La familia: cimiento de presente y motor de futuro
Su papel cuenta con reconocimiento social pero muchas políticas públicas la siguen viendo como un asunto meramente privado
Íñigo Abreu de Con
Jueves, 15 de mayo 2025, 00:01
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Íñigo Abreu de Con
Jueves, 15 de mayo 2025, 00:01
Vivimos tiempos acelerados, donde muchas veces lo urgente tapa lo importante. Donde el algoritmo decide por nosotros y la inmediatez parece más valiosa que la ... estabilidad. En este escenario, hay un pilar que no pide foco, pero sin el cual nada se sostiene: la familia.
La familia no es solo una estructura de convivencia ni una opción vital más. Es la primera comunidad a la que pertenecemos, el primer entorno donde aprendemos a cuidar y ser cuidados, a compartir, a discutir con respeto y a levantarnos tras las caídas. Es ahí donde descubrimos que el amor se entrega, no se exige; que no todo gira en torno a uno mismo y que los vínculos verdaderos se forjan en lo cotidiano. La familia es, en esencia, el espacio más honesto y transformador en el que se forma el carácter de las personas.
Y, también, el lugar donde aflora la felicidad más verdadera. No la que depende del consumo o de los logros, sino la que nace de sentirse acompañado, valorado y querido. No una felicidad idealizada ni exenta de conflictos o cansancio, sino una que se construye día a día, entre rutinas, risas, sobremesas y también desvelos. La familia es, probablemente, la mejor fórmula para la felicidad: una que no es perfecta, pero sí plena, porque nos conecta con lo esencial.
En Hirukide llevamos más de 25 años defendiendo este convencimiento, con la vista puesta en las familias con hijos/as y muy especialmente en las numerosas. No desde una nostalgia del pasado, sino desde la convicción de que una sociedad cohesionada, empática y próspera necesita familias fuertes y acompañadas. Porque son ellas quienes, en su diversidad, cuidan de los que llegan y de los que se van, sosteniendo redes de apoyo.
Hablar de familia hoy, sin embargo, es hablar también de retos. Porque si bien socialmente sigue habiendo un reconocimiento a su papel, muchas políticas públicas continúan viéndola como un asunto meramente privado. Como si cuidar hijos, sostener hogares y educar a las nuevas generaciones no tuviera un impacto directo en el futuro económico, demográfico y emocional del país.
La paradoja está servida: las familias sostienen lo común, pero lo hacen muchas veces solas.
Vivimos en un país con una de las tasas de natalidad más bajas de Europa y en una sociedad donde el coste de la vida no deja de crecer, especialmente en vivienda, energía o alimentación. Pero más allá de los datos, lo preocupante es la percepción instalada; la de que formar una familia y más aún si es numerosa, es una carga excesiva, una decisión casi temeraria. Y no debería ser así. Aunque la vida es exigente, vivimos con niveles de bienestar, salud y seguridad que muchas generaciones anteriores no tuvieron. El problema es que, si el relato dominante es que tener hijos resta, agota o empobrece, difícilmente nuestros jóvenes se animarán a apostar por ello.
Y, sin embargo, miles de familias lo hacen. Renuncian a comodidades y seguridades por un proyecto que las llena de sentido. Viven apretadas, pero alegres. Cansadas, pero completas. Y eso tiene un valor inmenso que como sociedad no podemos seguir ignorando.
Desde Hirukide reclamamos algo muy sencillo: una mirada justa. Una fiscalidad que no mida a todas las familias por el mismo rasero, sino que tenga en cuenta a cuántas personas sustentan esos ingresos. Un acceso equitativo a servicios básicos como una vivienda digna, el transporte accesible o la educación universal que los progenitores, y no el Estado, quieran. Un marco legal que no diluya la singularidad de las familias numerosas ni las agrupe con realidades distintas, que responden a otras necesidades. Y, sobre todo, políticas públicas que no lleguen tarde, cuando la decisión de no tener hijos ya se ha tomado.
No pedimos privilegios. Pedimos equidad. Que quien más aporta también reciba apoyo proporcional, es decir, justicia social. Que el número de hijos e hijas no sea un factor de vulnerabilidad, sino un activo social reconocido. Que las familias que apuestan por el futuro no se sientan penalizadas por ello.
Sabemos que no hay soluciones mágicas, sencillas ni inmediatas. Pero también sabemos que las decisiones que se tomen hoy marcarán la sociedad que tengamos en 20 o 30 años. Por eso insistimos, con la constancia de quien cree en lo que defiende, porque, si algo hemos aprendido en estos más de 25 años, es que perseverar da frutos.
Nos preocupa el presente, sí, pero sobre todo nos ocupa el futuro. Y no hay mejor inversión colectiva que acompañar a las familias que lo hacen posible. Porque cuando una familia está bien, la sociedad también lo está. Porque detrás de cada niño o niña hay unos progenitores haciendo malabares para llegar a todo. Hagamos, entre todos, que cuidar de las familias no sea una heroicidad silenciosa, sino una responsabilidad común. Porque no hay sociedad fuerte sin familias fuertes.
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