Aquellas primeras «víctimas del automovilismo» en Bizkaia
Principios del siglo XX ·
Los pioneros coches a motor provocaban una cantidad insólita de atropellos. «Casi a diario se registran desgracias», denunciaba la prensaHubo unos años, allá por el arranque del siglo XX, en los que resultaba difícil leer un periódico local sin encontrarse con la noticia de ... algún atropello, muchas veces mortal. Los automóviles (entonces siempre se les llamaba así, porque se seguía sobreentendiendo que los coches eran los de caballos) irrumpieron en calles, caminos y carreteras como máquinas prodigiosas pero también peligrosísimas, que solían pillar desprevenidos a unos peatones sin costumbre de velocidades tan elevadas. Eran tiempos de circulación más o menos anárquica, sin normas o con normas muy laxas, y los nuevos vehículos se sumaron a los tranvías como pesadilla cotidiana de los viandantes.
El problema tenía, además, una dimensión social insoslayable, ya que aquellos primeros automóviles –muchas veces pilotados por 'chauffeurs', como se seguía escribiendo en la época– eran propiedad de las élites: quienes viajaban en su interior solían ser aristócratas, magnates de la industria o prestigiosos profesionales, mientras que los atropellados pertenecían habitualmente a las clases más bajas. El esquema típico de aquellas noticias presentaba a un viajero rico que atravesaba a toda pastilla un barrio popular o una zona rural y arrollaba a unos niños que jugaban en la calle, o quizá a una aldeana sorprendida por aquella súbita aparición del futuro en un entorno que pertenecía más bien al pasado. En los conflictos laborales, los sindicalistas adquirieron cierta costumbre de apedrear los automóviles de sus empleadores o, en general, cualquier otro que se pusiese a tiro, como odioso símbolo del abismo entre las clases.
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Hemos dicho 'a toda pastilla', sí, aunque la velocidad de aquellos coches nos resultaría hoy risible. En 1902, se publicó como un logro que un conde había tardado diecinueve horas en ir de Madrid a Granada, y en 1905 un marqués invirtió catorce en un viaje Hendaya-Madrid, aunque aquel mismo año hubo unos lanzados que se hicieron los 50 kilómetros entre Logroño y Estella en hora y cuarto, bien es verdad que cargándose por el camino diez ovejas. En 1902, el año en el que se registraron los primeros automóviles en Bilbao, el alcalde Baldomero Villasante prohibió que circulasen por la villa a más velocidad que un caballo al paso.
Un atropello muy comentado fue el que mató a Rafael Morgara una noche de octubre de 1905. A este vecino de Zorroza lo encontraron tendido en mitad de la carretera en el barrio de Lutxana, en Erandio. «Una víctima más del automovilismo», lamentó 'El Noticiero Bilbaíno', pero el caso tenía la peculiaridad de que los responsables, aprovechando la falta de testigos, habían huido del lugar. Por fortuna, una pareja de serenos había multado a unos automovilistas a las diez y media de la noche, por llevar las luces apagadas, y en aquella época de tráfico tan escaso no hizo falta indagar mucho más: los culpables habían sido cinco amigos (Juan, Deogracias, Arsenio, Artesio y otro Juan) que probaban un coche rojo recién reparado.
A medida que el número de coches creció y su potencia aumentó, los encontronazos con los peatones se multiplicaron. «Casi a diario se registran desgracias», alertaba 'El Liberal' en septiembre de 1912, en una breve noticia sobre dos menores muertos el mismo día en sendos atropellos: Domingo Gayo, un vendedor de periódicos de 14 años arrollado en la calle Correo, y Luisa Ríos, una niña de 5 que salía de un portal en Retuerto. Un par de meses antes, el vehículo de un industrial se había llevado por delante a dos mujeres en El Boquete, entre Basauri y Etxebarri. Asustadas al toparse de improviso con el coche, cada una había tirado de la otra hacia un lado y acabaron arrolladas las dos. Falleció Eloísa García, que había salido a vender unos huevos para comprarle tabaco a su marido, lesionado en la mina. «La gente, soliviantada, ocasionó algunas averías en el auto, cuya caja de gasolina reventó», recogió 'El Liberal'.
El disgusto consiguiente
Esas reacciones, similares a las que ocurrían cuando el tranvía mataba a algún niño, se volvieron relativamente habituales. En julio de 1913, un automóvil con matrícula de Santander provocó la muerte del niño de 8 años Santos Zaramundi cerca del muelle de Portugalete. 'El Pueblo Vasco' relató así lo que ocurrió después: «Se congregó numeroso público que, bastante excitado, impidió que durante más de una hora circularan el auto expresado y otro que marchaba detrás de él, mientras insultaba al conductor y pedía la quema de los vehículos o poco menos. Unas señoras que ocupaban los autos sufrieron el disgusto consiguiente, indisponiéndose y siendo preciso auxiliarlas en un chalet del muelle de Churruca». En los juzgados, a menudo estos casos quedaban en nada: en 1917, por ejemplo, se juzgó por homicidio a un hombre que, «marchando con excesiva velocidad, sin tocar la bocina y con los faroles apagados», causó la muerte de la anciana Pilar Gabiña en Muskiz. El jurado lo declaró no culpable.
Un atropello se llevó, por cierto, a uno de los personajes clásicos del 'txirenismo' bilbaíno de hace un siglo. 'Lorito' era, según la descripción de 'El Pueblo Vasco', un hombre que «vivía de la conmiseración de las gentes y, por su exotismo y jovialidades, había conseguido cierta popularidad, a pesar de su humilde condición de pedigüeño impenitente». En diciembre de 1918, un automóvil lo mató cuando trataba de cruzar la calle Correo.
Una adicción
'El Noticiero Bilbaíno' se hizo eco en 1903 de los debates en Francia sobre la 'locura de la velocidad', calificada por algunos médicos de «estado patológico, que presenta cierta semejanza con el morfinismo y el alcoholismo».
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