«Cada vez que arrancábamos el coche cerraba los ojos»
Nacho Parada. Hijo de Alfonso Parada, asesinado por ETA en 1998 ·
Nacho Parada recuerda el atentado de ETA que acabó con la vida de su padre hace hoy veinte años en Vitoria: «Esos cobardes fueron a por él»LORENA GIL
Martes, 8 de mayo 2018, 00:59
Alfonso Parada Ulloa se había aficionado a criar pájaros. «Tenía un chiringuito en Estarrona, a 8 kilómetros de Vitoria», comparte su hijo, Nacho. Tal día como hoy, hace justo veinte años, salió de su casa, en la calle Juntas Generales del barrio de Lakua, para ir a echar un vistazo a sus canarios cuando un etarra le disparó en la sien. Falleció horas después en el hospital de Txagorritxu. Subteniente de la Guardia Civil en la reserva activa, tenía 62 años y hacía más de una década que había aparecido en varias listas de objetivos de la banda terrorista. «Como estaba jubilado, parece que te relajas... Y ahí es cuando esos cobardes fueron a por él», lamenta.
Eran las 13.55 horas del 8 de mayo de 1998. Nacho, que entonces tenía 32 años, estaba en casa. «Oí el disparo y me dio mal pálpito...», evoca. Se asomó a la ventana y distinguió las piernas de su padre en el suelo. «Bajé corriendo a la calle, pero varios amigos me metieron en el portal para que no viera nada», relata. Entonces, escuchó que su hijo bajaba por las escaleras: «Le paré y le dije: 'No pasa nada, es el abuelo, que se ha puesto malito'. Y se lo llevaron a casa». Ese fin de semana iba a hacer la Primera Comunión. Se suspendió.
Alfonso Parada era natural de Melide (A Coruña), pero pasó toda su vida en Euskadi. Siguiendo los pasos de su padre, se incorporó a la Guardia Civil al concluir el servicio militar. En 1976 llegó destinado a Vitoria. Fue sargento, comandante del puesto de Abetxuko y en el 86 le destinaron a la Intervención de Armas y Explosivos. Hasta pasar a la reserva, en 1995, desempeñó tareas burocráticas. «No quiso vivir en el acuartelamiento de Sansomendi, ni yo tampoco hubiese querido», reconoce su hijo. «Mi padre era muy conocido en Vitoria, muy querido», describe.
- ¿Y cómo era en casa?
- Guardia Civil. Con bigote incluso (risas). Lo daba todo. Era un gran padre y si su nieto le pedía la luna, él removía cielo y tierra para conseguírsela.
«Era un gran padre, y si su nieto le pedía la luna, removía cielo y tierrapara conseguírsela
«Lo único que quiero de ellos es que colaboren con la Justicia y que cumplan sus condenas»
Nacho es muy sincero. «Toda la vida he tenido miedo, pero te acostumbras. Yo compartía coche con mi padre, así que me podían haber 'volado' a mí también. Cuando metía la llave en la ranura, cuando arrancábamos el coche, cerraba los ojos...», explica. El atentado destrozó a su madre. «Tiene mucha rabia retenida, pero ha sido muy fuerte», asume. «No le quedó otra». Nacho tocó fondo. En el momento en el que ETA mató a su padre, su mujer y él se habían separado. Aunque mantenían una buena relación. «Ella fue la primera persona a la que llamé por teléfono para contarle lo ocurrido. Mandó a un familiar a recoger al niño y cuando llegué al Txagorritxu, allí estaba ya ella», revela. Volvieron juntos y, con el tiempo, tuvieron otra hija. «Gracias a ella estoy hoy aquí. Si no es por mi mujer, no sé qué habría sido de mí», agradece. Sus dos hijos conocen la verdad: que un etarra asesinó a su abuelo. «Pero en casa no hablábamos del tema. No por ellos, sino por mí. Ellos lo han vivido de otra manera», explica.
El bar de la familia
En 2002 la Audiencia Nacional condenó a José María Novoa, Igor Martínez de Osaba y Alicia Lucía Sáez de la Cuesta como autores de un delito de asesinato terrorista a una pena de 29 años de prisión. Mientras Igor Martínez de Osaba disparó a la víctima, Alicia Sáez de la Cuesta le cubrió con otra arma. El tercer etarra les esperaba en un coche para emprender la huida.
Nacho dice que, «dentro de lo que cabe», ellos han tenido «suerte». El suyo no es uno de los más de 300 casos sin resolver. «En los 80 y principios de los 90, a los guardias civiles se les enterraba casi a escondidas. Te metían en un coche que te llevaba al pueblo y adiós gracias», reprocha. Ellos notaron el «apoyo» de los vecinos. «Aunque también fui a una rueda de reconocimiento en la que me enseñaron fotografías, y allí había mucha gente de la zona...», puntualiza. «Da la casualidad de que años antes de que mataran a mi padre, habíamos ido en varias ocasiones al bar que tenía la familia de Alicia Sáez de la Cuesta en el barrio. Incluso fuimos después del atentado... Y resulta que más tarde, para nuestra sorpresa, la detuvieron», recuerda.
A mediados del pasado mes de abril, Nacho remitió una carta pública a uno de los terroristas que participó en el asesinato de su padre para recordarle que solo puede visitarle «en el cementerio». «Ya no lo volveré a ver», añadía. La misiva era una respuesta a la entrevista que la madre del recluso Igor martínez de Osaba había concedido a una revista alavesa. En el artículo, la mujer lamentaba que tiene que desplazarse hasta prisión -en estos momentos está internado en Zuera (Zaragoza)- para poder visitarle y lo presentaban como a un «preso político» que «luchó por conseguir una sociedad más justa». «Su familia tiene que desplazarse a ver qué tal estás. Igual que toda mi familia y yo tenemos que desplazarnos hasta el cementerio para llorar a mi padre. Pero no es comparable, ellos se ven obligados a desplazarse a consecuencia de algo que te has buscado tú; nosotros, por un tremendo asesinato que has ocasionado tú», escribió. La mujer recalcaba que el paso por prisión de su hijo se le está haciendo «muy largo». «Largo se me está haciendo a mí, que no lo volveré a ver. Que tengo tantas cosas que contarle, tanto que vivir a su lado», replicó Nacho.
«Aún no sé por qué respondí. Me salió de dentro», expresa. A las siete de esta tarde se celebrará una misa en recuerdo de Alfonso Parada en la iglesia de la calle Francisco Javier Landaburu de Vitoria. Nacho asegura no haber leído ninguno de los comunicados que ETA dio a conocer la semana pasada para escenificar su final. «No pierdo el tiempo. Lo único que quiero de ellos es que colaboren con la Justicia y que cumplan sus condenas», afirma. Un temor, eso sí: «Que compensen a los terroristas por dejar de matar».
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