Marineros devotos de la Virgen de la Encina
Artziniega (Álava) ·
El templo y santuario de la Virgen de la Encina sorprende por su aire portentoso a las puertas de la villa medieval de Artziniega. Sorprende ... aún más que allí donde está, tan tierra adentro, al pie de los caminos viejos que marchan a Castilla, sea un santuario con una muy antigua devoción marinera. Pescadores y navegantes han acudido allí con frecuencia para encomendarse a la Virgen antes de emprender sus singladuras marinas o agradecer buenas navegaciones tras su retorno a tierra. La noticia de este hecho se puede encontrar en un trabajo que publicó en 1740 el leonés Juan de Villafañe titulado 'Compendio historico', en que se da noticia de las «milagrosas, y devotas imagenes de la Reyna de cielos, y tierra, Maria Santissima, que se veneran en los más célebres santuarios de España».
Allí refiere que, dado que la Virgen de la Encina ha obrado prodigiosos milagros en tierra y en la mar, «los muchos marineros que venían y aún hoy vienen a este templo descalzos, disciplinándose, y haciendo otras penitencias, trayendo alhajas, y ofreciendo limosnas, contando al mismo tiempo sucesos milagrosos de haberlos su Majestad librado de horribles tormentas, y peligros de caer en manos de infieles, como también de que los tragasen algunos grandes peces, por lo cual se veían colgados de las paredes de este santo Templo muchos modelos de navíos, pedazos de maromas y de naves sumergidas y rotas, partes de varios pescados marítimos, como dientes, cabezas, espinazos de Ballenas, y de otros monstruos incognitos».
¡Quién pudiera ahora asomarse a esa imagen que Villafañe describe! Lo cierto es que de aquellos exvotos que antes llevaron allí los marinos poco queda en el santuario, pero sí uno tan singular como una enorme dentadura de un tiburón sierra (Pristis pectinatus) datado en 1668 y guardado en el pequeño museo del santuario.
Explicarse el porqué de la vocación marinera de La Encina para muchos navegantes de Bizkaia y Cantabria no es tan difícil si se busca la razón en las montañas vecinas. Elevada por encima del puerto que marcha hacia Castilla hay una cima bastante prominente sobre el valle que llaman Peñalba e igualmente Montenegro y también Tablas. Pero uno de estos nombres se lo pusieron en realidad los navegantes porque en ella tenían una referencia al aproximarse a la costa. Veían lo que para ellos era Montenegro como una mancha oscura entre los horizontes de bosques más claros. Las laderas de Montenegro estaban pobladas de bortales, madroño y encino, de follaje oscuro y perenne, en evidente contraste con el resto. Por eso era normal que su Virgen fuera la de La Encina y le dedicaran recuerdos y exvotos.
Desde 1812 la Virgen de la Encina comparte, por decisión de las Juntas Generales de Álava, el patronazgo del territorio con el santo 'meón', San Prudencio. La tradición cuenta que apareció sobre una encina en el lugar exacto que hoy recuerda una columna con su imagen pétrea en el acceso al templo de Artziniega. Es una de las tres vírgenes que hay allí, otra preside el retablo y la tercera, la más antigua y una bella talla gótica que se conoce por «la abuela», preside los rezos del inmediato convento de las agustinas arropada por las monjas.
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