «digo que por el mes de junio del año pasado, me hallé en el Puerto de la villa de Castro Urdiales con mi barco nombrado San Antonio y Ánimas tripulado a satisfacción, cargado de loza, cobre viejo, jarrones y otros efectos para conducirlos a este puerto de Bilbao». El barco, un bergantín, según se detalla en otro documento, se hizo a la mar «con tiempo favorable por la tarde del día 16 del mismo mes», y fue apresado «a la mañana siguiente por dos corsarios yngleses, quienes me echaron a tierra con mi tripulación; y a consecuencia hize la correspondiente protesta que consta del testimonio de que hago presentación: los corsarios yngleses abandonaron el barco apresado después que se aprovecharon de quanto les pareció; y es el caso que abandonado en esa forma, se apoderaron de él algunas lanchas del puerto de Bermeo, a donde le condugeron, y en donde se halla actualmente, sin que haya habido ni haya medio ni modo de que me lo entreguen, como mío propio, supuesto que las lanchas de Bermeo no han tenido ni tienen título legítimo para apropiarse» del navío abandonado.
Otro documento detalla el rescate del bergantín: «habiendo salido a su acostumbrada pesca de mar algunas lanchas del Puerto de la villa de Bermeo, había hallado la comandada por el Maestre Antonio de Goienechea un barco cargado de botijos, escudillas, cobre y otros efectos sin gente alguna y le había conducido al mismo puerto». El Consulado de Bilbao «tomó parte en este asumpto», que consideró y era de su jurisdicción «en virtud de Reales Pribilegios, Ordenanzas y determinaciones dadas en sus casos particulares, dando pronto abiso extrajudicial para que se trasladase dicho barco con su carga a la ría de esta villa» de Bilbao, «a fin de tomar las probidencias conbenientes a sus circunstancias».
«Injusticia y temeridad»
Pero «no quiso el alcalde de Bermeo don Juan Bautista de Bulucua acceder a este oficio». En el largo tira y afloja a que dio lugar esta «resistencia», el alcalde mantuvo que le correspondía la jurisdicción sobre el barco y su carga por considerarlos bienes mostrencos (sin dueño aparente), y que «le competía el conocimiento en virtud de Reales instrucciones relativas» a esta clase de bienes. De nada pareció servir que el Consulado recordara con insistencia y en sucesivas instancias las reales órdenes (1752, 1753, 1788) y ordenanzas que le otorgaban jurisdicción privativa en casos de naufragios y abandonos en toda la costa de Bizkaia, o que el Corregidor lo amenazara con una multa de 500 ducados por su «injusticia y temeridad».
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Aunque no se menciona explícitamente, es razonable inferir que el alcalde podría haber tenido un interés práctico en retener el barco y su carga en Bermeo. Los bienes recuperados de naufragios o abandonos podían generar beneficios económicos, ya fuera por su venta, su custodia o su eventual adjudicación al fisco, con posibles comisiones para la autoridad local.
Lanchas de defensa
Que los corsarios ingleses se acercaran tanto como para poder abordar un barco entre Castro Urdiales y Bilbao es llamativo, pero era algo frecuente en toda la costa vasca. En junio del mismo año en que fue abordado el barco de Manuel Braña, un ingeniero de marina llamado Timoteo Roch sugirió construir lanchas cañoneras para hacerles frente. Roch, que vivió algún tiempo en Bilbao y, según Labayru «prestó buenos servicios al Señorío durante la guerra con la República francesa», propuso al Gobierno de Madrid que siendo el verano «el tiempo en que los corsarios ingleses de pequeño porte se aproximan por esta costa interceptando las embarcaciones mercantes y aun hasta los pescadores» sin que las baterías de costa pudiesen impedirlo, «lo útil que sería la construcción de unas lanchas cañoneras que, repartidas por los puertos de la costa, pudieran salir al encuentro, siendo respetable a los corsarios de mayor porte esta especie de embarcacienes aparejadas». Añadió que podrían destinarse dos de estas lanchas en Hondarribia, dos en Pasaia, dos en San Sebastián, dos en Getaria o Deba, dos en Lekeitio, dos en Bermeo y otras dos en Plentzia. La propuesta no salió adelante.
El litigio se alargó, para desesperación de Braña, que además se encontró con que, con todo el ir y venir del papeleo, se habían perdido las declaraciones de varios testigos a su favor: «Antes de aora di información de testigos de mi propiedad en el barco, y de que con efecto era mío y muy mío; y parece que se han trasmanado esos papeles, con motivo de que se dirigieron a la Corte». Suplicaba Braña al Consulado, más de un año después de quedarse sin bergantín, «se sirban mandar se me reciba nueba información de testigos, sobre la propiedad del referido barco, y que efectivamente fue y es mío, y muy mío», insistía con visible desesperación.
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Efectivamente, a la Corte recurrió el Consulado, dado «el grave atentado que el alcalde de la villa de Bermeo havía cometido, en adrogar jurisdicción y conocimiento sobre un barco cargado de botijos, platos, escudillas, cobre y otros efectos, que sin gente alguna se havía hallado en el mar». Por orden real, el caso pasó a la Suprema Junta de Correos para su resolución con audiencia de las partes y el fiscal. Sin embargo, la documentación no recoge una resolución definitiva, probablemente debido a la pérdida de parte del expediente.
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