arrimadas y la generación del 155
Nunca como hasta ahora habíamos sentido que el Estado defendía su existencia misma con tanta convicción y sin complejos
La victoria de Inés Arrimadas -nunca sabremos si otro candidato de Ciudadanos en su lugar habría conseguido lo mismo que ella: estamos en que no- ... significa algo trascendental en nuestra historia política reciente y que va mucho más allá del conflicto catalán en el que se inserta. Y es que aquí no se trata de resaltar que un partido no nacionalista haya batido en votos a los partidos nacionalistas en unas autonómicas: algo así ya hizo el PSC por estrecho margen en 1999 y 2003. Ni siquiera se trata de que por primera vez -y aquí sí que no hay precedentes a nivel autonómico- un partido no nacionalista haya ganado también en escaños a los partidos nacionalistas: al fin y al cabo estos no han perdido su mayoría absoluta. De lo que se trata es que en una comunidad autónoma a la que por primera vez se le ha aplicado el artículo 155 de la Constitución, una fuerza política se ha impuesto a todas las demás -nacionalistas incluidas- precisamente con el mensaje de que esa aplicación era imprescindible.
Que esa fuerza política no haya sido la que sostiene al gobierno central y que ha impulsado, por su mayoría absoluta en el Senado, la aplicación del 155 y más aún, que el PP haya quedado reducido a testimonial en Cataluña, es lo que añade una derivada que afecta de lleno al futuro del centro derecha español, sector político clave para la estabilidad del Estado, sobre todo mientras el PSOE no demuestre que ha salido de su particular travesía del desierto. Conviene tener presente, al respecto, que ese PP que viene gobernando en España desde 2011 ha tenido que encarar el desafío político más grave hasta ahora conocido -el llamado ‘procés’ de Cataluña-, con el precedente no menor de una crisis económica nunca vista y todo ello en medio de un vuelco profundo de nuestro escenario político, que es lo que ha supuesto la irrupción de Podemos y Ciudadanos. La historia dirá si el mandato de Rajoy se asemeja o supera en dificultad a los que le antecedieron en el cargo: lo que es seguro es que nadie podrá decir que ha sido un camino de rosas.
En cualquier caso, la victoria de Ciudadanos en Cataluña significa para muchos el pistoletazo de salida de una inminente sustitución en toda España de un partido envejecido -con las arrugas muy marcadas del desgaste en una tarea de gobierno tan difícil como la antes descrita pero sobre todo de la corrupción que tanto y tan continuamente le ha afectado- por un partido nuevo que representa la regeneración -necesaria como el comer- de nuestras élites dirigentes. Y aquí es donde queremos llamar la atención respecto de las intenciones con las que ciertos sectores de la derecha quieren ver en Ciudadanos la metamorfosis de un PP que con Rajoy no ha sido posible y que con Rivera, añadimos nosotros, sería mucho mejor que siguiera sin serlo.
Y vuelvo al artículo 155 y a lo que significa políticamente en España: por primera vez se ha puesto un límite preciso a los deseos secesionistas de los partidos nacionalistas en sus comunidades respectivas. Y se ha hecho en acción simultánea con el poder judicial, donde se están instruyendo causas contra dirigentes acusados de delitos contra la integridad territorial del Estado. La coyuntura es trascendental porque el Estado está articulando en bloque instrumentos que nunca antes se habían usado, precisamente porque nunca antes los partidos nacionalistas habían llevado tan lejos su actuación desde el poder que controlan en sus territorios respectivos. Para muchos, especialmente para todos los que acaban de mostrar apoyo a Arrimadas desde dentro y desde fuera de Cataluña, esta acción conjunta del Estado a través de sus tres poderes -Ejecutivo y Legislativo con el 155 y Judicial desde el Supremo- ha significado la primera vez que el Estado impone su presencia de manera integral tras una continua escalada de acumulación de poder por parte de los nacionalismos desde el inicio mismo de la Transición.
Nunca como hasta ahora, ni siquiera durante los peores años del terrorismo -justamente entonces fue cuando más se le echó en falta-, habíamos sentido que el Estado defendía su existencia misma con tanta convicción y sin complejos. Y esa acción conjunta, ante el mayor desafío que ha sufrido toda la arquitectura jurídico-política sostenida por la Constitución de 1978, es el fondo de pantalla sobre el que ha emergido el rostro de Inés Arrimadas, acaparando su representación política. La que aquí denomino «generación del 155» es, por tanto, la que ha apoyado con sus votos en Cataluña y con su comprensión desde el resto de España la actuación de un Estado que por primera vez manifiesta su presencia desde la legalidad y con la legitimidad democrática que tiene para hacerlo.
Frente a esta interpretación, muchas voces procedentes de sectores del PP no adictos al actual presidente del Gobierno están queriendo situar dicha victoria de Ciudadanos en otro terreno interesado y a mi juicio contraproducente, atribuyéndole valores y principios que el PP habría dejado descuidados por efecto de una política moderada o contemporizadora con los nacionalismos por parte de Rajoy. Y aquí es cuando Rivera les puso en bandeja a dichos sectores su posicionamiento -a mi juicio errado- frente al Concierto económico vasco y al Cupo y que solo demuestra una cosa: que en Ciudadanos se comparte con cierto sector acérrimo del centro-derecha en España el desconocimiento de una parte fundamental de las señas de identidad histórica del liberalismo español.
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