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La Tamborrada de las sociedades gastronómicas vitorianas se ha hecho mayor, que no vieja. Ya es cincuentona. Antes era costumbre entre los que habían sido ... reclutas celebrar los 50 años con una misa, un retrato familiar canoso y calvo, de vinos por 'la Cuchi' y un almuerzo surtido para recordar batallitas de la 'puta mili' entre referencias también a la artrosis, los triglicéridos y otros avisos de tiempos peores. En este 2025, la cincuentona es la marcha festiva que anima la noche víspera de San Prudencio. Sus cientos de integrantes, mujeres y hombres, lo festejan hoy como los quintos cuando llegaban a los 50. A lo grande.
Precisamente, la progresiva participación femenina en el desfile marca dos hitos, quizás los más relevantes de su historia. En 2001 salieron por primera vez dos mujeres, Begoña Gómez e IzaskunBelakortu, con su inmaculado traje de cocinera y su barrilete como integrantes de pleno derecho. Hasta entonces, ellas y otras lo habían hecho como acompañantes, esto es, de majorettes o cantineras. Hoy participan plenamente. La igualdad de género dentro del colectivo se confirmó con el nombramiento de la musicóloga y cantante Leire Betolaza como tambor mayor en sustitución de Jose Mari Bastida 'Txapi' en 2019.
La Tamborrada-Retreta de las sociedades recreativas surgió a semejanza de la de San Sebastián y después de cinco décadas se ha instaurado con su singular toque alavés. Sus estandartes, soldados napoleónicos, cocineros y un repertorio musical propio la hacen muy nuestra, distinta, entrañable. Se estrenó la noche del domingo 27 de abril de 1975 por las calles de Vitoria. Aquel inaugural desfile partió en formación con unos 250 integrantes. Miles fueron los curiosos que animados por la novedad y una temperatura primaveral poblaron las aceras y miradores a lo largo de un trayecto céntrico.
Tan alegre como que se alargó tres horas entre la interpretación de un repertorio entonces breve y las diez veces que se detuvo para tocar los redobles de la Retreta. Las crónicas de la época trasladaron el éxito de la iniciativa. «Ni los más optimistas, incluidos los organizadores, podían imaginar el impacto». Todo un acontecimiento bullicioso en un lugar donde apenas sucedía nada, que por fin llenó de contenido la sosa víspera del patrón, una noche que apenas ofrecía jarana. Aquella madrugada acabó en estruendo. Al año siguiente, la Tamborrada, que había preparado novedades, se sumó al luto de una Vitoria llorosa por el trágico 3 de marzo y suspendió su salida en homenaje a los cinco obreros asesinados en la iglesia de San Francisco de Asís, en Zaramaga. Reapareció en 1977... hasta hoy.
Las grandes ocurrencias nacen de manera inesperada. Así, por sorpresa, se alumbró lo que es hoy una tradición arraigada en el calendario festivo alavés. La Tamborrada se gestó en cenas de amigos en el comedor de la sociedad recreativa Ametza, en la calle Domingo Beltrán. A los cafés, alguien se solía arrancar con la Marcha de San Sebastián y el resto se dejaba llevar por el tarareo. Entre palmadas a la mesa y tintineos a las copas simulando redobles de barriles y baquetas, una cosa llevó a la otra: «¡Hagamos una tamborrada vitoriana!», proclamaron.
Manos al tambor. Los de Ametza Javier Goicoechea, Pedro Mari González de Gamarra, Fernando Mendiguren y José Miguel Urretabizkaia formaron el embrión organizativo en 1974, con la estimable difusión del periodista Jose Mari Sedano, socio de Gure Gasteiz, también creador en 1957 del descenso de Celedón con ocho amigos. Él mismo lo dejó escrito en la Gaceta Municipal (abril de 2000) y en su revista Gasteiz (1975). Los impulsores trasladaron su idea al resto de sociedades, a las que visitaron y donde disfrutaron de noctámbulas sobremesas. Después de varias reuniones también en el salón de plenos de las Juntas Generales en la Diputación, trece colectivos comprometieron su participación:doce de la capital y una de Elosu. «Fue el inicio de la unión de las sociedades. Nos conocimos mucha gente, fue muy enriquecedor, muy bonito, y como se puede comprobar, aquello cuajó», reconoce Luis Mari Bengoa, uno de aquellos precusores.
