Chillida, fe y razón de hierro: la mar
El escultor que amaba entrañablemente al País Vasco se sentía ciudadano del mundo, nada ni nadie le eran ajenos
Santiago Aráuz de Robles
Jurista y escritor
Jueves, 18 de enero 2024, 00:03
El hombre es paradójico en sus juicios colectivos. Donosti, por ejemplo, dedica un pabellón deportivo a una de las personas más indiferentes al culto al ... cuerpo: Pío Baroja. Pero el hombre malo de Itxea escribía relatos de conmovedora ternura: así el de la mendiga que sale cada día de su suburbial chabola sintiendo ya en los huesos la nostalgia de escuchar, al atardecer, el glú-glú de la olla que al amanecer dejó hirviendo con «yerbas» comestibles: su cena y reposo. Baroja hace decir algo cínico a uno de sus personajes: no se equivoque, amigo, en la vida solo hay dos caminos, el derecho y el torcido, quien toma el primero ya no lo deja y quien elige el otro..., tampoco. Jugaba Baroja consigo mismo: fingía ignorar ese don exclusivo del ser humano que es la libertad, con la que manipula al destino-Providencia.
Eduardo Chillida, hijo de militar, con 'su' Pilar Belzunce desde los quince años, abrazados entre sí y a lo sólido del cosmos, como su inimaginable 'Peine del viento' a las peñas del Jaizkibel a desprecio de las galernas gris-oscuro del Cantábrico, guardameta titular de la Real, txuriurdin puro, ni había pensado en ser un genio del arte por excelencia, la escultura, según Miguel Ángel, que sabía de qué hablaba. Estudió en los marianistas y en Malacheverría, y jugaba al fútbol. Pero una lesión invalidante le torció el futuro y se lo dejó en blanco: el ideal para un creador «a la espera», por naturaleza.
Reconocía, Chillida, que la vida es un tramo desde la nada al infinito. Lo podemos hacer apasionado o tedioso, en eso convenía con Baroja. En reciente entrevista, lo describe su hijo Luis: el aita era una persona de preguntas. Cabalmente un hombre, pues: quien nace con todo sabido no alcanza jamás la madurez. Las grandes personas de Saint-Exupéry conservan la frescura infantil. Chillida interrogaba a Bach, a las matemáticas y a Dios. Y cada respuesta era como domar un poco el cuadradillo de hierro crudo. Por citar: en sus 'Escritos' se pregunta sobre «el espacio de tres dimensiones» y se responde dudando: quizás, desde las dos dimensiones representadas en el plano, sea la diagonal... que busca huir. Aunque, ¿hacia dónde, hacia el infinito, hacia la creación sin límites o, concluye, hacia el tiempo, ritmo, silencio?
Yo soy de los que piensan, y para mí es muy importante, que los hombres somos de algún sitio -concluía Chillida-. Lo importante no es el sitio en sí sino tener un espacio-tiempo en que reconocerse. Por eso el Chillida que amaba entrañablemente al País Vasco -parte de sí mismo, aún más que circunstancia orteguiana- se sentía en verdad ciudadano del mundo, nadie ni nada le eran ajenos. Era un liberal esencial, también en política: en los años tristes de nuestro país, en que la vasquidad consistía en asfixiar libertad y vidas, esculpió en alabastro para la catedral de Donosti 'La Cruz de la Paz'.
Cultivaba amistades creativas, se buscaban en lo diverso, unidos por algo tan profundo como las preguntas, las dudas y las respuestas
La fraternidad la descubría cada día en Bach, en la mar, en los hombres, en Dios. La música hipnótica y viva de Bach le acompañaba en sus golpes de broca, barrena, punzón o cincel en su estudio taller, teniendo en el pentagrama la soledad sonora y la música extremada de fray Luis, san Juan de la Cruz o Salinas. Tenía como fondo del hierro y el mármol la brisa que acaricia la piel en olas irrepetibles, a cada vez diversas, de repente tomadas en galerna gangrenosa que huye de sí hasta reposar espumas de encaje en la playa rosada.
Y cultivaba amistades creativas: Ruiz Balerdi, su hermano Gonzalo, el pincel siempre en el 'límite' de la abstracción, Palazuelo, Miró, a Tapies, Braque... o Calder, escultor del movimiento. Se buscaban en lo diverso, unidos por algo tan profundo como las preguntas, las dudas y las respuestas flotantes. Todos los hombres somos hermanos -constata-, ¿no será el horizonte nuestra patria común? Al fondo, ¿qué, quién?
Una vez que la búsqueda y el «destino» le pusieron como hallazgo en el rastro de sí mismo, en la vida creativa como trazo existencial, manifiesta ilusionado: Creo en Dios. Tengo fe, esa hermosa e inexplicable locura... Dios me la dio. La razón quiso quitármela en muchas ocasiones, pero no lo consiguió..., gracias a ella supe que la razón tiene límites, y que hay espacios a los que la razón no llega. Como peinar el viento-tiempo.
Este 2024 cumpliría cien años, y ya puede experimentar su creencia, fría y ardiente como el hierro, y la mar.
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