Más allá del entusiasmo vigorizante que el resultado de las elecciones francesas ha producido en el republicanismo de izquierdas, habría que calcular el riesgo que ... entraña rescatar y jalear obsoletas categorías ideológicas, vigentes durante la Guerra Fría, para explicar lo sucedido en Francia o lo que sucede hoy en el mundo.
En Europa, el comunismo se desmoronó con la caída del Muro de Berlín y, desde entonces, conservadores y socialdemócratas se han ido turnando en los gobiernos, aplicando indistintamente el mismo modelo de corte globalista y neoliberal que ha conducido al progresivo desmantelamiento del Estado de Bienestar y a una notable merma de la calidad de vida de sus ciudadanos, castigados por el cada vez más elevado coste de la vida, una creciente carga fiscal que no se corresponde con el deterioro de los servicios públicos y una frustrante inseguridad ciudadana y laboral que castiga a las clases medias y bajas, impidiendo su ascenso en la escala social, mientras se favorece al gran capital y se permite y promueve la inmigración descontrolada, por parte de unas élites gobernantes contaminadas por la corrupción y sostenidas por el clientelismo político, a las que solo parece importarles perpetuar sus privilegios.
Franceses y europeos resienten esta situación y, ante la falta de autocrítica de sus responsables, se sienten tentados a buscar cobijo en nuevas ofertas de corte radical que ofrecen un cauce de expresión a su descontento. Singularmente en la nueva derecha, que les consuela y les acoge en su seno con un discurso chauvinista, proteccionista y xenófobo. No menos populista que el de la extrema izquierda que se planta como un solo hombre frente a ella, agitando consignas del miedo que movilizan el voto de los nacionales y también de los migrantes (magrebíes y subsaharianos) con derecho a él, que votan a la contra al saberse rechazados y estigmatizados en una Europa que reivindica volver a ser blanca.
Lo sucedido en las elecciones a la Asamblea Legislativa francesa, donde todas las encuestas aseguraban que la segunda vuelta se saldaría con un triunfo de la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen, obedece en principio a esa lógica que quiebra la sociedad en dos bloques irreconciliables.
Los franceses le han dado con su voto un giro imprevisto al guion, haciendo que Francia gire del Frente Nacional al Nuevo Frente Popular, construido a modo de cordón sanitario ante el avance de un partido como el de Le Pen, al que se identifica con la Francia autoritaria de Vichy.
Con la llama olímpica a punto de llegar a la capital francesa el 14 de julio, día de la toma de la Bastilla, cuando esta conmemora su Revolución y la decapitación de su último monarca, la pregunta que todos se hacen ahora es qué hará Macron, obligado a negociar con los partidos extremistas para formar una coalición viable de gobierno, hasta cuándo resistirá el cordón sanitario de la República victoriosa y si se ha atenuado ya el peligro de guerra civil que este anunció. Una cosa es segura: no dimitirá.
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