El otro Shangri-La
El pragmatismo chino puede agrietar la rigidez de EE UU en el Indo-Pacífico
La alusión a Shangri-La se refiere a un lugar ficticio, una especie de paraíso terrenal que James Hilton evoca en la novela 'Horizontes perdidos'. ... Sin embargo, esta afortunada y popular evocación literaria se desdibuja contemporáneamente a la vista de la proyección creciente del foro de seguridad del mismo nombre que, en Singapur, organizado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, sirve de caja de resonancia de los problemas que en este sentido proliferan en la región del Indo-Pacífico. Las diferencias entre India y Pakistán, otra vez de actualidad, o las tensiones en el mar de China meridional o en torno a Taiwán son un ejemplo.
La última edición de este cónclave, cada vez más equiparado a su homólogo de la Conferencia de Seguridad de Múnich, ha puesto de manifiesto con toda crudeza la yuxtaposición de enfoques para la región de las dos grandes potencias en liza: EE UU y China. Washington, representado por el secretario de Defensa, Pete Hegseth, enfatiza sin tapujos las consecuencias que califica de «amenazantes» para la estabilidad y la paz derivadas del auge de China. Hegseth, en línea con la estrategia general de la Administración Trump, apeló a un aumento considerable del gasto militar, preferentemente en armas estadounidenses, si bien, a diferencia de Europa, reafirmó la decidida voluntad de permanecer en la región e incluso de reforzar su presencia y alianzas, advirtiendo sobre la inminencia de una crisis muy grave en el estrecho de Taiwán. Por aquí pasa el 51% del comercio marítimo mundial. A todos pudo quedar bien claro que la región es la prioridad número uno de Washington y la competencia con China es el eje de su estrategia.
Por su parte, Pekín, representado a un muy menor nivel protocolario, apenas por un vicerrector de la Universidad Nacional de Defensa, el más bajo en años, también dejó claro su enfoque. De una parte, evitando dar pábulo a la confrontación, un escenario «exagerado» que serviría al Pentágono para hacer avanzar su agenda. Para China, esta es poco más que una reunión informal en la que Occidente (este año hubo elevada presencia de países europeos) intenta promover su propio discurso impartiendo doctrina a la región. Su preferencia es su propio foro, el Xiangshan, en el que puede entablar una comunicación bilateral más discreta y considera que más eficiente para orientar las diferencias.
El presidente de Timor-Leste y Nobel de la Paz, Ramos-Horta, confesó asistir muy preocupado al tono usado en el foro en relación a China, alertando de que «las armas se están distribuyendo demasiado deprisa» por los países de Asia-Pacífico, multiplicando los peligros para la región.
Por otra parte, la contraposición entre el acento en la seguridad, alentado por EE UU, y el énfasis en la economía es total. Mientras la Casa Blanca sugiere más ejercicios militares, más capacidades y más infraestructura militar, dando a entender que el conflicto podría ser inevitable, China multiplica su apuesta por el desarrollo, lo que seduce a la mayoría de los países de la zona. No se trata solo del bloque de Asean, su mayor socio comercial, sino también de otros actores muy determinantes para EE UU como Japón o Corea del Sur que aceleran su acercamiento comercial a China. Hegseth no habló de los aranceles, que tanto afectan a la estabilidad y el bienestar de estos países para los que el desarrollo es la preocupación política central.
En este sentido, China sigue dando pasos significativos para evidenciar el contraste de las políticas proteccionistas de EE UU con sus propuestas de apertura e integración. Mientras unos restringen o anulan visados, Pekín otorga más facilidades. Y en lo estrictamente comercial, la inversión estratégica en mecanismos alternativos a los sistemas dominados por Occidente va viento en popa. Buena muestra es la exploración de la inclusión de los países del golfo Pérsico en la Asociación Económica Integral Regional. Con inversiones en infraestructura o más espacio para su moneda, el yuan, rediseña paso a paso el mapa de la integración económica al tiempo que se blinda de las presiones de Occidente.
La aspiración de China es que EE UU abandone la región como lo sería de Washington si Pekín tuviera a su disposición varias decenas de bases militares circundando su perímetro territorial. No lo tiene fácil, por no decir imposible, pero es consciente de que alumbrar un orden internacional más alineado con sus intereses tiene aquí una prueba determinante. Cabe prever, por tanto, que en los próximos años siga tendiendo puentes directos con la región auspiciando nuevos modelos de cooperación que se diferencien del estadounidense. Al atractivo tradicional del comercio y la inversión suma ahora sus capacidades tecnológicas pero también su creciente liderazgo en el Sur Global.
La nueva red emergente de cooperación, también interregional, que China pretende crear como respuesta institucional es más que economía, pues hace causa también de la flexibilidad política y del diálogo cultural. Una expresión más del pragmatismo chino que puede agrietar la rigidez estadounidense.
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