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Peleas fratricidas, campañas de acoso por parte de la prensa, un padre incapaz de consolar a sus hijos tras la muerte de su madre. La ... publicación de 'En la sombra, las memorias del príncipe Enrique', ha supuesto un duro golpe para una Corona británica que, tras la muerte de Isabel II, confiaba en haber superado la parte más difícil de la transición al nuevo monarca. A lo largo de 400 páginas, el duque de Sussex, quinto en la línea de sucesión al trono, relata con pelos y señales los conflictos internos de la familia Windsor y, en especial, su reacción a su matrimonio con la actriz Meghan Markle, quien no llegó a convencer a gran parte de la Casa Real.
Si Enrique profesa el objetivo de reconciliarse con su familia, su libro no deja títere con cabeza: Carlos queda retratado como un padre distante; Camilla, como la villana que rompió su matrimonio con Diana; Guillermo y Catalina, como dos figuras cuanto menos torpes, en el caso del primero, y vanidosas, en el de la segunda. Incluso sus mayores defensores han mostrado su rechazo ante lo que se percibe como una traición a sus propios familiares: según la agencia YouGov, cuatro de cada diez británicos (un 41%) piensa que las memorias se publicaron por dinero, frente a un 21% que estima que su principal objetivo es «contar su versión de la historia» y apenas un 1% que cree que busca una reconciliación familiar.
La Corona británica ha sabido superar, a lo largo del último siglo, crisis mucho más graves que la presente. En la década de los 90, el conflicto entre Carlos y Diana socavó la popularidad de una familia real que vivió en 1992 su 'annus horribilis'. La muerte de Diana en 1997 y la posterior reacción de Isabel II, inmortalizada por Helen Mirren en 'La Reina' y descrita en sus diarios por Alastair Campbell, entonces portavoz de Tony Blair, supusieron otro duro golpe para la institución. No menos grave fue la abdicación en un pasado más alejado del popular Eduardo VIII, quien en 1936 cedió la corona a su hermano, Jorge VI, ante la negativa del 'establishment' a autorizar su boda con la doblemente divorciada Wallis Simpson.
Frente a estos episodios, la publicación de las memorias de Enrique parece un mero bache pasajero. Sí es más concebible, sin embargo, que dichas memorias puedan eclipsar los preparativos para la coronación de Carlos III, que se celebrará el 6 de mayo. Un goteo de noticias, filtraciones y declaraciones cruzadas podría dominar la agenda mediática durante las próximas semanas, centrando los focos en la relación entre ambos hermanos y convirtiendo su probable reencuentro durante la ceremonia en el principal tema de conversación.
El alcance de la crisis y su desenlace dependerán, ante todo, de cómo reaccione la propia Casa Real. Todo parece indicar que las negociaciones internas para apagar el incendio ya han comenzado. Hace escasos días, el diario 'The Times' apuntaba que en los próximos meses se podría producir una reunión de conciliación entre ambos hermanos. El objetivo, indican fuentes de Buckingham, sería que dicho encuentro sellara la paz entre ellos antes de la coronación de su padre. Una pronta reconciliación fraternal, sumada al paso del ciclo mediático y a una progresiva caída en el olvido de las memorias, constituiría el mejor escenario para la monarquía. Una solución estructural, sin embargo, requerirá humildad por parte de Enrique y Guillermo, que deberán admitir sus respectivos errores, y una habilidad política que Carlos III aún debe mostrar.
Existe el riesgo, a su vez, de que la brecha generacional que subyace en la política británica comience a envolver a la propia Monarquía. Desde la aparición de Meghan Markle en la vida pública británica, el factor generacional ha sido clave para entender el apoyo hacia los Sussex: estos últimos producen un gran rechazo entre el electorado de mayor edad, pero siempre han contado con el respaldo de un electorado joven que ha visto en las críticas de los tabloides una persecución racista contra Markle. Las encuestas más recientes apuntan a que esta brecha sigue presente: los menores de 24 años son más inclinados a tener una imagen positiva de Markle (un 36% frente a un 8% de los mayores de 65) y de Enrique (un 39% frente a un 9%); a sentirse «avergonzados» de la Monarquía (un 35% versus un 11%); y a pensar que la institución es mala para el país (un 31% en contraste con un 5% contrario). Resulta llamativo que, entre los mayores de 65 años, la valoración de los Sussex sea más baja que la del príncipe Andrés, exiliado de la familia real por sus vínculos con el pederasta Jeffrey Epstein.
Más que mostrar la debilidad de la Monarquía, una institución que cuenta con un amplio respaldo social y que ha sobrevivido a situaciones más delicadas, la crisis que sacude a los Windsor evidencia dos cosas. Por una parte, la notable falta de talento en un Downing Street que se ha mostrado incapaz de reaccionar ante esta crisis. ¿Cómo se habrían desarrollado los acontecimientos si el lugar de Rishi Sunak lo hubiera ocupado un primer ministro más hábil? ¿Habría sido capaz otro Gobierno de apagar este incendio? ¿Habría salido al rescate de la institución, como hiciera Tony Blair tras la muerte de Diana?
Por otra, subraya la necesidad de modernizar la Corona, acercándola a todos los sectores de su población y convenciendo a los británicos más jóvenes de que, pese a todo, es una institución fundamental para Reino Unido. En sus primeras semanas en el cargo, Carlos III mostró su voluntad de llevar a cabo este acercamiento. Su puesta en marcha puede ser el gran legado del actual monarca.
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