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Resultaría ilustrativo hacer una encuesta entre los centenares de niños y adultos que aporrean los tambores durante la celebración del patrón de Álava sobre quién ... fue y a qué dedicó el tiempo libre nuestro insigne patrón. Presumo que no hallaríamos a muchos de entre ellos que conocieran de las idas y venidas de este santo misterioso y de su azarosa vida que ahora festejan con entusiasmo ensordecedor.
Cuando cuentas que nuestro 'Pruden', a los quince años de edad, cogió sus bártulos y se fue a Soria a aprender de un eremita llamado Saturio –¿ere quéeee?–, muchos pensarán que se embutió en ropa térmica –de esa que llevamos para alternar por el Casco– y se pertrechó con un saco de dormir de plumas de ganso para sobrevivir a los fríos y humedades que por allí castigan por igual a justos y pecadores.
Y creerán ufanos que, para llegar hasta su destino en la ciudad castellana, nuestro patrono pillaría el tren en la estación de Dato, aunque fuera en un vagón de tercera clase. Porque, a ver, ¿quién puede imaginar un mundo sin móviles, sin frigoríficos o sin trenes?
A fin de subsanar estas deficiencias cognitivas y otras disfunciones cronológicas, recomendaría a nuestros gestores forales que programaran unos campamentos, en días lectivos, por supuesto. Y que se llevaran a estos niños y adolescentes, que pasan sus vidas entre el Insta y el TikTok, a las cuevas en las que moraron anacoretas como Saturio –¿ana quéee?– y en las que echó más de seis años de su vida nuestro querido Prudencio. Una semana sin cobertura y unas noches ateridos de frío bastarían para que sus padres, despavoridos, acudieran a las llamadas de auxilio a rescatar a los pobres churumbeles de un principio de congelación. Y lloverían demandas ante el Ararteko contra las instituciones por crueldad infantil.
Bien es cierto que repasar la historia de San Prudencio viene a ser como leer 'Cien años de soledad'. En los textos hallados se mezclan recuerdos, hechos edulcorados, invenciones fruto del cariño y la veneración y milagros rememorados por narradores a menudo interesados en fidelizar a una audiencia boquiabierta.
En cualquier caso, la vida y milagros de nuestro santo patrón da para una serie de Netflix. Desde su nacimiento en Armentia y su adolescencia en Soria como zarramplín de San Saturio. Al lugar de su enterramiento decidido por su cabalgadura. O a la erección de un altar dedicado a su memoria en la Catedral de La Habana, lo que no deja de ser un acto de justicia para dar calor caribeño a quien tan joven padeció en su osamenta los rigores invernales de la meseta.
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