Borrar
EFE

Chillida, fe y razón de hierro: la mar

El escultor que amaba entrañablemente al País Vasco se sentía ciudadano del mundo, nada ni nadie le eran ajenos

Santiago Aráuz de Robles

Jurista y escritor

Jueves, 18 de enero 2024, 00:03

Comenta

El hombre es paradójico en sus juicios colectivos. Donosti, por ejemplo, dedica un pabellón deportivo a una de las personas más indiferentes al culto al ... cuerpo: Pío Baroja. Pero el hombre malo de Itxea escribía relatos de conmovedora ternura: así el de la mendiga que sale cada día de su suburbial chabola sintiendo ya en los huesos la nostalgia de escuchar, al atardecer, el glú-glú de la olla que al amanecer dejó hirviendo con «yerbas» comestibles: su cena y reposo. Baroja hace decir algo cínico a uno de sus personajes: no se equivoque, amigo, en la vida solo hay dos caminos, el derecho y el torcido, quien toma el primero ya no lo deja y quien elige el otro..., tampoco. Jugaba Baroja consigo mismo: fingía ignorar ese don exclusivo del ser humano que es la libertad, con la que manipula al destino-Providencia.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Chillida, fe y razón de hierro: la mar

Chillida, fe y razón de hierro: la mar