A los responsables de la comisión de Festejos foral también les atrajo la armoniosa propuesta y prometieron su ayuda más allá de la primera vez si el pasacalles cumplía y los vitorianos se echaban a la calle. La subvención inicial fue de 110.000 pesetas. Ahí estuvieron fiando su palabra Los Álava, Aldapa, Alkartu, Ametza, Elizazpe, Eskibel, Gure Gasteiz, Gure Txoko (Elosu), Kapitxitxi, Landatxo, Ongi Etorri, Urritza y Zaldiaran. Solo cuatro siguen hoy. Ametza abandonó pronto. Añoraba una marcha «como la de Donosti», recuerda Urretabizkaia, «más seria; no queríamos parecernos a una cuadrilla de blusas». Así que cada 27 de abril sale por su cuenta y se junta con Okerrak en la Diputación para tocar antes de que salga a escena 'la oficial'.
Los preparativos de aquel primer desfile ocuparon a sus promotores durante meses. Era empezar de cero. Los trajes –casacas en rojo y azul que «olían mal, como a polilla» y bicornio en la cabeza– fueron alquilados a Casa Sarasola, de San Sebastián, y los instrumentos llegaron prestados. Luis Aramburu y Sabin Salaberri hicieron los arreglos musicales sobre un cancionero de cinco melodías locales –Retreta de San Prudencio, Sandalio Tejada, 'El Bala', Tamborrada vitoriana y Geuria da–.
La dirección de la tropa recayó en Koldo Aristondo (Los Álava), tambor mayor; con Bengoa (Gure Txokoa) al frente de los barriles; y su compañero Antxon Aretxaga, guía de los cocineros. Pili López de Landatxe seleccionó, vistió y enseñó los pasos a las trece jóvenes que portarían cada estandarte. YPaco Añúa asistió con el sonido.
Los ensayos empezaron un mes antes y ante el desconocimiento del repertorio era obligado asistir a clase. Y, para mayor dificultad, interpretar las biribilketas sin percusión, pues se recibió más tarde. Entretanto, tocaba acompasar el golpe de un palo sobre una madera dispuesta en horizontal al son de los txistus de Txusma Corres y Mari José Roldán. Aristondo y compañía enseñaron las primeras partituras en el desaparecido instituto Ramiro de Maeztu, en Becerro de Bengoa (Parlamento vasco); luego, en la Casa Social Católica, en Vicente Goicoechea, y el ensayo final, en el patio de Marianistas.
Todo dispuesto, el esperado desfile del 27 de abril de 1975 arrancó con la tamborrada de Salvatierra, precusora de la vitoriana en 1971, con algo más de cien miembros y acompañamiento de la fanfarre Xoxote, de Azkoitia. Debidamente separados, aparecieron los primeros cocineros con una hermosota barra de pan, un pellejón de vino y cubiertos de madera propios de un empacho de Pantagruel. Seguidamente, las majorettes blandiendo los escudos de las sociedades y por fin, los tamborreros, unos 150, golpeando sus barriles al ritmo que marcaba la Banda Municipal, cuyos músicos, tocados con kaiku y txapela, atendían a la batuta de Antonio Ochoa.
Aquella Tamborrada partió a las once de la noche de la confluencia de la Avenida con Sancho el Sabio y continuó por Ricardo Buesa, Landázuri, plaza de la Provincia, Diputación, Postas, Dato, Florida, San Antonio, San Prudencio, Fueros, Resbaladero, cuesta de San Francisco, Mateo de Moraza, plaza de la Virgen Blanca, Postas, Dato, San Prudencio, San Antonio, Becerro de Bengoa y Vicente Goicoechea. Un feliz y agotador paseo que concluyó a las dos con el toque último de la Retreta.
Fue tal la acogida que los organizadores, con más dinero de la Diputación, se decidieron a encargar 188 trajes propios, a medida, en la prestigiosa sastrería Kendal, la que mejor presupuesto presentó entre tres, y adquirir el instrumental para la segunda edición. Arturo López de Araya y Urretabizkaia se inspiraron para el boceto de las vestimentas en los trajes napoleónicos que se pueden contemplar en el Museo de Armería. Con el luctuoso paréntesis de 1976, la Tamborrada reapareció en el 77 con más fuerza y decididamente vitoriana. Hasta esta noche. 50 años, que se dice pronto.
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